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Viernes 26 junio, 2020

Estragos del COVID

•Madre con 2 hijos
•Jardinero, a la deriva
•Vivir de la caridad

ESCALERAS: La historia es tan sencilla como dramática, atroz y desesperada, cruda y avasallante. En la colonia La Loma, en la ciudad de Veracruz, una madre subastó la tele de su casa a cambio de un par de pollitos para alimentar a los hijos.

Luis Velázquez

La niña tiene 4 años de edad y el niño un año.
Ella es trabajadora doméstica, de casa en casa. Y desde 4, 5, 6 semanas, está sin chamba. Las patronas les dieron las gracias… hasta para cuando levanten la cuarentena y que, bueno, va pa´largo

PASAMANOS: Entonces, y como vive al dí­a, tocó puertas. Y nadie las abrió. Pidió una oportunidad aunque fuera por unas horas y nada. Y sus limitados, escasos, poquí­simos ahorros se fueron debilitando.
Y una mañana amaneció sin nada. Y los niños tení­an hambre.
Entonces, en la desesperación y la angustia, los niños llorando por un pedazo de pan, un vasito con leche, un pancito, un taquito de frijoles, agarró la tele y la vendió, digamos, al mejor postor.
Lo de menos era pedir limosna. Extender la mano para una ayudadita en nombre de Dios. Plantarse afuera de una iglesia para la compasión y la misericordia por si las dudas por ahí­ llegaba un feligrés.

CORREDORES: Pero “el hambre muchas cornadas” suele asestar como intitulara Luis Spota a una de sus novelas cumbres donde, por cierto, cuenta la historia de los trabajadores en huelga reclamando vida digna.
Y vendió la tele. Y quizá los centavitos le alcanzaran para unos dí­as más. Luego, sobrevendrí­a el infierno, la recesión, la hambruna, el peor de los peores dí­as de su vida.
Unas personas generosas lo fueron.

BALCONES: Muchas historias canijas viene arrastrando el bichito chino. Por ejemplo:
El jardinero del barrio. Semanas hace que ni una chambita. A veces, por ahí­, arregla un solo jardí­n a la semana. Cobra quinientos pesos, insuficientes para mantener a la esposa y a un par de hijos, uno de ellos, de unos veinte años, su asistente.
Entonces, y de plano, envió a los dos hijos con sus abuelos al rancho en Los Tuxtlas y en donde, cuando menos, les darán las tres comidas y una recámara donde dormir.
El jardinero ahora lava coches a domicilio. Otras ocasiones, solo pide le regalen el periódico para venderlo en la tienda de abarrotes de la colonia popular donde vive.
Dí­as, semanas, meses, sin trabajo, dice.

PASILLOS: Clara es cultora de belleza. Manicure y pedicure a domicilio. Diez semanas sin trabajo. El 90 por ciento de las clientas fijas le pidieron comprendiera la situación, pero lo sentí­an, hasta que el COVID se vaya.
Dos de ellas, para fortuna, a quienes arreglaba cada quince dí­as, le están depositando cuatrocientos pesos al mes en la cuentita bancaria de su hija asalariada equivalente al pago de sus servicios, pues, dijeron, entienden las circunstancias.
Pero la mayorí­a, hasta nuevo aviso.

VENTANAS: Paty es trabajadora doméstica. Veinte años de antigí¼edad con la patrona. Fue nana de 3 niños. Hací­a el desayuno, la comida y la cena. Barrí­a la casa y pasaba jerga. Lavaba ropa y planchaba. Se levantaba a deshoras cuando los niños estaban enfermos, porque la patrona dormí­a.
Entonces, llegó el COVID. Y los veinte años valieron para un cacahuate. La despidieron. Y la enviaron a casa sin el pago de cada semana. Con la promesa de que cuando la cuarentena esté levantada puede volver.
Desde luego, casi casi les mienta la madre. Se fue echando chispas. ¡Tanta ingratitud! Corazones duros, ricos y pudientes como son.


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