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Viernes 31 julio, 2020

Justicia a medias

•Trato laboral digno
•Trabajadoras domésticas

UNO. Justicia a medias

En el Congreso de la Unión legislaron, o habrí­an legislado, para que las trabajadoras domésticas tuvieran Seguro Social e INFONAVIT.
Pero una cosita es la aprobación de la iniciativa de ley y otra, mil años luz de distancia, su aplicación en todas y cada una de las casas donde

Luis Velázquez

son contratadas.
La mayorí­a de las asistentes domésticas siguen igual. En el peor desamparo social, luego del millón de muertos en la revolución y de los trescientos mil muertos en la guerra de Independencia.

DOS. 60 años de lealtad

Aquella lucha social inició en la Ciudad de México con unas cuantas trabajadoras domésticas. Y se prolongó en algunas regiones del paí­s. Y llegó a la Cámara de Diputados.
Hubo, por fortuna, legisladores simpatizantes que abrazaron la causa y la hicieron suya. Y con justa razón.
Hay, por ejemplo, asistentes domésticas que dada la miseria y la pobreza renuncian a su identidad y en la adolescencia, incluso, empiezan a trabajar con la patrona y muchos años después, más de cincuenta, sesenta años, ahí­ siguen.
Es más, hasta en inventario personal de la casa se vuelven.

TRES. ¡Vaya patroncitas!

En la casa asignada “son de todo y sin medida”, pues viven dí­a y noche y hasta los fines de semana.
Sin seguridad social.
Sin derecho a jubilarse.
Tampoco sin derecho a juntar centavitos en los famosos y dichosos Afores para el retiro.
Y si enferman, entonces, la patrona las enví­a a la Cruz Roja.
Y si están inhabilitadas para el trabajo fí­sico por varios dí­as, semanas, la patrona les descuenta el pago correspondiente.
Por eso, la iniciativa de ley aprobada, parece, en el Congreso federal.
Pero otra es la realidad real.

CUATRO. Desdén patronal

Mucho tiempo después, las trabajadoras domésticas continúan sin el Seguro Social ni INFONAVIT.
Y si alguna de ellas insiste con la patrona, la regañan.
Y si insiste, entonces corre el riesgo del despido y sin liquidación por los años servidos.
Ningún sector tan desprotegido en la vida social, económica y de salud, ya ni se diga educativa, como ellas.
Como ellas, cuando, y por ejemplo, los hijos de los patrones les llaman nana, mamá, tí­a, abuelita.
Es decir, el cariño de los hijos floreciendo en tierra pródiga para ellas, pero con el desdén social de los patrones.

CINCO. Graví­sima desigualdad social

Hay muchos otros sectores sociales desprotegidos.
A, las trabajadoras sexuales. B, los franeleros. C, los albañiles. D, los carpinteros. E, los plomeros.
F, los changarreros en la ví­a pública. G, los indí­genas. H, los campesinos. I, los músicos. J, los migrantes en la provincia y en Estados Unidos.
K, “los viene-viene”. L, los niños de la calle y en la calle. LL, los mandaderos. M, los jardineros libres. N, los pintores.
Todos ellos, en su conjunta, suman más, mucho más la fuerza laboral que los trabajadores con seguridad social.
La peor desigualdad social y económica, educativa y de salud, de seguridad y de procuración de justicia se vive y padece en México.
SEIS. Peor que hacienda porfirista
Se reconoce y aplaude que el Congreso federal legislara para una calidad de vida mejor para las trabajadoras domésticas.
El atolladero está en que nadie vigila la aplicación de la ley.
Y como toda la vida hay muchí­sima mano de obra desempleada, entonces, a la patrona resulta fácil despedir a las asistentes que pidan el Seguro Social y el INFONAVIT y contratar a otras y hasta con menor salario.
Ni siquiera en las haciendas porfiristas tanta crueldad social.


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