Cuatro, lo enterraron en el patio de un vecino.
Es decir, ellos crearon su propia fosa clandestina.
Fue en el año 2020 y ahora, par de malandros, Jesús Alejandro y Carlos Alberto, sentenciados a 97 (noventa y siete) años y medio de cárcel.
Otros casos dramáticos, impactantes, se han dado.
Por ejemplo:
Los cadáveres colgados de puentes.
Las cabezas decapitadas y tiradas en la pista de un antro y abandonadas en la mesa de una disco.
El reportero plagiado, desaparecido, asesinado, decapitado y arrojado el cuerpo en un lado de la vía del tren y la cabeza a un ladito.
La periodista secuestrada en su casa, desaparecida, asesinada, decapitada y abandonado el cadáver en una calle de Boca del Río.
La joven madre del norte de Veracruz secuestrada, aun cuando la familia pagó el rescate, asesinada.
El alud feminicida de norte a sur y de este a oeste del Estado jarocho cien por ciento descarrilado, Veracruz, en los primeros lugares nacionales.
Las hijas y los hijos plagiados y desaparecidos y ejecutados y sepultados en fosas clandestinas.
Los veintitrés policías asesinados tan solo este año.
Mujeres seniles atracadas en su casa y luego, con saña, barbarie, alevosía, ventaja y premeditación, asesinadas.
Las dos, doctoras. Las dos, jubiladas. Madre e hija.
Hace cinco años, la migrante originaria de Guatemala emboscada y asesinada en los límites de Isla y Rodríguez Clara.
Impune hasta el día de hoy el crimen, porque ni la Fiscalía General se ocupó del asunto ni tampoco el Cónsul cabildeando.
Los cinco migrantes de América Central, todos hombres, ejecutados en varias ciudades de Veracruz.
Impunes.
“¡Qué difícil es vivir!” escribió Albert Camus, escritor, periodista, y Nobel de Literatura.

II (Nunca los malos van contra políticos)
El tsunami jarocho de violencia ha creado traumas existenciales.
Por ejemplo, el dolor y el sufrimiento en miles de familias.
Niños huérfanos. Parejas viudas. Padres ancianos a la deriva económica y social.
Dolor y sufrimiento en miles y miles de familias desde Tampico Alto hasta Agua Dulce.
Terror. Miedo. Pánico. Horror.
Angustia y desesperación.
Incertidumbre y zozobra.
“Miedo al miedo”.
El temor de una bala perdida. Un secuestro inesperado. Un crimen a la vuelta de la esquina.
Personas, familias, gente, azorrillada, sobresaltada con un ruidito en la noche en casa, en el patio y/o en la calle y la avenida.
El ruido de los tiros y del ulular de la patrulla policiaca en la noche y la madrugada.
Incluso, los vecinos integrados en redes de comunicación para blindarse, hasta donde es posible, unos a otros.
Y/o más duro y rudo, como en Soledad Atzompa, donde en una comunidad los vecinos detuvieron a seis secuestradores y los lincharon.
Justicia, digamos, por mano propia.
Eran los plagiarios o era la sobrevivencia de los demás, entre ellos, todo parece, y como en el caso, la vida de profesores de educación primaria.
Los malosos recrudecidos porque están seguros, y como exclamaba eufórico Javier Duarte, “Aquí no pasa nada”.
Y pasaba, claro.
Y sigue pasando.
Días y noches y semanas y meses en la penumbra social.
Horas nubladas y torrenciales para todos.
Nadie ha librado ni menos puede festinar que ha librado el tsunami de violencia.
Incluso, hasta las personas y familias con escoltas están expuestas.
Indicativo y significativo, los malos se van en contra de la población civil.
Rara, extraordinaria ocasión en contra de los políticos.
Por eso, quizá, quizá, quizá, pocos, excepcionales funcionarios públicos y políticos se ocupan del infierno llamado Veracruz vivido y padecido.
La mayoría pinta una raya ante el peor oleaje de muerte vivido y padecido.