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Miércoles 24 junio, 2020

Policí­a, oficio ingrato

Ta´canijo ser policí­a. Municipal o estatal. Por ejemplo, en Veracruz, más de cuarenta elementos asesinados en el último año y medio. También, y por desgracia, policí­as autores de la violencia. Uno, municipal, disparó y mató a un albañil en Huiloapan.
Son la punta más frágil y débil del aparato gubernamental. Y están ahí­, porque ni modo, como las trabajadoras sexuales y los migrantes, y uno de cada 3 jefes de familia chambeando en el changarro en la ví­a pública, es el único camino laboral que existe y/o les resta.

Luis Velázquez

Por lo general, apenas cursaron la escuela primaria. Quizá, incompleta la dejaron. Ingreso bajo, por más y más cacayacas anunciando mejora salarial. Y todos los dí­as y noches, despidiéndose de la esposa y los hijos, conscientes, seguros, de que podrí­an regresar a casa convertidos en cadáveres.
Sus vidas, en medio del fuego. Mejor dicho, entre la espada y la espada.
Por un lado, los carteles y cartelitos, malandros y malosos, sicarios y pistoleros, incluso, ofreciendo tentaciones que a veces parecieran irresistibles cuando se recuerda la situación económica familiar. Los pendientes. La comedera todos los dí­as para los hijos y la esposa y hasta los padres ancianos. La salud. Los zapatitos cuando se acaban, la ropita nueva. Y ay si la familia, un hijo, por ejemplo, enferma. Y enferma, digamos, y de gravedad, a la mitad de la noche.
Memorable aquel tiempo cuando unas viudas de palacio se juntaron en Xalapa para protestar y exigir desde la escalinata de la Catedral las promesas ofrecidas.
Memorables las esposas de los policí­as desaparecidos de Úrsulo Galván, entregados, todo indica, a los malosos.
Oficio ingrato ser policí­a. Duro y difí­cil. Todos los vientos sociales en contra. La fama pública (en muchos casos, sin duda, infundada) de que se le tiene más temor y miedo a un policí­a que a un ratero, porque el ladrón te asalta, roba y huye, y el poli te roba, madrea, acusa de ofensas y agravios, lleva al cuartel, y hasta mata en las mazmorras.

VICTIMARIOS Y VíCTIMAS
La vida es canija y los polis son victimarios y ví­ctimas, como escribiera Raymundo Riva Palacio en la columna "Estrictamente personal".
Ví­ctimas. Al momento, más de cuarenta asesinados, todos en la impunidad, pues nunca, jamás, la Fiscalí­a General ha rendido cuentas de procesos penales a los presuntos homicidas, quizá, malandros, barones de la droga, jefes narcos.
Victimarios. En el duartazgo, policí­as y jefes policiacos, funcionarios públicos y polí­ticos, fueron señalados de desaparición forzada, aliados con los carteles y cartelitos para desaparecer personas.
Sueldos bajos, con urgencias familiares inevitables como cualquier jefe de familia, con frecuencia sin el legí­timo derecho a la antigí¼edad laboral ni menos a tener una vivienda digna, las circunstancias los empujan a ponerse al servicio de los malos.
El trasfondo es uno solo, dice Riva Palacios. "El abandono institucional en el que los tienen los gobiernos federal y estatales".
Además de que los malos suelen estar mejor armados, con mejor equipo, entrenados y capacitados.
Y lo más indicativo y significativo, aun cuando los sicarios viven con la bilirrubina al más alto decibel todos los dí­as, al mismo tiempo, perciben mejores estí­mulos.
Y como dice el viejito del pueblo, millón de veces vivir la familia un tiempecito en el paraí­so que todo el tiempo con los vientos huracanados en contra y "atrapados en el infierno y sin salida".
Un solo dato estremecedor:
El 68.3 por ciento de los policí­as solo estudiaron educación básica.
La primaria.
Y en un mundo tan competitivo y competido, la primaria es nada, si se considera que ahora cuentan más las maestrí­as y los doctorados.

LA VIDA, COMO UN INFIERNO
Hay circunstancias inadmisibles. Un salario y prestaciones reciben los policí­as estatales y otro los municipales.
Un tipo de armamento tienen los estatales y otros, si tienen, los municipales, pues según los datos del INEGI dos de cada diez policí­as municipales son enviados a la guerra y sin fusil, es decir, sin armas asignadas.
Y si mueren, en el mejor de los casos los homenajean igual o mejor que a Gadafi, el perro policí­a estatal héroe de mil batallas, aun cuando por lo general, el adiosito institucional es suficiente.
Es más: dada la fama pública, cuando enfrentan a los malandros, tan sofisticadamente armados, incluso, armas para tumbar aviones y helicópteros como en las pelí­culas, resulta lógico que tengan, más que miedo, pavor.
Cada mañana al desayunar y partir a la faena del dí­a en la policí­a municipal y estatal, los elementos dejarán a sus familias "con el alma en un hilo" y el corazón estrujante y la veladora prendida para que regresen con vida a casa hacia el final de la jornada, con frecuencia, de 24 por 24.
La vida, como un infierno.


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