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Diario de un reportero
Sábado 15 octubre, 2022

Maestros de lujo

La ética, eje rector
•Vidas memorables


DOMINGO
Profesora generosa



Cada persona habrá tenido en la vida un elenco de lujo de maestros. Los más respetados y admirados porque eran expertos en su área.
Además, porque sabían transmitir el conocimiento, a diferencia, digamos, de aquel alumno que aseguraba haber aprendido a odiar las matemáticas gracias a su profe.
Además, porque fueron respetuosos de los derechos humanos de los niños,adolescentes y jóvenes.
Entre otros, los siguientes para el escribidor.
El gusto por los libros y la disciplina de la lectura inició con la profe Praxedis Lagunes Capistrán. Era directora en la escuela primaria y maestra en la secundaria. Impartía la cátedra de Literatura.
Cuatro horas de clase a la semana. Dos horas, para ella. Dos horas, para los discípulos.
En su par de horas solía leer poemas en voz alta para “escuchar el tropel rítmico de las palabras”, decía.

Luis Velázquez

Luego, contaba la historia de vida de cada escritor y humanizaba la leyenda literaria de cada uno.
Las otras dos horas de clase de la semana eran para los estudiantes. Cada uno tenía diez minutos para recitar un poema y de memoria y para resumir su historia.
Generosa y solidaria, la maestra solía prestar libros de su biblioteca a los alumnos interesados.
Y si alguno se pasaba de tueste y quedaba con el libro “por aquella de libro prestado libro expropiado” se hacía tonta.

LUNES
La ética por encima de todo

Toda la vida se recuerda al sacerdote y filósofo, José Benigno Zilly, con una sonrisita. Pero también, con un libro en la mano izquierda.
Leía a todas horas. Impartía clases en el Seminario Menor y en la Facultad de Filosofía de la Universidad Veracruzana.
Y leía y leía. Y rayaba cada libro porque “libro leído libro rayado”.
Rayado el libro, las anotaciones servían para impartir la clase.
En su recámara en el Seminario los libros estaban acomodados hasta en los pasillos, las sillas, el ropero, la recámara, la sala, la estancia televisiva.
Impartía las materias de Ética y Filosofía. Y aseguraba, con su vida ejemplar, que la ética siempre estaba por encima de todo y con todo en la vida.
Por encima del diario vivir. Por encima del magisterio. Por encima de la política. Por encima del periodismo. Por encima, vaya, en toda relación humana.
Nunca, jamás, le interesó el dinero ni la vida lujosa ni los viajes ni una mansión. Todo su dinero lo ocupaba para comprar libros.

MARTES
Vivir la libertad

Con los libros, decía el maestro Diódoro Cobo Peña, ha de conversarse en silencio. Incluso, cada vez que se lee un libro es como si tuviera una plática sabrosa con el autor.
Nada más fascinante, precisaba el profesor de Filosofía, Pedagogía, Sicología y Literatura, como pasar una mañana, una tarde, parte de la noche, en suculento diálogo con el autor de un libro.
De hecho y derecho, como si se le estuviera escuchando y en exclusiva cara a cara.
Impartía clases en el Ilustre Instituto Veracruzano y en el Instituto Nocturno y en la antigua facultad de Periodismo de la Universidad Veracruzana.
Era cardiólogo y tenía un consultorio en la avenida Independencia en la ciudad jarocha.
Y como el techo del patio de su consultorio estaba cubierto, entonces, tenía libros hasta en un jardín.
Y allí sobre una banca, predicaba el evangelio cívico a los alumnos que le seguían y admiraban.
Siempre hablaba de la libertad. Ha de vivirse en libertad y con libertad, decía.
Es más, advertía que lo peor de la vida es militar en un partido político porque los jefes tribales quieren vasallos y esclavos, gente obediente, sumisa y occisa.
Y por añadidura, la libertad queda coaccionada.

MIÉRCOLES
Combatir el poder absoluto

El profe Francisco Gutiérrez parecía un abuelo. Y como los abuelos suelen quererse más, mucho más que a los padres, entonces, se le tenía enorme cariño y afecto y gratitud.
En las mañanas era maestro en escuela primaria. En las tardes, académico en la Fac. de Periodismo. Y en la noche, diagramaba páginas en un periódico local hasta medianoche, aprox.
Grandes tertulias a su lado. Siempre hablando de periodismo. Pero, vaya paradoja, con un “elemento novedoso en cada narración”, pues solía incorporar la anécdota y el chisme. (Enrique Krauze, Spinoza en el parque México)
Sus historias reporteriles estaban salpicadas de chismes. Y al mismo tiempo, con ironía y pitorreo. Como si a la sopa casera de letras, tan sabroso, se le pusieran unas gotitas de chile para “dar sabor al caldo”.
Brincaba así de la sacralidad de una historia, digamos, sobre políticos, a la burla y el humor.
“Siempre ha de combatirse el poder absoluto” decía.

JUEVES
Gran sentido del humor

Campeón del pitorreo, el ponderado y elegante maestro, Armando Correa Ghana.
Tan es así que, por ejemplo, los discípulos le apodaban “El comandante”, primero, porque Ernesto “El Che” Guevara era su dios terrenal.
Segundo, porque llegaba al salón de clases con playeras con la cara de El Che en el frente y la retaguardia de la camiseta.
Tercero, porque los fines de semana organizaba tertulias etílicas en su casa y, claro, la punta de partida dialógica era El Che.
Y cuarto, porque cada clase la convertía en una conferencia magistral con debate de por medio, todo y todo en nombre de la libertad.
Con frecuencia a las tertulias aquellas llegaban intelectuales, escritores, poetas, pintores, músicos famosos y radicados en la Ciudad de México y la noche terminaba plena de luz y gozo cuando se escuchaba el ruido del carro recolector de la basura en la calle.
En el movimiento estudiantil del 68, con sus alumnos en la Facultad de Periodismo salió a caminar en las calles y avenidas de la ciudad jarocha gritoneando la libertad.

VIERNES
Cada día el mejor karma

La regla de la vida de don Alfonso Valencia Ríos fue siempre la alegría vital. La bilirrubina en su más alto decibel en cada nuevo amanecer. Los astros acomodados de su lado por la energía cósmica con que cada día caminaba en la vida.
Un profe y un periodista con una fuerza interna para estar, ser y trascender.
Maestro rural en las zonas indígenas de Veracruz solía toparse en las giras con el obispo Rafael Guízar y Valencia.
Y modelado en medio de indígenas, nunca fue doblegado por los días negros y oscuros de la vida.
Vivía con una disciplina férrea, más dura y ruda, digamos, que un militar.
Era modesto, con bajo perfil.
Nunca vivió para hacer dinero porque simplemente jamás fue prioridad.
Su obsesiva obsesión fue contar historias desde el periódico, una pasión que trasmitía en el salón de clases.
Vivir para el periodismo. Las noticias del día con día. Sin tomar partido a favor ni en contra.
Siempre se resistió, por ejemplo, a escribir una columna periodística. Quizá, como dicen en el bajo mundo, porque un reportero que se vuelve columnista se transfigura en un francotirador.
La libertad fue su religión literaria. Escribía de los políticos, pero se mantenía lo más lejos posible, sin volverse confidente de ninguno. Menos, “tirar su espada en prenda” por ellos.


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