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Martes 27 noviembre, 2018

Violencia en Coatzacoalcos la dejó en la miseria

•Una madre cursa el peor de los dolores que un ser humano puede resistir: el asesinato de sus dos hijas

Por IGNACIO CARVAJAL

Hay dí­as en los que Rosalí­a Mendoza Jiménez (69 años) no tiene ni para comer. Desde el homicidio de su hija Emma Arbona Mendoza, en junio del 2015, quedó en bancarrota pues para pagar las deudas que contrajo para sepultarla tuvo que malbaratar sus pertenencias.
Ahora Rosalí­a Mendoza atesora en su regazo dos fotos de Emma y Antonieta Arbona Mendoza, sus dos únicas hijas. Esas imágenes son lo único que le queda de ellas, pues ambas fueron asesinadas en Coatzacoalcos.

  • Rosalía, madre de Emma y Antonieta, asesinadas

  • Rosalía, madre de Emma y Antonieta, asesinadas

  • Emma

  • Antonieta

De 63 años, Rosalí­a Mendoza Jiménez, vive enferma de hipertensión, diabetes y otros males que se agudizaron con el homicidio de sus dos hijas.
El primer golpe, el feminicidio de Emma, de 33 años, fue en junio del 2015, a manos de un sujeto identificado como Bernardo Solano, quien la acuchilló y abusó sexualmente porque estaba obsesionado con ella.
“El Bolillero”, como le conocí­an en la colonia Constituyentes, masacró a Emma delante de su hija de tres años y la dejó encerrada con el cadáver de su mamá. Así­ permaneció por más de doce horas en que fue rescatada por las autoridades, mientras el asesino se daba a la fuga.
La otra hija, Antonieta Arbona Mendoza, también de 33 años, murió acribillada en calles de Coatzacoalcos, a manos de sicarios que presuntamente buscaban secuestrar a una doctora, y se confundieron.
Desde su casa en la colonia Constituyentes, Rosalí­a Mendoza Jiménez desconoce los términos alerta de género o Dí­a Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, pero padece los efectos de la impunidad y la violencia sin freno contra las mujeres que tan solo en Coatzacoalcos deja saldo de nueve feminicidios y 115 homicidios dolosos durante el 2018, según el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública.
Enferma y hambrienta, se duele por los achaques de la enfermedad y el dolor de haber enterrado a dos hijas en menos de tres años. Sus únicas hijas, quienes veí­an por ella. Ahora Rosalí­a va al dí­a, viviendo de la caridad de sus vecinos.

EN LA MISERIA

Desgastada por la edad, la enfermedad y la pobreza, Rosalí­a Mendoza relata que a diario las personas cercanas a su casa, en la calle Noche Buena, le convidan de sus alimentos.
Por la mañana, tarde y noche, los vecinos están atentos de que no le falte alimento a la adulta mayor que se aferra a no desfallecer pese a los duros golpes de la vida.
Acorralada por las deudas contraí­das para pagar los funerales de Emma, Rosalí­a malvendió lavadora, televisión y refrigerador, “casi los regalé para juntar el pago del funeral de mi hija Emma”.
Después de saldar el pendiente, su casa quedó vací­a. En el cuartito donde vive, apenas se mira una estufa, una alacena y la cama. Todo en el mismo espacio apretujado.
Para hacerse de unos pesos, de vez en cuando, compra masa y prepara tamales o antojitos. Pero su fuente básica para subsistir, es la caridad de sus conocidos y una hermana quien la visita cada dos meses desde la Ciudad de México.
Con la muerte de Emma, su economí­a se volvió más precaria, pues ella contaba con la tarjeta del programa de asistencia social donde le caí­an unos centavos los cuales compartí­a con la madre. Rosalí­a Mendoza ha tratado de volver a activar la tarjeta, pero los funcionarios de Prospera no han sido sensibles para apoyarla, y no quieren activarle otro plástico o pasárselo a ella.
Entre sus pertenencias también se mira una pequeña bomba agrí­cola para rociar herbicida, “luego los vecinos vienen y me piden matar el monte de sus patios o de la calle, les fumigo y ahí­ me dan para el refresco, para tenerles el patio limpio”, cuenta.
Uno de sus principales pendientes se da cada fin de semana, cuando llegan sus nietos de visita y ella no cuenta con dinero para prepararles una buena comida y les ofrece lo que puede, unas empanadas, algunos tamales o lo más sencillo que se pueda elaborar en poco tiempo, pues al no contar con refrigerador, tampoco puede almacenar alimentos.

