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8 Columnas
Miércoles 01 abril, 2020

Historias Memorables


Alcalde récord Guinness
•Murió y vitorearon
•Paseado en el pueblo


Héctor Fuentes

Un polí­tico en el pueblo fue presidente municipal en 4 ocasiones. Era feliz cuando le llamaban el alcalde Récord Guinness. "El pueblo así­ lo quiso", alardeaba. Y su orgullo era tanto que el dí­a cuando murió, los hijos...

velaron el cadáver en casa. Y al dí­a siguiente, tarde fresca del sepelio, primero, lo llevaron a la iglesia para misa de cuerpo presente.
Después, lo llevaron al palacio municipal para la guardia de honor de los alcaldes vivos y de la burocracia y de "las fuerzas vivas", ajá, de la población.
Luego, lo llevaron a la escuela primaria donde habí­a estudiado.
Y luego lo pasearon en las calles del pueblo, digamos, como el último adiós.
De ahí­, al cementerio, sepultado con los honores de la banda de guerra de la escuela primaria y salpicado con la música de la banda municipal que cada sábado en la noche tocaba en el kiosco del parque.
De su obra pública en el pueblo, las rancherí­as y las comunidades, nadie se acordó, y se ignora si habrí­a trascendido en la vida social.
Fue la primera, y la única vez parece, cuando el cadáver de un hombre fue paseado en el pueblo como si fuera, digamos, el Porfirito Dí­az o el Pedro Páramo de Juan Rulfo en su novela exitosa.
Incluso, según se recuerda, la familia contrató a un par de plañideras para que en el cementerio lloraran "a moco tendido" mostrando el (presunto) cariño de la población, sobre todo, de los pobres y de los llamados "pobres entre los pobres".
En el ejercicio del poder, aquel presidente municipal se habí­a llevado el kiosco legendario y mí­tico del siglo XIX a su casa y lo puso en el patio para que sus hijos jugaran y se entretuvieran.
En su lugar, en el parque construyó una explanada para que la gente bailara con una orquesta que, entonces, fuera ubicada a ras del suelo.

UN SACERDOTE CONTRA UN ALCALDE

Para fortuna de la población, ninguno de los hijos fue alcalde, por más y más que algunos lo intentaron, pero en la elección interna del partido tricolor, ni modo, perdieron la contienda.
Eran los años de la dictadura priista, como en la pelí­cula con Damián Alcázar donde ascendido a presidente municipal creó sus propias leyes y su propia Constitución local y su cadena de impuestos donde a cambio de dinerito recibí­a pollos, gallinas, gallitos, chivas y burros.
Con todo, el polí­tico aquel fue un Récord Guinness.
Nunca antes, ni después, un edil repitió ni siquiera, vaya, dos veces, menos cuatro.
Quizá habrí­a servido con eficacia a la causa social la homilí­a del presbí­tero del pueblo, quien en cada misa dominical, desde el púlpito arremetí­a contra el alcalde Guinness.
Incluso, enfurecido, el edil lo citó en palacio con un par de policí­as, armados por si las dudas para intimidar.
Y el sacerdote lo encaró en el palacio.
"A sus órdenes, alcalde" le dijo.
El señor presidente municipal se zambulló en un discurso hablando de la separación del Estado y de la iglesia y recordando a Plutarco Elí­as Calles y Tomás Garrido Canabal, el góber precioso de Tabasco, ambos come-curas, ateos, herejes, apóstatas, y quienes declararon la guerra frontal, implacable, a los sacerdotes.
El presbí­tero lo escuchó en silencio. Con mesura y prudencia. Y lo dejó hablar y hablar y hablar y una hora después, desfogado, el alcalde le dijo:
"Bueno, es todo. Ya hablamos. Puedes irte", considerando, digamos, que la advertencia estaba en la cancha pública... por si continuaba con sus homilí­as.
El cura le dijo:
"Hablaste tú".
El siguiente domingo en la misa de las 7 de la tarde, el cura arremetió con más ganas en contra del alcalde Guinness.
Y el dí­a cuando el edil muriera y lo llevaran a misa de cuerpo presente la ofició en nombre de la civilización y se abstuvo de la homilí­a para evitar el discurso incendiario pues el polí­tico ya estaba muerto y era de pésimo gusto hablar mal de los muertos.


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