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Expediente 2024
Lunes 08 abril, 2024

Guerra en Veracruz

I (Pero nunca ha sido nuestra)

Hay una guerra en Veracruz. Y es una curiosa, rara y extraña guerra. “Toda la violencia es obra de” de dos bandos. O más. Pero del mismo género. Los carteles y cartelitos disputando la jugosa plaza del Estado jarocho.
Autopista de sur a norte. Tres puertos marítimos (Coatzacoalcos, Veracruz y Tuxpan) para la carga y descarga de la droga. Pistas clandestinas. Los migrantes.

Luis Velázquez

Los prostíbulos. El cobro del llamado “derecho de piso”. La corrupción a los narcopolíticos.
Los malosos adueñados de presidencias municipales, mejor dicho, de tesorerías, Obras Públicas y comandancias.
Es una guerra que golpetea el Estado de Derecho. Y lo evidencia.
Pero también es una guerra que golpea a mujeres y hombres. Niños, adolescentes, jóvenes y ancianos. Y quienes incluso han sido asesinados. Y lo más canijo, en sus propios domicilios.
Son mercenarios a sueldo, igual, igualito como sucede en las guerras en frentes bélicos entre naciones.
Ellos, los malandros, “tirotean y matan a personas inocentes”. (John Reed)
Incluso, la fama pública de que por ahí tienen trabajadores de la información a sueldo. Y los protegen.
Y cuando los reporteros se vuelven insumisos ejerciendo la plenitud periodística, entonces, en muchos casos, hasta los han ejecutado.
Diez periodistas, por ejemplo, en el casi sexenio de Cuitláhuac García.
Cinco con el góber azul, Miguel Ángel Yunes Linares.
Diecinueve, más tres desaparecidos, con Javier Duarte.
Además, treinta y dos Colectivos, integrados con padres con hijos y parientes secuestrados y desaparecidos, revoloteando la tierra en búsqueda de fosas clandestinas, rastreando pistas sobre los suyos.
Así, y sin mayores preámbulos, la fama pública de que los malos controlan parte de la prensa, cierto.
Pero también, a parte de los policías.
Y a parte de la autoridad.
Es una guerra que por ahora ha dejado en los últimos cinco años y cacho guinda y marrón más de cinco mil homicidios.
Es una guerra cuya única herencia es dolor y sufrimiento en los doscientos doce municipios de Veracruz.
Muchos, miles de hogares y familias enlutadas.
En muchas casas, un altar con las fotos de las vírgenes y los santos. Y en el centro, la foto de la hija, el hijo, la madre, el padre, el primo, el tío, el abuelo secuestrado, desaparecido y asesinado.
Un montón de niños (hay quienes calculan más de mil) huérfanos.
Y otro tanto de parejas viudas.
Una guerra que ha puesto en Veracruz en el primer lugar nacional en feminicidios, secuestros, extorsiones y fosas clandestinas.
Simplemente, en el lado malandresco, un ejército de sicarios que tiene de cabeza a la autoridad estatal.
Y maniatados a los presidentes municipales. Azorados. Perplejos. Atónitos. Sin poder hacer nada. Resignados, incluso. Cruzados de manos.
Y lo más canijo, ni “La Santa Muerte” ni tampoco Jesús Malverde los pueden ayudar a garantizar la seguridad en la vida y los bienes pues, se entendería, ellos están del otro lado.
Una guerra que como dijera aquel, “no es nuestra”.
Una maldición desplomada sobre Veracruz, incluso, desde tiempo milenario, citable, memorable y bíblico.
En 1907, la matanza de trescientos obreros textiles en Río Blanco con el góber porfirista Teodoro A. Dehesa.
Años después, con el góber porfirista, Luis Mier y Terán, el asesinato de nueve jarochos inconformes con la nueva reelección de Porfirio Díaz Mori.
Después, hacia la década de 1940, con el góber Jorge Cerdán, el asesinato de cuarenta mil agraristas defendiendo la tierra.
“La violencia inevitable” con Agustín Acosta Lagunes y “La Sonora Matancera”.
Veracruz, “el peor rincón del mundo para el ejercicio reporteril” con Javier Duarte.
Ahora, con Cuitláhuac García, Veracruz, campeón nacional en feminicidios, por ejemplo.
El saldo de esta guerra.
Lo dijo el obispo de Orizaba, Francisco Eduardo Cervantes Merino, asaltado en las Cumbres de Maltrata por los malandros:
“Es un incidente más. Ahora me tocó a mí”.
Un episodio más de esta guerra.
Los malandros ni siquiera respetaron la cruz colgando en el pecho del ministro de Dios.


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