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Viernes 17 junio, 2022

Once años sin Milo Vela

•Miguel Ángel López Vela, su esposa Agustina y su hijo Misael, asesinados hace once años

•Impunidad total: nunca se conocieron las razones de aquella despiadada masacre

•Publicó el libro "Todos están adentro", la matanza en los Llanos de La Víbora

•Creó y recreó la República de las Letras, la República de las Palabras/Luis Velázquez

  • Milo Vela. Su libro "Todos están adentro"

  • Milo Vela, su esposa Agustina y su hijo Misael

Las letras, las palabras y las frases escritas de Miguel Ángel López Velasco (Milo Vela) eran más poderosas, más fuertes, más canijas, que los tiros y las balas de una R-15.
Más, porque se apegaban a los hechos de quien vive y ve.
Y escucha.
Y registra.
Y sigue la pista.
Más porque las letras y las palabras eran hijas de la verdad al desnudo.
Dura y ruda.
Pero verdad canija.
Tanto que el 19 de noviembre del año 1991, en la madrugada, le causó su muerte.
Y a su esposa, Agustina Solana.
Y a su hijo Misael, fotógrafo.
En su casa.
De acuerdo con las versiones, más de cuatrocientos tiros.
Según las versiones, Milo Vela con tres tiros en forma de triángulo en la espalda y lo que expresa una práctica común en unos tiradores.
Hace once años.
Tenía 55 años.
Y en la mitad del mundo y la otra mitad era famosa su gran capacidad humorística y que al mismo tiempo significa la alegría de vivir, el festín de estar vivo, el banquetazo de la felicidad familiar y amical.
El gran sentido del humor y que se traslucía cada mañana en la edición de Notiver en los titulares de portada y que él escribía, quizá, quizá, quizá, pitorreándose a sí mismo y de sí mismo, como aquel editor de The New York Times que en la junta editorial únicamente pedía que lo dejaran escribir los titulares.
Se recuerda, entre tantas, una, la siguiente:
"Las secretarias de Villo... se drogan".
Villo era Virgilio Cruz Parra, presidente municipal de Veracruz.
Y las burócratas se drogaban porque a la mitad del trabajo diario se pintaban las uñas...
Otro titular que acaso también habría acuñado.
Por ejemplo, cuando llovía y llovía y llovía "y la gente corría y corría", y la ciudad se inundaba, el titular de ocho columnas era el siguiente:
"Glup, glup, glup".
Su risa, mejor dicho, carcajada, lograba el milagro químico:
Por ósmosis el interlocutor terminaba sonriendo luego de escuchar un chascarrillo, una palabra de doble sentido, una jiribilla de Milo Vela, quien cuando carcajabea los ojos se le iban cerrando hasta quedar unos puntitos negros.
Nunca, jamás, once años después, se conoció la razón de peso y con peso (si existió) para el triple asesinato.
Nunca un detenido, un indiciado, un procesado, un sentenciado.
Un crimen con alevosía, ventaja, premeditación, saña y barbarie.
Casi casi, el viejo oeste.
El llamado Estado de Derecho, evidenciado.

PRIMERA TOMA: Un reportero pitorreándose de la vida
Una mañana del segundo semestre del año 1992, un año después del fuego cruzado entre federales y militares en el llano de "La víbora", en los Llanos de Sotavento, con montón de asesinados, Milo Vela llegó a la oficina y entró al privado con una sonrisa gigantesca, efervescente, radiante.
Llevaba en las manos un folder con muchas fotografías.
Fotos siniestras y sórdidas.
Eran las fotos exclusivas del "choque de trenes" en La Víbora y que desde adentro del gobierno le habían proporcionado.
Quería mostrar el horror y el terror.
Escribía un libro... y que fuera publicado.
Era su primer libro y, parece, el único, porque la sala de redacción de un periódico (en el caso de Notiver) absorbe la vida.
Y más en un diario que suele cerrar la edición en la madrugada, dos, tres, cuatro, cinco de la mañana.
Anduvo reporteando arriba de la mesa y debajo de las cañerías.
Siguió la pista de la masacre en "La víbora" por todos lados.
Su fuente oficial le tenía una gran confianza.
Insólita confianza.
Merecedor que era por su integridad y su profesionalismo.
Una vida entregada al ejercicio periodístico.
Y por eso mismo quizá tanto le gustaba la sopa de letras a la hora de la comida.
El libro se llama, "Todos están adentro", jiribilla total, a tono con su picardía y sentido del humor, y en donde dejaba claro que, en efecto "todos (todo tipo de autoridad) estaba adentro, en aquella pifia donde unos servidores públicos transportaban cocaína en avión oficial en tanto otros funcionarios públicos los perseguían.
Y a la hora estelar, soldados contra policías federales, policía contra soldados.
"Todos adentro", pues.
El libro, hoy, parece, incunable, como los grandes libros del lado correcto de la historia.
Estudiante en la antigua y desaparecida Facultad de Periodismo (hoy de Comunicación) de la Universidad Veracruzana, rara, extraña ocasión le daba tiempo para asistir al salón de clases.
El periodismo chupaba su vida.
Giraba su vida alrededor del periodismo.
Alguna vez llegó a la facultad. La clase de Redacción iniciada. Entonces, se estaba en la lección de los Titulares Periodísticos.
El arte de cabecear en las páginas de un diario.
Ejercicios a tropel con los alumnos.
Milo Vela tomó los datos igual, igualito que el resto de los alumnos y en un dos por tres, antes de que el gallo cantara tres ocasiones, la tenía lista.
Y escrita con gran sentido del humor.
Sentado siempre de espaldas a la pared y en el fondo del salón levantaba la mano y la leía.
Y los compañeros sonreían.
Y así pasaba la clase completa, una hora, con titulares llenos de ironía y sarcasmo.
Era un joven alegre con el corazón y las neuronas alegres desparramando inteligencia lúcida.

