Miedo a policías
I (Secuestran y desaparecen)
Da terror, pavor, miedo, “miedo al miedo”, pánico, incertidumbre, zozobra, cada vez cuando por ahí el trascendido de que un policía y/o jefe policiaco están involucrados en un secuestro, una desaparición, una extorsión, un asesinato y una fosa clandestina.
Luis Velázquez
Las neuronas y el corazón social multiplican el caos.
Y cada vez que un ciudadano sale a la calle, incluso, estando en casa y escuchando por ahí ruidos extraños y raros, el temor de una bala perdida, un fuego cruzado, un plagio, un levantón.
Y, claro, cometido por elementos policiacos, aquellos que en la Teoría del Estado, con los burócratas y los Agentes de Tránsito, significan el primer contacto, enlace y roce de la autoridad con la población electoral.
Es el caso, por ejemplo, y entre tantos otros, de Ezequiel N., que fue comisario de la Policía Municipal de Poza Rica, en donde, por cierto, ejerce el poder municipal y gobierna un antiguo beisbolista, amigo de AMLO, el presidente, y que, sin duda, fue impuesto por el Sacrosanto Dedazo Presidencial.
Ezequiel N. está señalado del secuestro del periodista Ricardo Villanueva, del medio digital “Presente”.
Fue el tres de abril del año que camina y trota.
Por fortuna, un día después, en la noche, fue hallado en Tihuatlán y con vida.
Pero el hecho concreto y específico ahí quedó como testimonio inapelable del tipo, la clase, la raza, el nombre, el prestigio, de las corporaciones policiacas de norte a sur y de este a oeste del Estado jarocho.
Los policías, animando y reanimando el miedo, más, mucho más que un ladrón, un ratero, un sicario, un pistolero, un malandro, un maloso.
Simplemente, a partir de que con el bigotito cortito siniestro y sórdido y los lentes negros más siniestros y sórdidos y la cachuchita y el uniforme y la macana y la patrulla se han vuelto peores, mucho peores, que El Chucky, el muñeco perverso que en Monclova, Sonora, es utilizado por los ladrones para sembrar el pánico.
Que el excomisario de Poza Rica, Ezequiel N., está preso.
Y será sometido, dicen, a juicio penal.
Ya veremos.
Y ya veremos porque en el tiempo priista, por ejemplo, cuando un policía, un agente de Tránsito, un funcionario público, eran acusados de fechorías, la autoridad los comisionaba en el otro extremo de Veracruz, por ejemplo, en las regiones indígenas y serranas, como premio de castigo en vez de un proceso penal.
El hecho es lapidario y macizo: Hacia finales del quinto año de la llamada purificación moral y la honestidad valiente, la policía (estatal y municipal, incluso la Fuerza Civil y hasta la Guardia Nacional) inspiran miedo.
El divorcio, pues, total y absoluto, de la autoridad con la población.
“Aquí mando yo” diría aquella como frase bíblica.
Ningún avance, entonces, en el sexenio de la 4T para sembrar y cultivar un oleaje de confianza de la ciudadanía en los policías.
Para infortunio y desgracia de los gobernados.
II (Terrorismo policiaco)
En el sexenio de Javier Duarte el trascendido de la alianza de políticos, funcionarios públicos, jefes policiacos, policías, carteles y cartelitos, sicarios y malandros para secuestrar...
Desaparecer...
Ultrajar...
Asesinar...
Destazar...
Y sepultar en fosa clandestina a un número incalculable de ciudadanos... inocentes.
Los Colectivos del Estado de Veracruz aseguran, sin embargo, que todavía hoy, hoy, hoy, en la 4T la desaparición forzada está vigente.
Como el caso del excomisario Ezequiel N. de Poza Rica.
El Alto Comisionado de la ONU, Organización de las Naciones Unidas, fue categórico:
Hay en la tierra jarocha un aproximado de siete mil cuatrocientos desaparecidos.
Claro, datan del año 2011.
Pero como en muchos casos se trata de desaparición forzada, entonces, “un delito de lesa humanidad que nunca prescribe”.
Además de un gravísimo pendiente social cuando, caray, dice la Teoría del Estado, nadie, absolutamente nadie puede hacerse justicia por mano propia.
Además, claro, del terrorismo.
Peor, mucho peor, cuando los jefes policiacos y policías se involucran en los ilícitos.
III (Desaliento y desencanto)
El ciudadano común que vive con sencillez desearía tener confianza en el policía, el agente de Tránsito, el burócrata, el jefe gubernamental, el titular de una dependencia.
Pero los meses y los años y los sexenios caminan aprisa y con prisa, y de pronto, un periodo constitucional se pasa y llega a otro y se va y el desaliento y el desencanto en que se ha convertido el divorcio entre las tribus gobernantes y la población electoral se vuelve un cráter lunar.
Y cada sexenio la posibilidad de un buen gobierno, una mejor convivencia social, se aleja.
Y diluye.
Lo peor: la policía, como en el caso, sigue cometiendo abusos y excesos en el ejercicio del poder, de igual modo, digamos, por ejemplo, en las alturas, los jefes de jefes “ordeñan la vaca” y “meten la mano al cajón”.
Y/o como en el caso de la mística de la 4T, “si te cachan, te echas la culpa y te callas”.
En total, un círculo vicioso inacabable.
El 7 de enero del año 1907, primero, los policías intentaron desbaratar la huelga de los obreros textiles en Río Blanco.
Y como los trabajadores resistieron, entonces Porfirio Díaz Mori envió a una partida militar en contra de ellos y trescientos obreros fueron asesinados.
Luego, los cadáveres trepados en los vagones del Ferrocarril Mexicano y trasladados al castillo de San Juan de Ulúa donde otros soldados amarraron cada uno a una piedra y arrojaron al fondo del Golfo de México.
Los soldados, actuando con respeto a los ciudadanos.
El círculo vicioso como una pesadilla histórica.