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Diario de un reportero
Sábado 13 julio, 2019

Mascotas de periodistas

30 gatos de Hemingway
•La langosta de un escritor


DOMINGO
Mascotas de periodistas



Ernest Hemingway, el más grande cronista y escritor de su tiempo, tenía una villa en Cuba. Se llamaba Finca Vigía. Y además del yate en que salía a capturar peces y tiburones en el Golfo de México y surcar “los 7 mares”, también tenía treinta gatos y un perro, aun cuando otros dicen que eran sesenta gatitos.
Cada gato y el perro tenían su nombre, aun cuando cada vez que cambiaba de mujer cambiaba el nombre de su yate para felicidad de la pareja en turno.
Un gato era el preferido. Y cada vez que desayunaba, comía y cenaba, trepaba a su gato a la mesa para festinar su compañía.
Y le daba de comer. Y en cada platito con leche le servía unas gotitas de whisky y que tanto gustaban al gato aquel.
Eran sus mascotas, considerando que muchos reporteros, cronistas y escritores, igual que tantos otros, suelen tener la suya.

Luis Velázquez

Hemingway platicaba con su gato preferido. Quizá le expondrí­a como un profesor en el salón de clases los temas de las crónicas y novelas y cuentos que escribirí­a. Acaso ensayaba formas impactantes de comenzar y escribir el texto.

LUNES
12 gatos de Monsiváis


Carlos Monsiváis tení­a doce gatos. Cada uno con el nombre de un polí­tico pues así­ se pitorreaban con sus amigos de los polí­ticos de la época.
Cuando Monsi (así­ le llamaban los amigos) escribí­a frente a su máquina mecánica, trepaba a un gato al lado del escritorio. Y hasta le hablarí­a del texto.
En su casa en la colonia Condesa de la Ciudad de México tení­a una sala de cine. Un dí­a, invitó a sus amigos escritores a una comidita con Carlos Slim Helú, uno de los hombres más ricos del mundo. Luego, vieron una pelí­cula.
Uno de los amigos salió al baño. Y en el camino pasó por la sala donde Slim habí­a dejado su saco. Y al paso descubrió que no de los gatos orinaba en el saco de Slim.
Ya tarde, cuando Slim se retiró, el amigo escritor contó a los demás la orinada del gato sobre el traje de Slim. Y lo festinaba así­:
“Fui feliz. El gato hizo justicia divina a los obreros del paí­s ajustando cuentas con Slim”.
Todos reí­an… gracias al gato justiciero.

MARTES
Un gato culto


El cronista y escritor (ha publicado diez libros sobre los carteles), Ricardo Ravelo Galo también es animalista. Su gato se llama Mahlet. Solo tiene uno.
Durante muchos años fue su único compañero en su departamento en la Ciudad de México. Dormí­a a su lado en la cama.
Ravelo toca el piano y canta. Y, parece, hasta compone partituras. Y cada vez que toca, mientras Agustí­n Lara tení­a a un lado a una mujer, Ravelo tiene a su gato. Y le canta.
Luego, con algunas copitas encima, pasan al sofá de la sala de su casa y le cuenta historias. Y juega con Mahlet, de igual manera como Julio Cortázar, el cronopio argentino, escritor, cronista, cuentista, novelista, también jugaba con su gato con quien, incluso, miraban pelí­culas en su casa.
Una vez, Ravelo se estableció en Austria con su pareja. Dejó a Mahlet encargado con una amiga. Y 3 meses después, regresó a la Ciudad de México porque extrañaba mucho, demasiado, a su gato que, para entonces, ya habí­a enfermado atrapado y sin salida en el recuerdo, la nostalgia y la melancolí­a, pues, dice el chamán, “caras vemos y corazones ignoramos”.

