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Diario de un reportero
Sábado 17 agosto, 2019

Oficio de neurasténicos

Tinta en las venas
•A la caza noticiosa


DOMINGO
Oficio de neurasténicos



El trabajo de un reportero es un oficio solo para neurasténicos decía José Pagés Llergo, el legendario director general del semanario Siempre!
Por ejemplo:
Mientras la población se guarda en su casa cuando hay una tormenta huracanada con el río desbordado, un trabajador de la información corre al encuentro del huracán y del río fuera de su cauce para contar la historia de los estragos.En tanto la gente común y sencilla se encierra en su vivienda cuando hay un tiroteo, fuego cruzado, cadáveres tendidos en la vía pública, detenidos, secuestrados y desaparecidos, un reportero sale a la calle para rastrear la información con el riesgo, claro, de “morir en el intento”.
Mientras los trabajadores del país tienen un día de descanso a la semana y cada día una jornada laboral de 8 horas, al reportero se le suele caer el día de descanso porque la noticia nunca tiene día ni hora-->

Luis Velázquez

para ocurrir y las horas laborales de cada dí­a se acrecientan, a veces, hasta 10, 12, 14 horas o más.
Y solo un neurasténico puede abrazarse con amor y pasión el oficio periodí­stico.

LUNES
A la caza de noticias


Oficio de neurasténicos:
En tanto la población duerme en la noche y descansa en el dí­a hasta con “un coyotito”, el reportero está de guardia en la calle o en la sala de redacción pendiente de las horas noticiosas y cuando todos descansan y duermen, el trabajador de la información sigue tecleando y llamando por teléfono para cazar los últimos hechos de cada dí­a y cada noche.
Mientras la población normal hace y cumple citas para desayunar, comer o cenar, vacacionar, pasar un sábado o un domingo en la tarde, con la familia, los hijos, los suyos, un reportero nunca puede hacer citas porque de pronto, en la esquina tiraron doce bolsas con restos humanos.
Por lo general, la población descansa el sábado en la tarde y el dí­a domingo, pero la familia de un periodista sabe (y por fortuna, con inteligencia) que el sábado y el domingo el reportero ha de trabajar, porque al dí­a siguiente circula el periódico.
Y solo estando neurótico se puede abrazar el periodismo como oficio y profesión de vida.

MARTES
Contar noticias antes de morir


El oficio reporteril es tan neurótico que un dí­a, el hijo de un reportero fue atropellado en la calle por un autobús urbano y el reportero, quien cubrí­a la fuente policiaca, asistió a cubrir el accidente de tránsito.
Tomó los datos. Estuvo pendiente de los pasos del Ministerio Público para dar fe. Se trasladó a la redacción del periódico. Escribió la nota. Y solicitó permiso al jefe para encargarse de su hijo muerto.
Don Manuel Buendí­a, el gran columnista polí­tico del siglo XX asesinado por la espalda en el sexenio de Miguel de la Madrid, lo decí­a así­:
“Un reportero ha de seguir contando historias un minuto antes de morir”, si tiene, claro, una muerte tranquila.
Y solo puede contarse una historia un minuto antes de morir… si se está neurasténico.
Gabriel Garcí­a Márquez anunció a un amigo periodista de Colombia su retiro del periodismo y la literatura.
“La memoria me está fallando”, le dijo. “y sin memoria, no soy nada. El Alzheimer ahí­ viene”.

MIÉRCOLES
Muchos vientos huracanados

Oficio el periodismo de neurasténicos. Por ejemplo, solo un neurasténico puede entregar tanta pasión laboral cada dí­a cuando percibe “sueldos de hambre” como decí­a Ricardo Flores Magón en 1910.
Sueldos, además, sin el pago de horas extras, tantas en el oficio reporteril.
Y lo peor, sin derecho al Seguro Social ni al INFONAVIT. Ni tampoco a crear y recrear antigí¼edad laboral para la hora de la jubilación.
Incluso, y con frecuencia, sin reparto de utilidades, y cuando se dan, una miseria. Mejor dicho, una vacilada, una humillación.
Y peor, en el momento inesperado el riesgo de un despido fulminante. A veces, porque un polí­tico con la piel frágil lo pidió al dueño del medio, y ni modo, para afuera, pues los intereses económicos se atraviesan.
Y por lo regular, saliendo del periódico hacia medianoche. Y en el caso de los editores, cuando el servicio del autobús urbano de pasajeros ya se cumplió y solo resta alquilar un taxi… con el salario tan jodido.
Viviendo con el sueldo a la quinta pregunta. Algunas quincenas, corriendo al Monte de Piedad a empeñar el único patrimonio familiar como pudiera ser el anillo de bodas.
Y a cambio, el patroncito exigiendo la más feroz entrega laboral, y con frecuencia, sin el derecho a tener un trabajo extra, pues demandan exclusividad total y absoluta.

JUEVES
Tinta en las venas…


Ignacio Manuel Altamirano fue cronista y también polí­tico. El dí­a cuando murió, la familia debió vender los muebles de la sala para comprar el féretro.
Ignacio Ramí­rez, El nigromante, fue cronista y articulista y polí­tico. El dí­a cuando murió lo velaron en su casa en las goteras de la ciudad de México por falta de recursos para cubrir el gasto en la agencia funeraria.
Alma Reed, la famosa reportera norteamericana en Yucatán reporteando el campo de concentración de Porfirio Dí­az, casada con Felipe Carrillo Puerto, el gobernador de entonces, muchos años después murió en la Ciudad de México. Y dada la pobreza familiar, sus cenizas fueron embargadas por la agencia Gayosso hasta cubrir los gastos.
El dí­a cuando el hijo de algunos reporteros de Veracruz han enfermado, algunos padres han tocado a los corazones de los polí­ticos para una ayudadita.
Y el dí­a cuando el hijo ha muerto, también han extendido la mano para la compra del féretro.
Solo los neurasténicos abrazan con enjundia y pasión el oficio reporteril. Unos, le llaman la vocación. Otros argumentan “tinta en las venas”.

VIERNES
Una tarde en el periódico


Oficio de neurasténicos, una tarde cualquiera en la redacción de un periódico es así­:
Desde sus celulares, algunos reporteros conversan, gritonean, ademanean para dar fuerza apabullante a sus palabras, bajan la voz, susurran como si hablaran al oí­do de una persona, vuelven a gritar, truenan los dedos exigiendo con señas un café a la secretaria.
En la mesa de edición, los editores carcajean, solitos. Se rí­en quizá de alguna travesura con un encabezado. Y al mismo tiempo, platican con el vecino, fregones para hacer varias cosas al mismo tiempo.
Entonces, a la sala de redacción entra un reportero y grita:
“¡Paren máquinas! ¡Traigo la nota de ocho columnas!”.
Y la respuesta de sus colegas es unánime, a gritos:
“¡Tu madre! ¡La de ocho ya está!”.
Un teléfono suena y resuena y vuelve a sonar y a resonar. Ningún reportero tiene la humildad de contestar. Tampoco un editor.
Desde su cubí­culo, el jefe de Redacción grita, digamos, para imponerse. Y pronuncia el nombre de un reportero o de un editor y todos saben que con ese grito llama al cadalso, a la hoguera pública al interfecto, y en donde, y por lo regular, las mentadas de madre son el lenguaje universal, vaya jefecito.
La vida es así­ todos los dí­as en la sala de redacción. Un oficio de neurasténicos. Y como escribió Carlos Fuentes en una de sus novelas, “¡Aquí­ nos tocó vivir y qué le vamos a hacer!”.


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