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Viernes 20 enero, 2023

La cultura de los muertos

•El COVID la cambió...
•Morir sin decir adiós

ESCALERAS: El COVID modificó la tradición y la cultura en México para sepultar a los muertos. En vez de la kermesse que suele darse, por aquí el enfermo moría en el hospital era enviado a la fosa común y/o en todo caso, cremado y entregadas las cenizas a los deudos.
Morían y sin despedirse ni abrazar a los suyos.

Luis Velázquez

Ni menos darles la bendición. Morían, pues, en la terrible y espantosa soledad, hija del aislamiento. Incluso, varias semanas aislados, luchando entre la vida y la muerte.

PASAMANOS: Durante un ratito el COVID pareció volver a la normalidad. Los muertos siguieron velándose en las funerarias durante una noche completita y desfilando la familia, los amigos, los conocidos, los compadres, los vecinos.
En los pueblos y colonias, la tremenda pachanga. Comidita para todos, entre tamales y mondongo. Y cerveza. Y alcohol. Los hombres jugando a las cartas y hasta peleando en la madrugada por una jugada.
El muerto solito en el féretro, apenas, con la rezandera con el rosario en la boca y sola.
Varios familiares durmiendo en la silla y las bancas.

CORREDORES: Pero el COVID ha vuelto. La autoridad de Salud está reportando muertos. En algunas entidades federativas de nuevo el cubre-bocas. En negocios, plazas comerciales, restaurantes, cines, solo admiten con el bozal por delante.
Muertos que ya se están dando.
Por fortuna, está probado y comprobado, el ritual de los muertos de norte a sur y de este a oeste de la república es sagrado. Costumbre, hábito, tradición, cultura, forma de ver, mirar, valorar, sentir la vida.
En su narrativa literaria, Juan Rulfo escribió que en las noches y entre semana, los muertos platican. Y el sábado y el domingo organizan bailongos donde el alcohol circula en abundancia.
La Biblia profetiza que el Día del Juicio Final los muertos resucitarán. Y Dios cuide a todos si en la calle nos topamos con Adolf Hitler, José Stalin, Francisco Franco, Benito Mussolini y Atila.

BALCONES: A veces cuando por ahí corresponde acompañar a un muertito amigo en el velatorio y el sepelio, y dada la fiesta que suele darse dan ganas de volver al tiempo del COVID, digamos, y entre otras cositas, para guardar el respeto y la compostura al difuntito.
Y es que, caray, (ni modo, “la vida es así y qué le vamos a hacer!), pero el duelo de toda una tarde y una noche suele convertirse en un pachangón… pero de los vivos.
El güiri güiri. El chismerío. Los tijeretazos. El argüende. Hablar mal de los ausentes. Contar historias reales, pero poniendo unas gotitas de difamación.
Por eso, millón de veces que por aquí una persona fallece, si tal es la decisión familiar, luego luego a cremarla.
Y si ha de sepultarse, en automático, sin nada de exponer el cadáver a un velatorio desgastante.
Las costumbres, la tradición y la cultura, sin embargo, es poderosa y decisiva.
Por eso hay quienes afirman que nadie ama más a la muerte en el mundo como los mexicanos.

PASILLOS: La cultura azteca de la muerte es tan fuerte y poderosa, digamos, como la cultura de las picadas y las gordas, los tamales y las garnachas, el pulque y el aguardiente, la casa chica y los hijos regados.
El culto a los muertos con todo y kermesse está muy arraigada, hasta el tuétano social, y ni el poder, tan intenso, volcánico y avasallante, pudo ni podrá.
Como dijeran los expertos, significa atentar contra la nacionalidad.


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