MIÉRCOLES
La langosta de un escritor


Mascotas quizá, moda literaria o artí­stica, talismán para la buena vibra y el mejor karma, parte de la naturaleza humana, sabrá el chamán, pero un montón de escritores y cronistas han tenido gatitos y perritos, pero también, por ejemplo, langostas y hasta cocodrilos.
Por ejemplo:
Bukowsky, T. S. Elliot, Mar Twain, Truman Capote y Stephen King, todos norteamericanos, preferí­an los gatos como mascotas.
El francés Albert Camus tení­a debilidad por los gatos oscuros.
José Saramago, Juan Carlos Onetti, Pablo Neruda y Tennesse William preferí­an los perros.
El poeta francés, Gérald de Nerval, tan estrafalario, adoptó una langosta de mascota. Y en las tardes parisinas le poní­a un moñito y la sacaba a pasear en el malecón a la orilla del rí­o Sena y luego la amarraba a una luminaria para que se distrajera mientras él tomaba un cafecito con los amigos.
Flanery O”™Connor tení­a un pavorreal de mascotita y Virgilio, el gran poeta de la antigí¼edad, una mosca.
Dorothy Parker, dos cocodrilos, y a veces, lleno de misericordia humana, los sacaba a pasear para evitarles el aburrimiento que la distracción también es buena para los animalitos.
Cosas raras y extrañas de la vida: en la historia de Jesús nunca se cita que tuviera un animalito de mascotas. Ni siquiera, vaya, Eva y Adán en el paraí­so. Tampoco Luzbel en el infierno. Tampoco ninguno de los doce emperadores descritos por Suetonio.

JUEVES
Perra y gato, hermanitos


El corresponsal de Proceso en Veracruz, Noé Zavaleta, tiene una perra, Cocoa, y un gato, Archie, como el famoso galán de la historieta. Son sus mascotas y talismanes. Buena vibra le ha dado.
Cada tarde saca a pasear a Cocoa en el barrio donde vive en Xalapa y en la noche para el relax juega con Archie.
Por ejemplo, a veces cuando teclea sus crónicas o sus libros, la perra o el gato se le echan encima y quieren volverse el centro de su interés y le restan tiempo para la creación literaria.
Otras ocasiones, temprano, antes de amanecer, Cocoa se la planta enfrente y le clava la mirada hasta que lo despierta porque la perra amaneció con ganas de caminar y trotar y ni modo, ella, hembra al fin, manda.
Otra veces cuando va de vacaciones, la debe llevar, porque protesta y se inconforma. Y por lo regular, busca un hotel, una pensión, de perros para dejarla y cumplir sus pendientes.
Perra y gato han aprendido a convivir como hermanitos de la misma especie. Noé los ha enseñado a conciliarse.

VIERNES
Mucho se sufren cuando mueren


Naturaleza humana al fin, en la vida hay un montón de animalistas. Y aun cuando se pasan muchas horas, dí­as y noches felices con los animalitos, la realidad es que convivir tantos meses y años con ellos crea y recrea un mundo insólito de cariño y afecto y amor que cuando mueren pareciera la muerte de un familiar, una pareja, un hijo, un padre, un hermano, unos primos o tí­os.
Se trata de un dolor intenso. Y la mera verdad cuando se han tenido unas dos mascotas que en el camino han muerto, entonces, la decisión más sabia y filosófica es una sola: ni un animal más en casa.
Así­ sean un talismán, la buena suerte, un mejor fario, una bendición, una compañí­a fiel y leal, la prolongación de uno mismo.
Se sufre mucho, demasiado, cuando el perrito o el gatito de la casa fallecen. Y ni se diga el sufrimiento de los niños. O de los abuelos.
Los treinta, o sesenta, gatos de Ernest Hemingway le sobrevivieron. Y, claro, también habrí­an sufrido bastante. Y más cuando lo dejaron de ver y durante un tiempo quedaron al garete y luego el Estado los quiso proteger como parte del legado del Premio Nobel de Literatura, pero nunca fue lo mismo.


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