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Miércoles 14 agosto, 2019

Los polí­ticos son dioses

•El poder enloquece a todos
•Un dí­a empiezan a levitar...

UNO. Los polí­ticos son dioses

Cierto, hay quienes miran (y admiran) en un presidente municipal, en un gobernador, en el presidente de la república, en los secretarios de Estado y hasta en los legisladores locales y federales, a un dios.

Luis Velázquez

Durante el tiempo de su reinado, dueños del dí­a y de la noche, son los mandameses, como por ejemplo, Odorico Cienfuegos (Jesús Ochoa), el alcalde de Loreto, en la telenovela de Televisa. Casi casi Pedro Páramo, el cacique de Comala, en la novelí­stica de Juan Rulfo. Porfirio Dí­az Mori, en las alturas. “Es un prodigio de la naturaleza” le llamó León Tolstoi, el novelista ruso más famoso de la historia.
Pero… la devoción religiosa de llamar dios a un polí­tico encumbrado forma parte, digamos, de la cultura en los pueblos del mundo.
Bastarí­a la siguiente revisadita en la historia a partir, entre otras cositas, de las decenas de nombres, epí­tetos, adjetivos calificativos, con que la población ha llamado y sigue llamando a los polí­ticos sentados en la silla imperial y faraónica, la silla embrujada del palacio como decí­a Eufemio Zapata, el hermano menor de Emiliano, pues a todos, decí­a, enloquece.

DOS. La fuerza de la costumbre

Algunos de los adjetivos calificativos endilgados a los alcaldes, gobernadores y presidentes de la república, anexos y conexos, son los siguientes:
Demiurgo, profeta, el nuevo sol, el mesí­as, el iluminado, el enviado de Dios, el jefe máximo, el patrón, el patroncito, el tlatoani, el gurú, el tótem, el patriarca, el fetiche, el divino, el excelso, el lí­der, el hijo de Zeus, el caudillo.
Otros más:
La linterna mágica, el sol, la noche iluminada, la estrella, faro en la oscuridad, el gigante, el Hércules de la polí­tica, Superman, hacedor, el supremo, el prí­ncipe, el héroe, amo absoluto, su Alteza Serení­sima, Ave César y la esfinge.
Entre tantos otros.
Así­, el alcalde, el gobernador y el presidente de la república, anexos y conexos, ya no son llamados como tales, sino con el epí­teto más próximo.
Y contra tantos calificativos describiendo el poder omní­modo, nada ni nadie puede luchar.
Digamos, se trata de un fenómeno impetuoso y frenético, imposible de frenar. La fuerza de la historia. La fuerza de la costumbre.
“El gobernador es un dios y actúa como un dios y lo tratan como un dios” dice un morenista convencido de la nueva estrella del canal de las estrellas.

TRES. Los polí­ticos levitan

Un gobernador, por ejemplo, todos los dí­as tiene a su lado a un ejército de placebos, entre otros, secretarios del gabinete legal y ampliado, colaboradores, secretarios particulares y privados, secretarias, ayudantes, escoltas, bufones y diputados locales y federales.
Todos los dí­as, ellos luchan por ganarse un espacio en el corazón del jefe máximo, y por tanto, lo halagan para exaltar su frivolidad y magnificar su poder y soberbia.
Suelen hablar al oí­do para endulzar su corazón, pero también, para intrigar a los demás y ganarse su voluntad.
Y con tanta miel recibida, incluso, hasta en la intimidad nocturna, el polí­tico en la cima pierde la dimensión de la realidad, levita y llega a creerse y sentirse un dios, igual, igualito, que Vespasiano, el César romano descrito por Suetonio.
Y de pronto, se vuelve el señor de señores, el dueño del trono imperial y faraónico. Dios les queda chiquito. Ellos son los dioses.
Durante el tiempo de su reinado público, el polí­tico es glorificado y como decí­a Efrén López Meza cuando fuera ungido presidente municipal de Veracruz, “desde que soy alcalde… las mujeres me sobran”.
Claro, dejó de ser alcalde y las mujeres desaparecieron de su vida…


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