SEGUNDO TOMA: El Quijote jarocho
A primera vista, tenía el mismo cuerpo de El Quijote, flaco.
Y, bueno, de seguro habría tenido un amigo confidente parecido a Sancho Panza.
Pero también su cuerpo delgado y su capacidad histriónica, incluso, si se quiere, ocurrencias geniales, recuerda, entre otros, a Eduardo Valle, El Búho, líder estudiantil del movimiento del 68 contra Gustavo Díaz Ordaz.
También evoca y convoca a Jairo Calixto Albarrán, el comentarista humorístico de Milenio TV.
Y ni se diga al escritor José Agustín, el noviecito que fuera de Angélica María, alfabetizador casi casi un niño en la Cuba de Ernesto El Ché Guevara.
Siempre, parece, andaba solo, como El Quijote con Sancho.
Y es que, por ejemplo, el maestro Diódoro Cobo Peña, médico, sicólogo, escritor, decía que "los grandes hombres andan siempre solos en el mundo".
De hecho y derecho, un Llanero Solitario, digamos, atrás de la noticia, consciente y seguro de que una exclusiva, una noticia de 8 columnas, nunca, jamás, jamás, jamás, se comparte, como tampoco se comparte una novia, una amante, una pareja.
Luego de cada día trajinado en el campo de batalla gastando la suela de los zapatos atrás de la noticia en la mañana se encerraba en el único diario donde trabajara, ¡vaya fidelidd y lealtad!, Notiver, a desgastar en la tarde/noche la columna vertebral escribiendo la columna y que, se sabe, tecleaba en la noche, resumiendo cada día durante muchos, muchísimos años.
Hacia la madrugada, dos, tres de la mañana, horas antes del cierre, iba a Los Portales a tomarse el último whiskazo de la noche portalera, solo siempre, quizá, platicando con algún mesero las novedades de la tarde y el comienzo de la noche.
Así, de pista en pista, de rastro en rastro, su columna debió haberse llamado "Siguiendo pistas" que pistas seguía como aquella famosa columna del periódico Excélsior, de la ciudad de México, denominada tal cual.
Siempre cuidó sus fuentes informativas.
Y es que la fuente, dice el viejito del barrio, es sagrada y ni siquiera, vaya, se le confía a Dios, menos, mucho menos, al Ministerio Público y/o al Juez.
Primero, antes, mucho antes de revelar una fuente, la cárcel.
Y si es un reportero descubre sus fuentes en automático está perdido.
Es hombre muerto.

TERCERA TOMA: El hombre sencillo, forma de vida
Era un hombre sencillo. Sencillo, sencillito, en su forma de vestir. Camisita sencilla. Pantalón sencillito. Zapatos sencillitos. Sin lujos.
Sencillo en su forma de ser. Accesible. Generoso. Solidario. Sonriendo siempre, siempre, siempre. Alegría de adentro, alegría de afuera.
Iba con su esposa al café de La Parroquia, siempre del brazo.
Nunca, jamás, como los inditos donde el hombre camina por delante tres, cuatro pasos de la mujer, su esposa, su pareja.
Así, en medio de la sencillez, hizo del periodismo una forma de vida.
Y de la vida, una obra de parte.
Y aun cuando cada periodista ha de tener su Milo Vela, hay vasos comunicantes, ejes rectores.
Por ejemplo: "Veinte y las malas" que con el cuerpo delgado y el corazón sonriendo bailaba salsa y cumbia como un bailarín elegante.
Era en la pista un torbellino.
También, en la vida.
Su sonrisa invitaba a ser feliz.

CUARTA TOMA: La República de las Letras
El viejo del barrio dice que por lo regular cuando una persona fallece y/o como en el caso, es asesinada con tanta saña, y más, con su esposa y uno de sus tres hijos, en automático se vuelve un santo.
Cierto.
Pero con Milo Vela, la regla constituye una excepción.
Cualidades y atributos, virtudes y facultades, dones, se imponen y magnifican solitos por su propio peso..., como de seguro conoció su alter ego, su amigo, el reportero Guillermo Wong (en paz descanse) y con quien hacía mancuerna en programa estelar en Telever.
Fue bautizado como Miguel Ángel López Velasco. Pero él decidió llamarse "Milo Vela".
Un hombre dichoso. Un periodista feliz, en la república de las letras, la república de las palabras.
Y de claroscuros... que todos, todos tenemos.
Y como dijera el amigo de siempre, "quien esté libre de pecado..." que arroje todo el lodo fermentado en las entrañas.


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