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Jueves 26 noviembre, 2020

Familia a la deriva

•Hijos de un migrante
•Una vida de carencias

UNO. Familia a la deriva

La señora L. es trabajadora doméstica. Hace 7 años el esposo se fue de migrante a Estados Unidos. Desde entonces, nunca ha regresado. En los primeros 3 años envió los centavitos para la esposa y los hijos y los padres ancianos. Luego, desapareció. Ni una señal.

Luis Velázquez

Entonces, ella, apenas con la escuela primaria, originaria de Medellí­n, se metió de asistente doméstica.
De entrada, una familia más a la deriva. Luego, la angustia económica. El dinerito, insuficiente para vivir. Comer. Vestirse. Después, la desintegración familiar. Los hijos creciendo y agarrando camino.

DOS. El corazón se fue por otro lado

El padre de la señora L. falleció el año anterior. La madre, todaví­a joven, unos cincuenta años, se juntó con otro hombre y agarró camino con nueva familia, lejos de los nietos.
En California, donde el marido vive, se juntó con una mujer. Guatemalteca de origen. Ya tienen par de hijos. Uno de 4 años y otro de 3 años. Con nueva familia, la familia de Veracruz, en el abandono.
Y ni hablar, el corazón y el sexo se fueron por otro lado, pero al mismo tiempo, dejando a la familia a la deriva, y sin ningún remordimiento.

TRES. Las cornadas del hambre…

La señora L. casó a los 18 años. Ella, ama de casa, luego luego, madre de familia. El marido, jornalero en el pueblo.
Y como “muchas cornadas da el hambre”, el hombre migró a EU. Y más o menos, la hizo laborando en un rancho. 7 años allá. Y con nueva mujer, nuevos hijos.
La señora L. tiene 35 años. Y como la soledad carcome los dí­as y noches, también se juntó con otro hombre.
Una hija, de 16 años. Y dos hijos, uno de 15 y otro de 14.

CUATRO. Una vida de carencias

Ella multiplica los peces y los panes y suele convertir el agua en vino. Es una gran administradora y hace sudar los centavos. Su austeridad es franciscana. El salario de trabajadora doméstica (300 pesos al dí­a y sin Seguro Social ni Infonavit) alcanza para comer.
Claro, desde hace mucho tiempo, ningún centavito extra queda para comprar ropa. Vestidos. Pantalones. Blusas. Camisas. Ropa interior. Por fortuna, y en dí­as de tianguis, el dinerito alcanza para comprar zapatos.
Una vida de carencias. Y lo peor, sin acariciar sueños y lo que significarí­a un privilegio.

CINCO. Borraron los apellidos del padre

Viven en modesta casita en colonia popular. Es propiedad de su nueva pareja y en donde aceptó a los 3 hijos.
Amontonados en casa, duermen hasta en la salita y el mini/comedor.
En la colonia crí­an unas tres, cuatro gallinitas. Y cuando, por ejemplo, es cumpleaños de un hijo, de ella o de su pareja, entonces, agarran un bichito y lo matan y lo cocinan y se trata de un banquetazo de lujo.
Así­, la van llevando y son felices. Los 3 hijos le dieron la bendición al padre y hasta se quitaron el apellido. Usan los apellidos de la madre.

SEIS. Estragos de la migración

La migración es canija. Las familias desintegradas. El marido se va y encuentra trabajo, pero también, pareja.
En otros casos, es igual o peor. El esposo regresa, digamos, hacia fin de año, y tiene relaciones sexuales con la esposa y la contagia del VIH.
La señora L. ya sacó de su corazón y las neuronas, también del hí­gado y del sexo, al padre de sus hijos. Pero mucho, demasiado le costó.


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