Historias Memorables
•Alcalde récord Guinness
•Murió y vitorearon
•Paseado en el pueblo
Héctor Fuentes
Un político en el pueblo fue presidente municipal en 4 ocasiones. Era feliz cuando le llamaban el alcalde Récord Guinness. "El pueblo así lo quiso", alardeaba. Y su orgullo era tanto que el día cuando murió, los hijos...
velaron el cadáver en casa. Y al día siguiente, tarde fresca del sepelio, primero, lo llevaron a la iglesia para misa de cuerpo presente.
Después, lo llevaron al palacio municipal para la guardia de honor de los alcaldes vivos y de la burocracia y de "las fuerzas vivas", ajá, de la población.
Luego, lo llevaron a la escuela primaria donde había estudiado.
Y luego lo pasearon en las calles del pueblo, digamos, como el último adiós.
De ahí, al cementerio, sepultado con los honores de la banda de guerra de la escuela primaria y salpicado con la música de la banda municipal que cada sábado en la noche tocaba en el kiosco del parque.
De su obra pública en el pueblo, las rancherías y las comunidades, nadie se acordó, y se ignora si habría trascendido en la vida social.
Fue la primera, y la única vez parece, cuando el cadáver de un hombre fue paseado en el pueblo como si fuera, digamos, el Porfirito Díaz o el Pedro Páramo de Juan Rulfo en su novela exitosa.
Incluso, según se recuerda, la familia contrató a un par de plañideras para que en el cementerio lloraran "a moco tendido" mostrando el (presunto) cariño de la población, sobre todo, de los pobres y de los llamados "pobres entre los pobres".
En el ejercicio del poder, aquel presidente municipal se había llevado el kiosco legendario y mítico del siglo XIX a su casa y lo puso en el patio para que sus hijos jugaran y se entretuvieran.
En su lugar, en el parque construyó una explanada para que la gente bailara con una orquesta que, entonces, fuera ubicada a ras del suelo.
UN SACERDOTE CONTRA UN ALCALDE
Para fortuna de la población, ninguno de los hijos fue alcalde, por más y más que algunos lo intentaron, pero en la elección interna del partido tricolor, ni modo, perdieron la contienda.
Eran los años de la dictadura priista, como en la película con Damián Alcázar donde ascendido a presidente municipal creó sus propias leyes y su propia Constitución local y su cadena de impuestos donde a cambio de dinerito recibía pollos, gallinas, gallitos, chivas y burros.
Con todo, el político aquel fue un Récord Guinness.
Nunca antes, ni después, un edil repitió ni siquiera, vaya, dos veces, menos cuatro.
Quizá habría servido con eficacia a la causa social la homilía del presbítero del pueblo, quien en cada misa dominical, desde el púlpito arremetía contra el alcalde Guinness.
Incluso, enfurecido, el edil lo citó en palacio con un par de policías, armados por si las dudas para intimidar.
Y el sacerdote lo encaró en el palacio.
"A sus órdenes, alcalde" le dijo.
El señor presidente municipal se zambulló en un discurso hablando de la separación del Estado y de la iglesia y recordando a Plutarco Elías Calles y Tomás Garrido Canabal, el góber precioso de Tabasco, ambos come-curas, ateos, herejes, apóstatas, y quienes declararon la guerra frontal, implacable, a los sacerdotes.
El presbítero lo escuchó en silencio. Con mesura y prudencia. Y lo dejó hablar y hablar y hablar y una hora después, desfogado, el alcalde le dijo:
"Bueno, es todo. Ya hablamos. Puedes irte", considerando, digamos, que la advertencia estaba en la cancha pública... por si continuaba con sus homilías.
El cura le dijo:
"Hablaste tú".
El siguiente domingo en la misa de las 7 de la tarde, el cura arremetió con más ganas en contra del alcalde Guinness.
Y el día cuando el edil muriera y lo llevaran a misa de cuerpo presente la ofició en nombre de la civilización y se abstuvo de la homilía para evitar el discurso incendiario pues el político ya estaba muerto y era de pésimo gusto hablar mal de los muertos.