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8 Columnas
Viernes 29 noviembre, 2019

Vicente Leñero, el periodista


Por Francisco Ortiz Pinchetti

Se cumplen el próximo martes 3 de diciembre cinco años del fallecimiento de Vicente Leñero. Durante este lustro, su figura como novelista, guionista y dramaturgo se ha agigantado. Su obra literaria ha sido merecidí­simamente revalorada.

SinEmbargo

Varios de sus libros han sido reeditados y en su memoria ha habido homenajes y reconocimientos, premios literarios con su nombre y coloquios sobre su narrativa.
No ha ocurrido así­, hasta ahora, con su trabajo periodí­stico, que abarcó tanto la edición y dirección de publicaciones periódicas como la elaboración de crónicas y reportajes de ejemplar hechura. Y una encomiable labor, que no termina, en el terreno de la enseñanza del oficio que quizá más le apasionó -a partir en los años sesenta del siglo pasado- con su Curso de Periodismo por correspondencia, avalado por la escuela “Carlos Septién Garcí­a”.
Leñero, que se tituló como ingeniero civil en la UNAM, estudió periodismo precisamente en la Septién, cuando la carrera no tení­a siquiera nivel de licenciatura. Empezó a trabajar, todaví­a estudiante, en la revista Señal, una publicación católica. Y más tarde hizo sus primeros reportajes en la revista femenina Claudia, que acabó por dirigir en 1967. En 1972 fue invitado por Julio Scherer Garcí­a a dirigir Revista de Revistas, el semanario fundado por Rafael Alducin, en 1916, que fue “madre” del diario Excélsior y que a lo largo de seis décadas habí­a pasado por todos los formatos y conceptos imaginables.
Vicente lo transformó totalmente. La convirtió en una revista de gran formato, a la manera del icónico Life en español, con un contenido de reportajes, profusamente ilustrados, con fotografí­as a color desplegadas en ocasiones a doble plana, con un estilo novedoso e imaginativo en su temática y sus encabezados, muy libre, que combinaba asuntos sociales y polí­ticos trascendentes con crónicas irreverentes sobre las frivolidades cotidianas. A la vez, incursionó en otra faceta periodí­stica como articulista semanal del diario Excélsior.
De esa casa saldrí­a al lado de Scherer Garcí­a y un centenar de periodistas cuando Excélsior fue ví­ctima de un golpe represor dispuesto por el presidente Luis Echeverrí­a ílvarez, en 1976, para fundar ese mismo año el semanario Proceso, del que fue subdirector y en la práctica su verdadero editor: él la confeccionaba de cabo a rabo, semana tras semana. Al cumplirse 20 años de la aparición de la revista, de cuya empresa editora eran miembros del Consejo de Administración, Scherer Garcí­a, Enrique Maza y él decidieron retirarse.
En todos los medios mencionados ejerció Vicente su vocación reporteril, con textos admirables por su contenido informativo y su calidad narrativa. Cultivó, como se dice, todos los géneros, lo mismo la nota informativa que la entrevista, la crónica y el reportaje. Él siempre consideró que el reportaje era el más ligero de los géneros literarios, con lo cual por cierto nunca estuve de acuerdo. Desarrolló un estilo muy propio y peculiar, coloquial y desenfadado, a veces muy í­ntimo y a menudo humorí­stico. Le dio otra dimensión a la crónica y el reportaje. Y fue siempre enfático, radical, en no contaminar la labor informativa con posiciones polí­ticas o ideológicas.
Leñero periodista reunió gran parte de su trabajo en el volumen Talacha periodí­stica (Grijalbo, 1988). Ahí­ están sus trabajos emblemáticos como La Zona Rosa, El derecho de llorar, Raphael, amor mí­o, o Habí­a una vez un castillo, publicados en la revista Claudia; Una diana para la Diana, La noche triste de Raquel Welch, Arreola: Lección de ajedrez, En campaña, Sábado de box, La cargada o Méndez Arceo: encontrar a Dios fuera de la Iglesia, en Revista de Revistas.
En Excélsior publicó un reportaje sobre Cuba, presentado en seis entregas, uno de los trabajos periodí­sticos más completos y reveladores de la realidad en la isla caribeña bajo el régimen castrista, así­ como Una teologí­a para la revolución, sobre el movimiento de la Teologí­a de la Liberación en la iglesia latinoamericana.
También están en esa recopilación sus trabajos de temas polí­ticos publicados en Proceso, entre ellos La invitación de Salinas de Gortari, Estrenando Colegio Militar y la entrevista a Paquita Calvo, La guerrilla fue un error. Su reportaje mayor, Asesinato, sobre el doble crimen del matrimonio Flores Muñoz, fue publicado como libro en 1985 por la editorial ”‹Plaza & Janes.
“El periodismo me jaló mucho, me dio temas para escribir literatura”, contó en una entrevista en 2014, poco antes de morir. “Como novelista y narrador, le debo al periodismo mucho ””a la realidad””, para tener material para escribir. No se me ocurren buenas historias novelí­sticas, por eso casi siempre están muy apegadas a la realidad”.
Conocí­ a Vicente en 1964 cuando mi entrañable amigo -ya fallecido también- Francisco Ponce Padilla y yo lo visitamos en su casa de San Pedro de los Pinos. Ambos trabajábamos entonces en el Instituto Mexicano de Estudios Sociales (IMES), que dirigí­a su hermano, el sociólogo Luis Leñero Otero. Planeábamos un curso por correspondencia sobre Desarrollo de la Comunidad y Luis nos sugirió conocer la experiencia y el esquema operativo que Vicente empleaba con su curso por correspondencia sobre periodismo. En efecto, nos recibió amablemente y nos detalló la mecánica con que enviaba por correo las lecciones a sus alumnos y recibí­a y calificaba los respectivos exámenes. Ingeniero frustrado y escritor en ciernes (acababa de publicar Los albañiles, su primera gran novela), con eso se sostení­a económicamente, según nos confió.
Y me regaló un juego completo de las 40 lecciones de su curso, que aún conservo.
Ese curso se convirtió años después, en 1986, en el más completo, didáctico y práctico texto de periodismo en México, vigente hasta la fecha. Su Manual de Periodismo (Grijalbo, 1986), cuya autorí­a compartió voluntaria y generosamente con Carlos Marí­n, constituye el aporte docente del periodista, su legado a las generaciones que le sucedieron en el ejercicio del mejor oficio del mundo, como lo describiera Gabriel Garcí­a Márquez.
Volvimos a encontrarnos en 1973, cuando él era ya director de Revista de Revistas. Lo contacté a través de un amigo mutuo y compañero, Miguel íngel Granados Chapa, para hacerle llegar un reportaje sobre un conflicto electoral en Michoacán. Le gustó y lo publicó de inmediato, a la vez que me pidió otros trabajos. Poco después me invitó a incorporarme al semanario, como jefe de información. Y seguimos juntos desde entonces el tortuoso y fascinante camino del quehacer periodí­stico durante más de tres décadas, en las cuales siempre aprendí­ algo de él. Un abrazo, Vicente querido. Válgame.


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