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Barandal
Sábado 08 agosto, 2020

Los olvidados de Dios

•Indí­genas de Veracruz
•Pobres y en la miseria

ESCALERAS: Celedonio Macuixtle Tecpile se llamaba. Era indí­gena y viví­a en Astacinga, uno de los municipios de la montaña negra de Zongolica. Toda su vida, con huaraches y ropita sencillita y un morralito donde cargaba su única propiedad en el mundo, una mudita de ropa. Dos que tení­a.

Luis Velázquez

Desde niño conoció la faena en el corte de caña, el café y los cí­tricos, que así­ se lo llevaban los padres cuando migraban al interior de Veracruz.
Su única herencia, también fue migrante hasta el fin de sus dí­as. Le sobrevivieron su esposa, Rosa Acáhuatl y sus hijos.

PASAMANOS: Noel se llama el hijo mayor. También conoció de niño la faena en los cañaverales. Con el mismo destino de todos los niños como era, es, la deserción escolar, pues significaban una mano de obra más para ayudar a los padres en el corte.
Pero un dí­a Noel soñó con un objetivo superior y se deslindó de Celedonio. Y partió de migrante. Primero, a Orizaba, la ciudad más cercana, y contratado de albañil. Luego, a la Ciudad de México, también de albañil, pero en la metrópoli más grande del mundo.
Hasta donde se sabe si se sabe bien, nunca volvió a Astacinga. Celedonio siempre vivió con el dolor y la angustia. El dolor de la ausencia, el olvido. La angustia si vivirí­a y le estaba yendo bien. Más o menos, bien.
CORREDORES: Las hijas crecieron y casaron. Una, parece, viví­a o vive en Zongolica. Otra, en la Ciudad de México.
Un tiempo, se emplearon de trabajadoras domésticas en las ciudades de Orizaba y Veracruz. Luego, la vida se abrió con otras posibilidades, cada parte aferrándose al legí­timo sueño.

BALCONES: Durante varios años, el antropólogo Gonzalo Aguirre Beltrán anduvo en Zongolica. Entonces, se cruzaron con Celedonio Macuistle. Y Celedonio fue, digamos, su guí­a en la montaña negra.
Lo guió. Lo contacto y relacionó. Le ayudó a ubicar los pueblos.
Incluso, Aguirre Beltrán le ofreció apoyarlo con su familia a una vida mejor. Digamos, ofertas laborales. Estudios.
Celedonio cometió el mismo error de la mayorí­a poblacional. Creer en la venta (burda y demagógica) de la esperanza.
Y el famoso antropólogo lo estafó. Nunca le cumplió. Total, lo miró como dice el politólogo Carlos Ronzón Verónica, “como un elemento desechable”.
Celedonio siguió para adelante. En lo suyo. Cortador de caña, café y cí­tricos en Veracruz.

PASILLOS: Un tiempo de su vida fue priista y quedó desencantado. Incluso, cuando un primo fue presidente municipal de Astacinga, nunca en los 3 años se acercó al palacio, a pesar, incluso, de que su casita de madera con techo de palma y piso de tierra se ubicaba enfrente del palacio, la escuela y la cancha municipal.
“Entre más lejos, mejor”, decí­a Celedonio de su primo, el alcalde.
Luego, migró del PRI. Nunca quiso escuchar el cántico del TINAM, “Todos los pueblos de la sierra están unidos”, que la izquierda delirante de entonces impulsaba y cuyos lí­deres terminaran presos.
Tampoco, claro, volvió a militar en otro partido. Lejos, insistí­a, lejos.

VENTANAS: Su padre, cortador de caña. Su abuelo, cortador de caña. Su tatarabuelo, cortador de caña.
El destino común marcando su vida. Siempre, pendiente de la familia. Pero sin ninguna posibilidad de crecer y desarrollarse. Un jornalero más de Veracruz, indí­gena, que falleciera en el anonimato.
La vida más difí­cil, más ruda, de los 8 millones de habitantes de una entidad federativa, rica, pródiga, abundante en recursos naturales, pero con gente en la pobreza, la miseria y la jodidez.
Así­ fue. Así­ somos. Así­ seguiremos…


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