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Sábado 06 agosto, 2022

Los astros en contra

•Un mundo frustrante...
•Y de frustrados

UNO. Los astros en contra

La historia de Arturo N. es dura y ruda. Una biografía con vientos huracanados.
Hijo de un campesino en la sierra de Zongolica, siempre en la precariedad, las grandes limitaciones de las familias pobres y hasta en la miseria,

Luis Velázquez

estudió en la Facultad de Comunicación, FACICO, de la Universidad Veracruzana, soñando con contar historias.
Terminó la carrera y en un periódico le abrieron las puertas. Fue reportero de información general.
Al ratito, cuatro, cinco años después, lo despidieron “en un reajuste de personal” le dijeron.
Entonces, tocó puertas en otro diario y se las abrieron.
Y como una maldición, dos, tres años más tarde, también le dieron las gracias que “por reajuste de personal.

DOS. Era el único reportero

Con un salario miserable (cinco mil pesos mensuales) y sin las prestaciones económicas, médicas y sociales establecidas en la Ley Federal del Trabajo, todo, por el periodismo, siguió tocando puertas.
Pero las puertas y ventanas se cerraron.
Fue cuando lanzó un periódico digital, aterrizando el sueño heroico de cada reportero de tener su diario.
Era, sin embargo, el único reportero del medio digital. Y como su padre, campesino, le enseñó a trabajar con “el acelerador metido hasta el fondo” tiempo y espacio se daba para tener actualizado el periódico digital.

TRES. Un riesgo el periodismo

Por desgracia, nunca pudo vender un anuncio. Tampoco suscribir un convenio, digamos, con un Ayuntamiento. Menos, mucho menos, con el gobierno del Estado y que tantos requisitos suele pedir.
Y el mundo, los sueños, la utopía, la esperanza, se derrumbó.
Y el único camino digno que le restaba era cerrar.
Y cerró.
Pero como para la fecha estaba casado y con dos hijos, y como los niños comen todos los días, buscó otras salidas, ajenas al periodismo.
Incluso, hasta maldijo el diarismo. Mucho trabajo para recibir quincenas de hambre, se dijo.
Además, y en el tiempo de los malandros y malosos, la riesgosa aventura de escribir historias sórdidas y siniestras.

CUATRO. Otra vez despedido

Se fue con sus hermanos a trabajar en una empresa de seguridad privada. De reportero a policía privado.
Buen salario… como para vivir tranquilo y con dignidad. Prestaciones de ley. Contrato, cierto, primero, por tres meses.
Pero luego, aprobada la primera parte laboral, otros tres meses, y después de un semestre, el contrato definitivo.
El mal fario, el pésimo karma, atrás de su sombra. Y de nuevo, caray, otro reajuste de personal, y otra vez, despedido.

CINCO. La migración, único camino

Ahora, está en la frontera norte, esperando el momento de brincar a Estados Unidos una vez “el pollero” encienda la luz verde.
Le cobró cien mil pesos para dejarlo tranquilo y seguro en Carolina del Norte, donde unos paisanos viven desde hace muchos años, y sin papeles, y trabajando en el campo.
Y cada mes envían las remesas a las familias. Y las familias, esposas e hijos, dichosos y felices, porque nunca les faltan los centavos, y en unos casos, construyeron su casita. Modesta y sencilla. Pero de su propiedad.

SEIS. Un mundo frustrante y de frustrados

Es el destino laboral de la mayoría poblacional.
De entrada, el 99 por ciento de los egresados de universidades públicas y privadas que encuentran una oportunidad reciben de salario unos 5 mil, 6 mil, 7 mil, quizá ocho mil mensuales.
Así, pueden pasar varios años. Simplemente, porque tal cual son los patrones. Y ninguna Ley Federal del Trabajo, ningún presidente de la república, ningún gobernador, los puede obligar a enterar salarios dignos.
Por eso, tantas y tantas frustraciones individuales y familiares…


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