Otras, desde unas motocicletas.
Otras, de plano, los pistoleros entran al bar, el centro nocturno, la disco, y disparan con saña, barbarie, alevosía, ventaja y premeditación.
Y en contra de civiles.
Fue el caso el fin de semana de unos malandros en contra de un bar en Poza Rica.
Seis heridos.
Entre clientes y meseros.
Y con las agravantes de la ley.
Los peatones, huyendo despavoridos, digamos, y, además, una bala perdida por ahí.
Y/o de plano, antes de que los malosos se fueran contra los civiles como se está dando de norte a sur y de este a oeste de Veracruz.
Antes, el objetivo de los atentados era claro y manifiesto en contra de una persona incómoda e indeseable.
Antes, digamos, “el que la debía había de pagarla”.
Ahora, la delincuencia organizada más recrudecida.
El objetivo, la población civil.
El bar rafagueado anunció que por lo pronto bajaba el telón y cerraba las puertas que hasta nuevo aviso cuando la ciudad recupere la tranquilidad y la paz perdida.
El norte de Veracruz, convertido en el centro del infierno.
Tanto que, por ejemplo, el Obispo de Papantla levantó la voz pidiendo por misericordia y piedad y en nombre de Dios pacificar el Estado jarocho.
La vida, un infierno.
Un infierno llamada Veracruz.
Antes, el sur.
Luego, el centro.
Ahora, de nuevo el norte recordándose que la violencia entró por Tampico Alto cuando los malos de Tampico tiraron unos cadáveres en el puente que une a Tamaulipas con Veracruz.
Y cuando días después un autobús de pasajeros circulando en la ruta de Tantoyuca a Pánuco fue rafagueado y muriera, entre otros, y de un balazo, un bebé en brazos de su señora madre.
El primero de diciembre del año 2018 cuando tomara posesión el góber obradorismo perjuró pacificar Veracruz en dos años.
Vamos en el quinto año del sexenio y estamos peor.
Mucho peor.
La silla embrujada del palacio quedó demasiado grande, casi casi zapatitos de payaso aldeano, a Cuitláhuac G. J.
Caray, insólito, mientras en Poza Rica los civiles son tiroteados y quedan heridos, el góber cacareando como chachalaca que la violencia va hacia la baja y “todo está bajo control”.
Su política de los ataúdes y sepulcros inaugurada ante el edificio de la Suprema Corte de Justicia de la Nación en la Ciudad de México pronto, pronto, antes de que el gallito bíblico cante tres veces, será enaltecida con tantos muertos, tanto tiradero de cadáveres, tantos feminicidios, tantos secuestros, tantos desaparecidos, tantas fosas clandestinas.
La alerta está encendida:
Los civiles siguen en la mira de la delincuencia organizada y común.

II (¡Vaya destino social!)
Uno:
Miseria y pobreza.
Dos:
Tres millones doscientas mil personas en el analfabetismo, incluido además de quienes no saben leer y escribir, los ciudadanos con las escuelas primarias, secundarias y bachilleratos inconclusos.
Tres:
El desempleo, subempleo, salarios de hambre y migración.
Cuatro:
Una vida cotidiana con sobresaltos. Asaltos. Secuestros. Desapariciones. Crímenes. Y fosas clandestinas.
Y cinco:
La población civil, en la mira de los malandros.
De los llamados “ajustes de cuentas” entre la delincuencia organizada... a los civiles en el gatillo.
El rafagueo en el bar de Poza Rica a los clientes, sin ton ni son.
Así nomás.
Por un lado, el abierto y procaz desafío a la autoridad.
Y por el otro, los ciudadanos de a pie, a la deriva social.
Al borde del precipicio.
Mejor dicho, con heridos y asesinatos, rodando ladera abajo.
La autoridad, en la prueba de fuego más dura de la historia.
Indicativo y significativo: Desde hace ratito está sucediendo.
En ningún momento inició el fin de semana.
Meses y años en el centro del abismo social.
¡Ya parece que Fernando Gutiérrez Barrios y Fernando López Arias lo permitirían!
¡Ya parece...!