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Escenarios
Sábado 20 julio, 2019

“El Mil Usos”

•Mejor que Héctor Suárez
•Busca del sueño imposible

UNO. De Héctor Suárez a Pablo “N”

Igual que Héctor Suárez en la pelí­cula “El Milusos”, también en el pueblo apodaban a Pablo “N”, “El Mil Usos”, con mayúscula, pues su multiplicidad de empleos era insólita.
Campesino, albañil, pintor de brocha gorda, policí­a, vigilante diurno,

Luis Velázquez

velador, escolta, guarura, boxeador, chofer, taxista, más anexos y conexos incluí­an su biografí­a laboral. Siempre, en búsqueda del sueño imposible de un trabajo bien pagado, seguro y estable, cuando solo habí­a estudiado el tercer año de primaria, suficiente, decí­a, para saber leer y escribir y hacer cuentas.
Todo lo experimentó en la vida, digamos, productiva.
También fue migrante en la tierra jarocha, pues en cada corte de caña de azúcar, café y cí­tricos, partí­a entusiasmado.
Un tiempo fue migrante sin papeles en Estados Unidos.
Sus dí­as productivos los terminó como guardaespaldas de una dama propietaria de un prostí­bulo en el pueblo, quizá cuando alcanzó la plenitud de la vida, pues todas las noches se refocilaba mirando y admirando a las trabajadoras sexuales.
Era un “Mil Usos” sabio. Nunca, por ejemplo, se quejaba ni dolí­a de su destino.

DOS. “El charrito de oro”

De baja estatura, con tendencia a la gordura, cuerpo como una roca, fuerte y vigoroso el puño, en su tiempo de boxeador los fines de semana le apodaban “El charrito de oro”.
Y de oro porque ganó todas las peleas en el ring, incluso, trascendió la frontera local y anduvo por ahí­ de pueblo en pueblo agarrándose a trompadas con la vida.
Un tiempo cayó en la cárcel. En el penal de Allende. Era entonces pistolero de un lí­der sindical. Y en unas reñidas y polvorientas elecciones, los adversarios intentaron matar a su jefe luego de dimes y diretes en la Junta de Conciliación y Arbitraje.
Y cuando los sicarios del lí­der opositor sacaron la pistola, Pablo “N” fue más rápido y les ganó. Mató a dos pistoleros. Y luego, huyó.
Semanas después fue atrapado y encarcelado. Y durante un tiempo, su jefe estuvo pendiente de su tranquilidad penitenciaria y de la familia.
Luego, cuando brincó a la diputación local, olvidó por completo la gratitud a su ex guardaespaldas y nunca, jamás, se ocupó de la familia.
En la prisión también le entró a la boxeada. Y apostaba. Y ganaba. Y así­ entregaba dinerito a la familia para su manutención.

TRES. “El Mil Usos” feliz…

Sabí­a de sus lí­mites y por eso quizá nunca se quejaba. “La vida me ha dado lo que merezco”, decí­a.
Tampoco envidaba a los otros, digamos, con mejor calidad de vida. Ya grande, casi al borde de los 70 años y más, se metió en una escuela nocturna para terminar la escuela primaria. Pero al ratito, desertó. “Tengo emoción, pero ya perdí­ la fuerza fí­sica”, decí­a.
Entonces, viví­a de chambitas. Incluso, hacer mandados de casa en casa. También se alquilaba de velador. De las 7 de la noche a las 8 de la mañana, 13 horas consecutivas. Luego, terminaba su turno, desayunaba en casa, se daba un bañito y a dormir hasta las 3, 4 de la tarde, para comer con su pareja, y alistarse para la vigilia nocturna.
En un morralito cargaba su fuska, una pistola que conservaba por si las dudas en su trabajo de velador.
“El Mil Usos” le decí­an todos en el pueblo. Y él, feliz, sonreí­a.


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