Todos los días…
•Son días de muertos
•La cara de Veracruz
ESCALERAS: Todos los días en Veracruz son días de muertos. Todos los días hay familias que llevan a los suyos al camposanto. También quienes reciben las cenizas en urnas y quizá las arrojen al Golfo de México o las conserven en casa.
Todos los días, la muerte acechando. Unas veces, por la COVID, pero también por el oleaje de violencia histórico, legendario y mítico.
Luis Velázquez
Lo dijo Manuel Acuña cuando lo despreciara Rosario de la Peña:
Aquí, en la tierra jarocha, ya no sabemos dónde se alza el porvenir.
PASAMANOS: Los días de fiesta han cambiado por los días de sufrimiento y dolor. Una mujer, un niño, un joven, un anciano, un familiar, un compadre, un amigo, un conocido, un vecino, integran la cadena fatídica de la muerte.
Solo faltaría honrar a “La Santa Muerte”, como sucede en el filme “Capadocia”, de la compañía Argos Comunicación de Epigmenio Ibarra, el cineasta preferido de López Obrador.
La página roja de los medios ha ganado en presencia. Si el periódico se sacude tantito escurre sangre. Si vuelve a sacudirse salen huesos. Y si se escurre más brotan cadáveres.
CORREDORES: De “la noche tibia y callada” de Agustín Lara, Veracruz ha pasado al cementerio más largo y extenso del Golfo de México.
La herencia más tétrica son las fosas clandestinas. La más conocida en América Latina, “Colinas de Santa Fe” en la ciudad de Veracruz.
El panteón privado que tenían los políticos, jefes policiacos, policías y carteles en el duartazgo.
Incluso, porque ahí sepultaban hasta funcionarios públicos ejecutados.
Pero como decía en buenos tiempos el sacerdote José Alejandro Solalinde Guerra, Veracruz es el fosario más grande del país.
Un día, la muerte por violencia se enseñoró en Veracruz y descubrió tierra fértil y aquí sigue, inderrotable.
BALCONES: Hay doscientos doce municipios en el estado. Somos un territorio más grande que algunos países de América Central, como Honduras, Guatemala, Salvador y Nicaragua.
Y ninguna demarcación escapa al tsunami de muertes.
Ningún alcalde puede festinar que su población la libró. Los malos están en todos partes. Se multiplican como los peces y los panes.
Mal fario, pésima vibra, maldición histórica, castigo divino, tierra pródiga por la inseguridad y la impunidad, la vida prendida con alfileres. La violencia, merodeando “a la vuelta de la esquina”.
PASILLOS: Todos los días son días de muertos en Veracruz. Nadie necesita esperar los dos primeros días del mes de noviembre para velar y sepultar a sus muertos.
Desde hace más de veinte años, los días y las noches son así. Y nada, absolutamente nada, indica ni posibilita que la vida cambie.
Desde que nacieron, cientos, miles de jóvenes únicamente han vivido a la orilla del precipicio, leyendo en los medios o escuchando a un familiar, un amigo, un vecino, sobre muertos el día anterior.
Veracruz, tiradero de cadáveres y tiradero de impunidad.
VENTANAS: Aquí, las policías municipales y estatales. La Fuerza Civil. La Guardia Nacional. Soldados y marinos, pendientes.
Y sin embargo, los malandros dueños del día y de la noche.
Quizá sólo resta copiar el modelo de Soledad Atzompa, el pueblo donde al inicio del sexenio guinda y marrón detuvieran, lincharan y prendieran fuego a seis secuestradores de profesores.
El lunes 20 de julio, otra vez. Los vecinos, irritados, enfurecidos, quemaron la unidad móvil de un par de secuestradores, se afirma, poblanos. Los detuvieron. Madrearon. Y otra vez, lincharon y prendieron fuego.
Justicia, se dirá, por mano propia. Sólo así, quizá, pudiera evitarse que en Veracruz todos los días sean días de muertos.