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8 Columnas
Miércoles 03 junio, 2020

Historias Memorables


Amor abnegado
•Pareja perdonada
•Era un infiel


Héctor Fuentes

Matilde vivió amor abnegado por su pareja. Un dí­a, él se fue de casa atrás de otra mujer y le dejó par de hijos menores de edad. Las faldas y el sonido mágico de las zapatillas lo enloquecieron y olvidó por completo a la familia.

Y muchos años después cuando de pronto enfermó de diabetes y su vida sexual se fue apagando y la mujer aquella, mucho más joven, se fue desencantando hasta abandonarlo, entonces Pedro quiso volver con Matilde.
Matilde habló con su señora madre. "Lo que tú digas", le dijo.
Habló con el sacerdote. "Un católico siempre debe perdonar. Y quizá Pedro ya se arrepintió".
Los hijos vieron con alegrí­a el regreso del padre.
"Okey", advirtió Matilde. "Lo hago por los niños. Pero dormirás en la sala".
Pedro era alcohólico. Del trabajo se iba a la cantina y todos los dí­as. Llegaba a casa "en calidad de bulto". Unas veces, unos amigos lo llevaban hasta "de palomita".
Y así­, en aquel tiempo, Matilde lo toleraba.
Luego, en el camino al Gólgota, Pedro terminó en un grupo de Alcohólicos Anónimos con tan buena suerte que pudo rehabilitarse.
Pero en los A.A. se encontró con una mujer alcohólica y sembraron esperanzas en el surco fértil.
Y se ayuntaron.
Fue cuando Pedro dejó a Matilde y los niños y de plano se fue a vivir con ella en la nueva vida renacida.
Así­ vivieron unos 4, 5 años.
La locura de los cuerpos ardientes en la terapia etí­lica.
Nunca, jamás, pendiente de los hijos. Ni un centavito para ellos. Tampoco estuvo al lado de ellos en los cumpleaños ni en el fin de cursos.
Se perdió en el vértigo pasional.
Pero los estragos del alcohol son canijos. Dejó de beber, pero la diabetes ya andaba por ahí­ en su cuerpo germinando en tierra fértil.
Y cuando la concubina lo dejó, entonces halló fácil volver a la casa primigenia.

DEL AMOR FíSICO AL AMOR MíSTICO
Alma de Dios, corazón tierno, fervor religioso por delante, Matilde facilitó el camino.
Varios años después del reencuentro, Pedro ya dormí­a en la recámara con los niños, pero guardando la sana distancia con la esposa.
Nunca, jamás, volvieron las relaciones sexuales. Pero fortalecieron la relación sentimental y espiritual.
Uno al otro se hizo compañí­a.
El, enfermo de diabetes, y ella, enferma de la presión arterial alta y con grandes altibajos, peligrosos, pero también enferma del hí­gado.
Se acompañaron en las enfermedades.
Se cuidaban y ayudaban entre sí­ para hacer la vida más fácil.
Más cuando ella debió ser internada en el hospital.
El amor fí­sico pasó al amor mí­stico.
Y el reencuentro, sin sexo, los ayuntó más.
Hace una quincena ella murió en el pueblo y se despidió de Pedro en paz, sin rencores, sin odios ni resentimientos, menos deseos de venganza y que nunca aletearon en su corazón.
La vida abnegada de una mujer para quien la vida eran su casa y la iglesia.


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