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Diario de un reportero
Viernes 02 noviembre, 2018

Migrar, la última oportunidad

Vivió doce años de ultrajes. Los pandilleros tocaban a su puerta a cualquier hora y la violaban, hasta que un dí­a partió a la ciudad de México para nunca regresar

Por ANA ALICIA OSORIO/Testigo Púrpura

Vivió 12 años de violaciones. 12 años donde los pandilleros tocaban a su puerta a cualquier hora, cualquier día, para despertarla, para violarla una y otra vez. 12 años de terror que terminaron el día en que se levantó a las 3 de la mañana, dejó a su hijo dormido y partió rumbo a México para nunca regresar.
Ella no puede dar su nombre, el sólo hacerlo siente que la pone en riesgo. Ella, a sus 36 años, está en un albergue en un punto de la ruta migratoria, esperando algún documento que la deje volver a empezar en México.Ella vivía en un lugar de Honduras controlado por las pandillas, tanto que se apropian de las casas y las personas a su gusto. De hecho, lo único que ha logrado ella saber de su hogar tras partir, es que ahora les pertenece a ellos y que su negocio de comidas se convirtió en un punto de venta de alcohol y drogas. Su vida de terror comenzó a los 15 años cuando sobrevivió a la violación sexual de uno de sus cuñados y al acusarlo con su familia encontró amenazas para persuadirla de denunciar.

Entonces decidió casarse, se lo pidió a un novio que tení­a, para poder salir de su casa en donde estaba expuesta a volver a ser ví­ctima de violencia sexual.
Estudió enfermerí­a pero nunca pudo ejercerlo por la falta de empleo.
Esos años pudo descansar. Tuvo dos hijas, un hijo y por única ocasión de su vida relaciones sexuales por gusto.
Pero cuando su matrimonio no funcionó, se convirtió en un objeto sexual de las pandillas. México es su oportunidad de volver a ser persona.
“Yo ya no dormí­a. Estos dí­as he podido volver a dormir. Llegaban a cualquier hora. A veces en la casa, a veces me llevaban al monte”, contó entre susurros, entre lágrimas.
“Si estaba en mis dí­as me decí­an que no importaba”, añadió para decir que fue violada de todas las formas posibles.
Rubén Figueroa, integrante del Movimiento Migrante Mesoamericano, explicó que la migración para mujeres y hombres es distinta, pues ellas muchas veces buscan salir de la violencia sexual o familiar que viven.

Sobrevivir y luchar

Eva Ramí­rez, integrante de Comité Amor y Fe de Tegucigalpa, aseguró que es frecuente que las mujeres se conviertan en un objeto sexual para las pandillas, tanto que en muchas ocasiones las jóvenes son “pedidas” a sus familias bajo riesgo de morir.
“Tienes una hija bonita y si el jefe te dice que se la des, se la tienes que dar o huir. Porque sino tu hija, es hija muerta”, contó.
Por eso, dijo, quienes tienen las posibilidades económicas exilian a sus hijas en cuanto comienzan la adolescencia.
“Me contaba un joven que tuvo que huir que le dijeron me vas a dar tus dos hijas. Dile a tu mujer que nos la mande, sino los vamos a matar. Él se vino y a la esposa la mandó a la montaña”, narró.
Ella pidió refugio en México, con la esperanza de poderse establecer y trabajar, al igual que ya lo hicieron y obtuvieron 118 mujeres de Honduras lograron llegar al paí­s entre enero y septiembre de este año, según el Boletí­n de Estadí­sticas Migratorias del Gobierno Federal.
Dicho documento señala que su paí­s solo es superado en la entrega de “residente permanente por reconocimiento de refugio” de mujeres por Venezuela y El Salvador.
En total este año se habí­an entregado 341 refugios a mujeres de América Central (además de los 321 hombres), sin embargo la cifra no refleja lo que ha sucedido con el éxodo de aquellos paí­ses ya que se encuentra retrasada. Además, tampoco indica cuantas mujeres sintieron la necesidad de pedirlo pero no les fue entregado.
Ella pensaba en escapar, en huir, en dejar de vivir eso, pero no sabí­a cómo hacerle.
Si denunciaba, la amenazaron, matarí­an a su hija e hijo menores y la más grande, de 15 años que ya está casada, pasarí­a a ocupar su lugar para ser violada una y otra vez.
Ella intentó suicidarse. Pero no lo logró. Entonces supo que tení­a que buscar una forma de salir de esa vida.
Una persona cercana le dijo que se irí­a rumbo a México. Supo que era su salida. Le entregó a sus hijas a su ex esposo.
Salió de madrugada, sin más pertenencias que la ropa que llevaba puesta. Dejó a su hijo dormido y sin despedirse.
Volver no es opción, dijo, la matarí­an.
Empezó el viaje unos dí­as antes del éxodo centroamericano en el que migran cerca de 7 mil personas, a las cuales aseguró que entiende su intento de salir pues a su experiencia la situación en Honduras es muy difí­cil.
Ahora espera conseguir refugio en México y trabajar. Quizá, con suerte, espera, algún dí­a pueda llamar a la que fue su casa y buscar los medios para que su hijo e hijas la alcancen en el paí­s.


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