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Miércoles 19 junio, 2019

Tiburones Rojos en venta

•Desventuradas historias
•Los fanáticos más fieles

ESCALERAS: Una vez más, en su historia negra, el club de fútbol de los Tiburones Rojos cambia de dueño. O ya cambió. O está a punto de cambiar. O quizá, acaso, la faramalla.
El magnate futbolero, Fidel Kuri Grajales, priista, ex diputado federal, fallido candidato tricolor a la alcaldí­a jarocha, un tipo soberbio y petulante dado el billete que arrastra, anunció la venta.

Luis Velázquez

Y en el trascendido se dijo que al cordobés Jesús Acevedo Barriga le late la compra.
Incluso, acaso temerarios y audaces, los conocedores afirman que el pago de los $120 millones para seguir en la Primera División los habrí­a aportado el mismo Acevedo Barriga.

PASAMANOS: Durante los 6 años de Javier Duarte, Fidel Kuri navegó con vientos ultra contra súper favorables con los Tiburones Rojos.
Según las versiones, Duarte financiaba con un billete millonario, tomado, claro, del presupuesto para llevar felicidad a los fanáticos, con la fama pública de que son los más fieles del paí­s a su club preferido,
Unos, más osados que otros, calculan que cada año Duarte le habrí­a aportado unos cien millones de pesos a Kuri Grajales.

CORREDORES: Y más cuando en el carril deportivo se aseguró que Fidel Kuri era, o es, socio del magnate ferrocarrilero, Ví­ctor Flores Morales, propietario único del sindicato gremial, desde hace más o casi treinta años, en abierta competencia con el petrolero Carlos Romero Deschamps, los dos en la mira obradorista para el relevo.
Incluso, siempre se ha dicho que Kuri y Ví­ctor Flores eran socios hasta en la franquicia de casinos en el paí­s.
Pero cuando Miguel íngel Yunes Linares llegara a la gubernatura cerró la llave a los Tiburones Rojos.
Y también Cuitláhuac Garcí­a cuando ascendiera a la silla embrujada del palacio.
Entonces, y desde hace dos años y medio sin el subsidio oficial, Fidel Kuri mejor decidió vender.

BALCONES: Podrán los Tiburones Rojos estar reprobados en la cancha nacional, pues desde hace muchos años han caminado de menos a menos, quizá, tiburones viejos y roñosos, perdido el buen karma y la bilirrubina para seguir en la batalla.
Pero…el negocito está en la venta de la franquicia que bien podrí­a dejar entre unos 60, 70 a 80 millones de dólares.

PASILLOS: Hubo tiempos felices de los Tiburones.
Uno de ellos, cuando Luis “El Pirata” Fuentes, tiempo de gloria y esplendor, toda una leyenda en la cancha.
Otro tiempo fue, habrí­a sido, digamos, polí­tico, cuando aquella tarde/noche, el gobernador Fernando Gutiérrez Barrios caminó de sur a norte y de este a oeste en el estadio boqueño y fue aclamado por treinta, cuarenta, cincuenta mil personas, casi casi como cuando en Xalapa con don Fernando de jefe máximo, la población aclamara al candidato presidencial, Carlos Salinas.
Fue cuando Salinas de Gortari acuñó la frase bí­blica de “El hombre-leyenda” y a quien el primero de diciembre de 1988 nombrara secretario de Gobernación.

VENTANAS: Otro tiempo estelar fue, por ejemplo, cuando en el sexenio de Fidel Herrera Beltrán, el concesionario de los Tiburones, todaví­a propiedad del gobierno de Veracruz con el único objetivo de interés social, Mohamed Morales era el gran beneficiario y andaba de noviecito con Belinda, la cantante española nacionalizada, coach de “La Voz México” y con frecuencia lo acompañaba al estadio y hasta una foto espectacular le fue colocada frente a plazas Las Américas de Boca del Rí­o.
Tiempo estelar, claro, cuando Miguel Alemán Velasco gobernaba Veracruz y el torero Rafael Herrerí­as era el beneficiario, a tal grado que cuando llegara la hora de cambio de estafeta se quedara con la franquicia de varios jugadores para su mayor tranquilidad económica.

PUERTAS: Un capí­tulo más está por cerrarse.
Según los conocedores, a Fidel Kuri Grajales le sobra tanto billete que adquirió el club para ganar notoriedad empresarial y social y hasta polí­tica, más que en Veracruz, en la nación.
Y por tanto, tomaba el club como su juguetito donde y con frecuencia, dueño al fin, bajaba a la cancha y ordenaba al director técnico cambiar de jugadores porque así­ se le gritoneaba su karma futbolero.
Incluso, en alguna campaña polí­tica hasta llevó a los jugadores a desfilar en Orizaba para ver si ganaba en las urnas.
Varios reporteros deportivos recuerdan cuando un hijo de Fidel Kuri hací­a negocitos al cobijo de los escualos.
“Papá, ¿y Pili de quién es?”, le habrí­a preguntado en el mejor estilo del clásico.

CERRADURAS: De patrimonio social, los Tiburones fueron convertidos en patrimonio personal. Y en cada nuevo sexenal, los vientos caminando de acuerdo con el sentido patrimonialista.
Nunca, rara vez quizá, la pasión conjunta de estar y ser, más todaví­a, de ser, dado el alto nivel de los fanáticos considerados los más fieles, los más leales, los más firmes, de la nación.
El interés polí­tico se atravesó. Los gobernadores en turno, haciendo y deshaciendo porque creyeron que el voto en las urnas les autorizaba en el tiempo priista la ambición sin lí­mites, la codicia irrefrenable, la obsesiva obsesión por el billete.
¡Ah!, los tiempos aquellos de don Pepe Lajud cuando los Tiburones Rojos se fueron de gira a Europa y en Londres, de pronto, a la mitad del juego, todos vieron asombrados que un hombre daba vueltas en el estadio cargando la bandera de México y era el famoso y folklórico, el galanazo José Pérez de León, “Popocha”, el reportero deportivo que los acompañaba, cronista que fuera de la ciudad de Veracruz.

PATIO: En la novela “Conversación en la catedral”, de Mario Vargas Llosa, un reportero, Zavalita, pregunta a otro cuándo se habí­a jodido Perú.
Habrí­a, entonces, de preguntarse cuándo se jodieron los Tiburones Rojos, y por añadidura, los fanáticos.
Respuesta única: cuando cada gobernador en turno les fue metiendo mano hasta su desplume.
Los Tiburones Rojos quedaron como aquel tiburón gigantesco de la novela “El viejo y el mar” que cazado luego de 80 dí­as y 80 noches por Santiago, el pescador, en el regreso a la bahí­a con el chorrito de sangre que iba borboteando poco a poco se lo fueron comiendo los otros tiburones hasta quedar un simple esqueleto de huesos y espinas.


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