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Jueves 10 septiembre, 2020

Cornadas del hambre

•Ranchero, migrante en E.U.
•Con el morral a cuestas

ESCALERAS: Cornelio llegó del rancho a la vecindad para trabajar de jardinero, lavacoches y hacer mandados. Y hasta de velador.
Pero como “el hambre muchas cornadas suele dar”, con unos amigos se echó el morral a la espalda con par de mudas de ropa y ropa interior, y se fue de migrante sin papeles a Estados Unidos.

Luis Velázquez

Muchos años después, unos diez, allá sigue. 6, 7 años después de su partida envió por su novia y desde entonces, felices y dichosos en el paraí­so terrenal, su tierra prometida.

PASAMANOS: Todos los dí­as se levantaba a las 5 de la madrugada para lavar las 3 camionetas de los patrones y un hijo. A las 7 de la mañana, las unidades móviles relucí­an limpias y enceradas.
Entonces, pasaba a regar el jardí­n que era amplio, grande, como la mitad de un campo de béisbol.
A veces, también agarraba la moruna para cortar el monte ya crecidito. Y a machetazo limpio lo tení­a reluciente.
Buena mano para sembrar árboles y flores. En las tardes solí­a platicar con una que otra florecita porque, decí­a, tienen su vida y florecen a plenitud cuando se les platica y abraza y apapacha.

CORREDORES: En aquella mansión conoció a la trabajadora doméstica, de su edad, y originaria de otro rancho en Los Tuxtlas, como él.
Y noviaron, soñando que en el advenimiento de un bello dí­a donde los patrones les aumentaran el salario y pudieran casarse y ahorrar y hasta lograr una casita del INFONAVIT si es que, claro, la patroncita tení­a misericordia de ellos y afiliaba al Seguro Social.

BALCONES: Pero los sueños utópicos sueños son. Ilusiones. Quimeras. Irrealidades.
Uno, dos, tres años pasaron y los dí­as eran iguales. Igual el lunes que el viernes y el sábado. La vida de Cornelio, lavando los carros, regando el jardí­n, haciendo mandados. Y la vida de ella, cocinando, barriendo la casa con la escoba y pasando jerga y lavando y planchando la ropa de la familia, sin que una lucecita alumbrara el fondo del túnel donde viví­an.
Y así­, tal cual, se dijeron, nadie mejora, nadie prospera, nadie puede seguir viviendo.
Fue cuando Cornelio miró hacia otros lados y descubrió que unos paisanos estaban en Estados Unidos y soñaban a plenitud.

PASILLOS: Y simple y llanamente, renunció a los padrones dueños de aquella mansión soberbia de una cuadra con alberca gigantesca y gigantesco jardí­n.
Lo acusaron de todo. Traidor. Desleal. Ingrato. Mala leche. Y aun cuando terminaron aceptando que les hací­a falta, mucha falta, en ningún momento ofrecieron mayor salario.
Con unos paisanos se echó el morral con su ropita al hombro y partieron a la aventura.
Hace una década que se fue. Hace unos 3 años que envió dinerito a su novia y lo siguió. Y allá viven, en un pueblito de Carolina del Norte, en un ranchito, trabajando como jornalero y ella en la cocina y ganando en dólares.
Soñando con estar y ser.

VENTANAS: Según cuenta en un correo electrónico están felices. Viven bien. Ya procrearon un hijo. Y mientras aquí­ chambeaban todos los dí­as sin dí­a de descanso y sin ahorrar, allá, descansan sábado y domingo y han pasado los años ahorrando.
Por lo pronto, tienen descartado volver a Los Tuxtlas, de donde son originarios. Incluso, forman parte de una colonia de paisanos que muchos allá andan y mejor a que si estuvieran en sus pueblos. Entre todos se cuidan y procuran. Casi casi las comunas soñadas por Tomás Moro.


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