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Sábado 03 abril, 2021

El Señor de los Tamales

•Puntual, llega a las 6 P.M.
•Festín gastronómico

UNO. Los tamales de la colonia

El señor de los tamales en el barrio llega todos los días en punto a las 6 de la tarde.
Se anuncia con el traca-traca de una camioneta vieja y destartalada que le sirve para la vendimia, buscando siempre el dinerito para garantizar

Luis Velázquez

el itacate y la torta en casa. Luego, los vecinos tienen la certeza de su llegada cuando escuchan su voz en el micrófono portátil, siempre pronunciando una sola palabra repetida de manera incesante: “Tamaaaleess. Tamaaaleess”.

DOS. Tamales a Hernán Cortés

La primera vez cuando se metiera al fraccionamiento la mitad de los vecinos y la otra mitad apostó “veinte y las malas” que fracasaría.
Pero luego de una semana y una quincena y tres semanas y un mes, etcétera, quedó manifiesto que sus tamales se volvieron un éxito.
Y nada mejor que de cara al Golfo de México dar tupido y duro a la masa.
En el año mil 450, Hernán Cortés quedó fascinado cuando la Malinche con las diecinueve doncellas de Tabasco que le acompañaban, se pusieron a echar tortillas sabrosas y exquisitas a la orilla de la playa y hacer tamales.

TRES. 200 tamales cada tarde

El tamalero es un hombre cincuentón. Robusto. Excedido de peso. Con cara redonda, de doble plato. Fornido. Moreno moreno.
Siempre llega acompañado de la misma dama. Una señora igual de robusta. Excedida de peso.
El señor conduce y la señora entrega los tamales cuando los clientes aparecen. Y cobra.
La señora hace los tamales en casa ayudada por la familia. Y cada tarde, en el fraccionamiento, llegan a vender hasta doscientos tamalitos.
Unas veces, cuando quizá todavía les quedan unos tamales, suele dar la segunda y la tercera vuelto y son las 9 de la mañana y su grito callejero sigue escuchándose.

CUATRO. Festín gastronómico

Son tamales de masa y elote. Picosos y de dulce. Con dos tamalitos, el estómago queda satisfecho. Pero como son sabrosos, entonces, hasta tres llegan a comerse en un festín gastronómico antes de sentarse en el reposé para escuchar las noticias.
Es más, hay vecinos que suelen invitarse entre ellos para cenar los fines de sábado y han decidido que un banquete de tamales es lo más antojadizo y rico.

CINCO. Competitivo tianguis

Antes, ningún vendedor entraba al fraccionamiento. Ni siquiera, vaya, carpinteros, albañiles, fontaneros, electricistas, etcétera.
De pronto, empezaron a llegar los jardineros y después los otros, y ahora, los tamaleros y los volovaneros y los barquilleros y los esquiteros y el señor que compra aparatos mecánicos dados de baja como fierro viejo.
Total, el barrio se ha vuelto un tianguis competitivo. Únicamente falta que los choferes del transporte urbano de pasajeros también entren con el pretexto de trasladar a las asistentes domésticas, digamos, en las horas pico. Entrada y salida.

SEIS. Tamales con carne de perro

Por lo pronto, el fraccionamiento ha perdido la privacidad, y de paso, la tranquilidad paradisiaca de otro tiempo, donde día y noche únicamente estaba poblado por la soledad, las horas reposadas, sin sobresaltos.
Incluso, calles desiertas, sin ningún ruido exótico, gente gritando en la calle.
En las mañanas, los volovaneros terminan la canasta en un dos por tres vendiendo a los compas albañiles en las casas en proceso de construcción.
Y en las tardes, el señor de los tamales es el mensajero de Dios porque es el único merodeando en las calles.
Una señora dice: “Yo nunca compro tamales porque estoy segura de que los pedacitos de carne que le ponen son de perro”.


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