Historias Memorables
•Un feminicidio más
•Diez tiros le dieron
•Soconusco, cimbrado
Héctor Fuentes
Lo primero que llama la atención en Argelia Vázquez Ramírez son los ojos grises, o azules, quizá, en la foto de color. Es una mirada escudriñadora, que desde algún rincón del corazón y las neuronas observa, escudriña, taladra.
Y luego, las pestañas que bien pintaditas refulguen en la cara redondita dulce y tierna, piel blanca, muy blanca.
Después, los labios gruesos y chiquitos, parece, digamos, media sandía, la famosa sandía pintada por Diego Rivera, tan amante de la naturaleza.
Los labios están pintados de un color rojo discreto, tenue, suficientes para exaltar los labios tentadores.
Entonces, el lector se detiene en la frente amplia con la cabellera corta, cortita, como para tiempos de calor tropical, que resbala sobre las orejas y apenas, apenitas, dejan al descubierto la mitad de la oreja izquierda.
La caballera es lacia y ningún cabello está fuera por ahí, solito, como hierba floreciendo en el trigal.
El cuello es corto y con una blusita con colores mexicanos, pero de baja tonalidad (rojo, verde, amarillo), los hombros quedan al desnudo y multiplican el atractivo.
Unos tirantes aparecen a los lados sosteniendo la blusa.
Y del cuello pende una especie de collar con tiras color negro y la medalla se pierde en la blusa, a la mitad de los senos.
Ella tenía 38 años y el mediodía del martes 7 de julio tomó un tecito con su señora madre, Susana, de 70 años, y con su hija, Susana María, en su casa, en Soconusco, allí donde el presidente municipal levantara un Cristo redentor de 9 toneladas de peso y más de 8 metros de altura para corretear el COVID por si las dudas llegaba por ahí para sembrar el terror y la desolación en un tiempo donde la gente está muriendo demasiado rápido, aprisa y con prisa.
Luego de tomar el tecito, Argelia se fue a su casa y de pronto, como llovidos del cielo indígena, un par de sicarios entraron a la vivienda derribando la puerta a patadas y le dispararon.
Y si a Rosita Alvírez le pegaron tres tiros y solo uno era mortal, dice la canción, a Argelia Vázquez Ramírez le pegaron diez balazos.
En el pecho y los brazos.
Diez casquillos de calibre .45 milímetros y .9 milímetros.
Un asesino era robusto y el otro flaco, casi casi como "El gordo y el flaco" de la vieja serie televisiva norteamericana y/o "El gordo y la flaca" del programa VIP de la tele gringa.
Luego del crimen, el par de sicarios huyó en una motocicleta para fugarse lo más rápido posible, en medio de los automóviles circulando, sin que nadie los detuviera.
Otros, sin embargo, dicen que huyeron en un autor color gris, casi casi "La banda del automóvil gris" a la que en la Ciudad de México perteneciera Gabriela Olmos, "La bandida", su vida llevada al cine con la actriz Sandra Echeverría.
Argelia tenía un negocito. Un depósito de cerveza en el poblado Villa Juanita, de San Juan Evangelista.
Fama pública en Soconusco que solo permanecía tres días a la semana en su casa y los cuatro días siguientes de la semana solía desaparecer.
Y cuando le preguntaban su lugar de destino decía que iba a trabajar, aun cuando nunca especificaba el lugar y el centro laboral (Notiver, miércoles 8 de junio).
Se consumó así un nuevo feminicidio en Veracruz.
Y "veinte y las malas" que habrá de quedar impune, cien por ciento impune, como tantos otros, cientos...