LA MUERTE DE ANTONIETA

Antonieta murió a la misma edad que su hermana Emma, a los 33 años. El pasado siete de junio ella y su esposo resultaron atacados con armas de grueso calibre cuando se encontraban a bordo del coche de ella en calles de la zona centro de Coatzacoalcos.
Su esposo, quien resultó con heridas menores, condujo con Antonieta en agoní­a hasta una clí­nica privada, pero sólo a confirmar su deceso. Docenas de proyectiles le perforaron y deshicieron sus órganos vitales.
Quienes lo vieron, dicen que iba herido y con una mano manejaba y con la otra trataba de tapar los agujeros del pecho de su esposa para frenar la hemorragia.
Ese dí­a -cuenta Rosalí­a- su hija habrí­a sido confundida con alguien más. “Al parecer una doctora a la que buscaban”, y la acribillaron.
Sobre los responsables, no se sabe nada, “con mi primera hija quedé cansada, cada vez que iba a la Fiscalí­a, era de a mil o dos mil pesos que me pedí­an para investigar, y nunca encontraban nada”.
Por eso, a estas alturas, con dos hijas asesinadas en menos de tres años, se declara decepcionada de los servidores públicos.
Con su muerte, Antonieta dejó tres huérfanos, que son asistidos por la familia del viudo. “A mí­ me los traen cada fin de semana, acá convivo con ellos, pero también necesitan apoyo pues son de familia humilde”.
A diario, para alimentarla y ver por su salud, Antonieta marchaba de la casa donde viví­a con su familia a la de su madre. Hasta la muerte de Emma, Antonieta era quien se hací­a cargo de los problemas de salud y lo elemental para mamá.
Ahora Rosalí­a vive sola en un pequeño cuarto húmedo cuya renta la pagan sus vecinos haciendo cooperaciones. Hay dí­as -cuenta- en los cuales ni siquiera se asoma a la ventana por lo pesada que resultan la tristeza y las enfermedades.
Se le ha vuelto rutina tomar los pedazos que de ella quedan para reconstruirse y seguir adelante por el amor a sus nietos huérfanos de madre.

SUS FOTOS

En medio de las carencias, en el cuarto de Rosalí­a Mendoza Jiménez se mira un espacio que irradia luz esperanzadora. Es una pared de la cual penden varias fotos, entre ellas la de sus dos hijas difuntas y las de sus cinco nietos; tres son hijos de Antonieta y dos de Emma.
Al despertar, a diario, de su lado de la cama, lo primero que mira son las caritas sonrientes de esos párvulos. Con el mismo efecto del café, esas caritas colgando en la pared le dan el ánimo y la fuerza para hacer el dí­a a dí­a.
Los rostros de los nenes destellan intensamente, casi en contraste con las fotos de Emma y Antonieta.
La de Antonieta, vestida de blanco, caminando de regreso a la iglesia el dí­a de su boda. Rodeada de amigos, familiares y mucha felicidad. Toda de blanco, como un ángel, igual así­ la recuerda su madre.
Emma, su cara redonda y adusta, un tanto seria, pero con los rasgos bien marcados por su belleza, lo que al parecer resultó la maldición que la llevó a la muerte. Su madre rememora que el asesino, plenamente identificado, estaba encaprichado con su hija, y como ésta no lo deseaba como pareja, la asesinó y ultrajó.

JUNTAS POR SIEMPRE

Emma y Antonieta llegaron al mundo en el mismo hospital público.
Emma era la mayor, y así­ también quien se marchó primero.
Antonieta y Emma -cuenta su madre- siempre eran muy unidas, se compartí­an los pocos alimentos en la casa, las tareas del hogar y los centavos, cuando los tení­an.
Emma cuidaba a los hijos de Antonieta y ésta hací­a lo mismo.
Era tan grande el ví­nculo de hermanas, que el dí­a que mataron a Emma, Antonieta sintió un fuerte impulso y tristeza en su corazón.
Ahora ambas descansan en la misma tumba, en el panteón de Lomas de Barrillas, una tumba sobre la otra.


2 comentario(s)

Roux 30 Nov, 2018 - 09:55
Me pueden contactar para ayudarla con algo de herramienta y fondos gratuitos para que subsista mejor? Gracias de antemano.

Grace 29 Nov, 2018 - 19:04
Algun contacto para poder apoyar a esta mujer?

Gracias!

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