Periodistas domesticados
**Jinetes del Apocalipsis
**Prensa oficialista
ESCALERAS: Cabalgan y trotan en la república los Jinetes del Apocalipsis del siglo XXI. Los Círculos del Infierno. Los males enviados por Zeus a través de Pandora para vengarse de la tierra.
Los enlista la politóloga y escritora, Denisse Dresser, en su último libro. “¿Qué sigue?, veinte lecciones para ser ciudadano ante un país en riesgo”, editorial Aguilar.
Luis Velázquez
Uno, reguladores leales. Dos, Ombudsman displicentes. Tres, ministros mudosos.
Cuatro, secretarios silentes. Cinco, autoridades electorales obedientes.
Y sexto, “periodistas domesticados”.
Y cualquiera que se rebele “será estigmatizado… como empleados de las élites y lacayo del neoliberalismo”.
PASAMANOS: ¡Vaya realidad apabullante!
Pero, bueno, en cada sexenio el mismo retrato de la llamada Presidencia Imperial.
“El país de un solo hombre”. El tlatoani. El gurú. El chamán.
Una nación a la medida del jefe del Poder Ejecutivo federal en turno. “Aquí mando yo”. Y punto.
La silla embrujada del palacio (porque a todos enloquece y marea y hace levitar) convertida en una especie de hacienda porfirista con el patroncito y los hijos de los patroncitos descritos por Juan Rulfo en la novela “Pedro Páramo”.
CORREDORES: Por ahora, brinca y salta y hace mucho ruido el término de “periodistas domesticados”.
De entrada, el concepto fue trascendido en los 34 años de la dictadura porfirista.
Fue cuando entre otras cositas, igual, igualito que sus antecesores y los sucesores, Porfirio Díaz obsequió a su amigo Reyes Spíndola, director general del periódico El Universal (de entonces) la primera novedosa rotativa en México.
Y El Universal, primero, se volvió diario, y segundo, contrató a los primeros diaristas de la historia para escribir y publicar informaciones del día con día, y desde luego, lanzando incienso al dictador.
BALCONES: El concepto de “periodistas domesticados” siempre ha existido. Es tan viejo, digamos, como la historia de las trabajadoras sexuales. Y tan viejo como Matusalem.
Cada presidente, cada gobernador, cada alcalde, suele tener su “prensa domesticada”.
Medios, incluso, con dueños tan hábiles que en cada nuevo cambio de gobierno quedan bien y le va de maravilla para arriba.
El periodismo, pues, como un negocio, gran negocio, “tirando incienso” a la tribu política dominante.
Y por añadidura, arremetiendo contra los enemigos y adversarios opositores del jefe gobernante en turno.
Y de ñapa, hasta induciendo las caricaturas de cada nueva edición para halagar al jefe político, pero también, para ridiculizar a los opositores.
PASILLOS: El mejor tiempo digno del periodismo fue en la Reforma. Aquellos periodistas “que eran hombres pero parecían gigantes”.
Entre otros, los más trascendidos, Ignacio Ramírez El Nigromante, Francisco Zarco y Filomeno Mata.
Y en forma colateral, pero significativa, Ricardo Flores Magón con su periódico “Regeneración”.
El presidente Benito Juárez García era amigo de muchos de ellos y quienes al mismo tiempo eran articulistas y políticos.
Incluso, los invitó a su gabinete. Y algunos, como Zarco, caray, hasta secretario de Gobernación.
Luego, cuando Juárez enloqueció con la silla embrujada del palacio y le entró la reelección (durante quince años lo fue), todos aquellos periodistas le renunciaron.
Y volvieron al periodismo. Y como críticos de Juárez. Incluso, feroces críticos.
VENTANAS: Pero de allí pa’lante, el periodismo siempre ha estado, y por lo regular, desacreditado como “una prensa domesticada”.
Casos excepcionales: el Mario Renato Menéndez Rodríguez de aquel entonces con el semanario Por qué?
Don Julio Scherer García, primero, desde el Excélsior, y después del golpe de Estado del presidente Luis Echeverría Álvarez, con el semanario Proceso.
Hoy, algunas plumas dignas, entre otras, Raymundo Riva Palacio, Ciro Gómez Leyva, Denisse Dresser y Azucena Uresti, el cuarteto con una trayectoria ejemplar.