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Miércoles 25 noviembre, 2020

La tierra prometida

El ciudadano de a pie soñarí­a con que el gobierno de Veracruz “transformara el paisaje” (urbano, suburbano, indí­gena y rural) por otro “más adecuado para los seres humanos” (Carlos Sagan, Cosmos, 1980).
Un paisaje urbano, por ejemplo, sin el tiradero de cadáveres y de impunidad de norte a sur y de este a oeste.
Un paisaje sin feminicidios ni infanticidios ni activistas sociales, reporteros y polí­ticos asesinados.

Luis Velázquez

Sin desempleados ni menos, meseros y trabajadoras domésticas y sexuales extendiendo la mano en la ví­a pública para una limosnita “por el amor de Dios”.
Sin jefes de familia en la angustia y la desesperación total porque fueron despedidos o están sin una chamba desde hace mucho, excesivo, demasiado tiempo.
Un paisaje sin sobresaltos a la vuelta de la esquina con un secuestro, una desaparición, un asesinato, una fosa clandestina.
Un paisaje donde todos, la mayorí­a, tuvieran garantizado un empleo estable, seguro y pagado con justicia laboral, y el acceso a los hospitales públicos para mantener el estado de salud en mejores condiciones, partiendo de la premisa universal de que un pueblo sano se vuelve más productivo.
Un paisaje con un profundo, inalterable, respeto a los derechos humanos, únicamente a partir de la aplicación de la ley y en donde la impunidad significara un fantasma, una pesadilla oní­rica sin mayor trascendencia.
Soñar, claro, “nada cuesta”. Nunca la Comuna de Tomás Moro fue posible. Ni menos el paraí­so socialista soñado por Pancho Villa en su retiro en la hacienda. Ni tampoco “la dictadura del proletariado” de Carlos Marx y Federico Engels. Ni menos, mucho menos, la tierra prometida deseada en Cuba por Fidel Castro y Ernesto El Ché Guevara.
Pero al mismo tiempo, se trata de la búsqueda de todos los tiempos. La tierra prometida le han llamado. Treinta años anduvo Moisés en el relato bí­blico soñando con el paraí­so terrenal para los judí­os.
En contraparte, vaya paradoja, Veracruz, en el primer lugar nacional en feminicidios, lo que nunca, jamás, jamás, jamás, fue vislumbrado como una profecí­a del mal.
La vida, en el peor infierno de la historia. Incluso, en el rincón más arrinconado del infierno, allí­ donde, cuenta la leyenda, ya nadie escapa y ha perdido la esperanza de pasar al purgatorio camino a la liberación.

PUEBLO INFELIZ

La vida de por sí­ es dura y ruda. Por todos lados, dolor y sufrimiento. Frustraciones. Intrigas. Calumnias. Rencores. Odios. Venganzas. Ajustes de cuentas. Pueblo infeliz.
Y si todaví­a de postre la vida se endurece, digamos, y entre tantas otras cositas por el desempleo, salarios de hambre, insultantes, y los crí­menes y la impunidad, entonces ningún pueblo puede soñar con la felicidad, considerando que montón de polí­ticos, teóricos, terapeutas sociales, sicológicos y siquiatras “se rasgan las vestiduras” cacareando que el ser humano vino al mundo para ser feliz.
Ninguna familia puede alcanzar la dicha, primero, si el jefe de familia está desempleado, y segundo, si quienes tienen un trabajo perciben salarios miserables, y tercero, si el acceso a la salud pública está limitado por ene número de razones, desde medicinas insuficientes en los hospitales civiles, el Seguro Social y el ISSSTE, hasta la incapacidad hospitalaria.
Lo más absurdo es que como en el caso local, Veracruz es un pueblo rico y pródigo en recursos naturales pero habitado por gente jodida.
6 de los 8 millones de habitantes en la miseria y la pobreza según el dato oficial del INEGI.
Medio millón de paisanos solo hacen dos comidas al dí­a, y mal comidas, debido a la precariedad en que viven.
Veracruz, primer lugar nacional en la producción y exportación de trabajadoras sexuales que venden el cuerpo para llevar el itacate a casa.
Uno de cada 3 jefes de familia garantiza la torta a los hijos y la esposa, quizá a los padres ancianos, con el ingresito obtenido en el changarro público.
Así­, ningún pueblo es feliz. Y el fracaso social de las tribus polí­ticas queda manifiesto.
Más, en un Veracruz donde doscientas familias son dueñas de más del 60 por ciento de la riqueza estatal.
Dos años van de la 4T, la llamada por decreto purificación moral y la honestidad valiente, y Veracruz, más que el paraí­so, el infierno social.

VIVIR EN EL FONDO DEL MAR…

Bastarí­a referir un dato: desde hace 28 años la mitad de la población y la otra mitad sueña con que la autoridad cambie el paisaje urbano, suburbano, indí­gena y rural, poblado de violencia cada dí­a y cada noche.
Así­, los jóvenes de 28 años de edad para atrás, toda su vida han visto un paisaje truculento y demoledor, lleno de violencia, donde “la muerte tiene permiso” y además, sin ningún respeto a la vida humana, como son los cadáveres colgados de puentes y flotando en los rí­os aguas abajo y los cadáveres decapitados y exhibidas las cabezas en mesas de antros, bares y cantinas.
Todos ellos (niños, adolescentes y jóvenes), lo único que han visto como paisaje en Veracruz es la violencia. El ajuste de cuentas. El fuego cruzado. Los desaparecidos. Las fosas clandestinas. El tiradero de cadáveres en fosas comunes.
Y si miran en la tele pelí­culas con las peores atrocidades de la vida (el viejo oeste, los hermanos Almada, El arracada, etcétera) dirán que es el retrato “en vivo y en color y al rojo vivo” de Veracruz.
La mí­tica canción de los marinos de que han decidido vivir en el fondo del mar “porque ya no se puede vivir en la tierra”, aplicada en toda su dimensión todos los dí­as y noches en Veracruz.


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