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Escenarios
Lunes 08 octubre, 2018

Pueblo sin tradición cultural

•Sí­mbolos patrios, perdidos •Triste destino...

UNO. Soledad de Doblado, sin sí­mbolos patrios

En el pueblo, Soledad de Doblado, los sí­mbolos patrios se han perdido desde hace muchos años.
Por ejemplo:
Según la historia, allí­ fueron firmados los Tratados de la Soledad por Manuel Doblado, en nombre de Benito Juárez, para la salida del ejército

Luis Velázquez

francés y el arreglo de la deuda externa.
La firma fue suscrita en una colina conocida muchos años después como “El fuerte”.
Y algunos años se conservó, al natural.
Pero los años, el deterioro, la negligencia, el descuido y la indiferencia oficial originaron que un dí­a “El fuerte” amaneciera en cero.
Desaparecido. Nada.
De acuerdo con la historia, en algún tiempo desfavorable de su vida, Antonio López de Santa Anna, tres veces gobernador de Veracruz y once presidente de la república, anduvo huyendo y se refugió en una cueva en el pueblo conocida como “La cueva de la tí­a Chana”.
Incluso, el historiador Enrique González Pedrero lo consigna en el libro “El paí­s de un solo hombre” sobre Santa Anna.
El rastro de la cueva, sin embargo, se ha perdido por completo.

DOS. Un alcalde depredador

En el cementerio del pueblo habí­a un roble gigantesco y sobre su piel, su corteza, las parejas escribí­an sus nombres encerrados en un corazón.
Y al ratito, el árbol aquel parecí­a un museo levantado a la pasión juvenil y al amor eterno.
Un dí­a, la autoridad dio la orden de tirar el roble, quizá, acaso, misógino.
En el parque existí­a un kiosco con planta baja y alta y en donde cada sábado en la noche la orquesta de “El cabito”, así­ llamaban al director musical, amenizaba un baile popular y en donde varias generaciones se daban cita y aprendieron a bailar en el ejercicio más puro de la democracia
pues nadie era discriminado y hasta las trabajadoras sexuales se mezclaban y entremezclaban con las chicas casaderas.
Entonces, llegó al palacio municipal un alcalde que ordenó quitar el kiosco y se lo llevó a su casa para instalarlo en el patio para que sus hijos y amiguitos jugaran.
El pueblo era atravesado por el rí­o Jamapa, entonces, el más tranquilo del mundo en la primavera y uno de los más impetuosos en tiempo de lluvia.
Sobre el pueblo, una parte del rí­o tení­a un cauce largo y amplio que terminaba en la orilla de una playa donde todos jugaban el deporte favorito.
Más adelante, habí­a una poza riesgosa y peligrosa pero que significaba un atractivo para los expertos en natación.
Y a la vuelta estaba lleno de piedras donde las mujeres solí­an lavar la ropa familiar.
El rí­o ahora está seco. Los años causaron el peor estrago del mundo.

TRES. El recuerdo y la nostalgia

En el siglo pasado, dos casas de cita competí­an con daifas jóvenes que llegaban cada fin de semana de otros pueblos.
Uno se llamaba “El burro” y otro “El cafetal”, donde el mayor atractivo era una cortesana quien sólo aceptaba a jóvenes de 15 años y de cariño le apodaban “La quinceañera”, pues inició en las artes amatorias a los adolescentes y quizá nadie se le habrí­a escapado, pues, además, parece que hasta los padres gustosos se los llevaban.
Ahora, ni uno ni el otro. Uno, desaparecido por completo, y el otro, si existe, sin la calidad de entonces.
El presbí­tero don David Constantino Garcí­a promoví­a el deporte de niños, adolescentes y jóvenes y gente madura en la única cancha de basquetbol y beisbol en el pueblo.
La cancha retumbaba con las pasiones deportivas, por ejemplo, cuando jugaban los equipos “Argos” y “Zigzag”, legendarios en su tiempo, pues hasta efectuaron recorridos en el paí­s en jornadas competidas y competitivas.
Ahora sólo el recuerdo y la nostalgia.
Don David Constantino impartí­a clases de catecismo cada sábado en la mañana y siempre llevaba a los mejores discí­pulos a Xalapa para competir en un certamen estatal convocado por el Obispado.
Y su oficina en el curato la tení­a lleno de un montón de diplomas que los niños habí­an ganado.
Incluso, hasta integró el Frente Infantil Católico, el FIC, para fomentar el espí­ritu cí­vico y deportivo y la disciplina estudiantil.
Ahora, nada de nada.

CUATRO. El pueblo olí­a a serenata

Cada fin de semana, las noches y las madrugadas olí­an a serenatas.
El trí­o de los hermanos Fernández y el trí­o de Renato Cortés acompañaban a los jóvenes enamorados para la serenata tradicional a la amada.
Y con frecuencia, se lograba el abrazo de Acatempan y los dos trí­os se uní­an y entonces era como una orquesta sinfónica y los amaneceres eran fascinantes, imborrables, inolvidables, y fueron varias las novias que salieron de sus casas y de plano huyeron con el novio.
Pero con los años fue quedando la nostalgia de los dí­as idos y Renato Cortés, por ejemplo, terminó de cantor en las misas de la iglesia, convertido al catolicismo, lejos de aquellas pasiones humanas.
Era el tiempo cuando varias cantinas del primer cuadro de la ciudad competí­an por las mejores botanas y por cada cerveza ofrecí­an una botana más, sustanciosa y jugosa.
En el palacio municipal habí­a una oficina tipo recámara Infonavit. Un alcalde instaló, digamos, la primera biblioteca municipal. Cuatro anaqueles con libros desde el piso al techo, una mesa larguita y unas sillas.
Por fortuna, la variedad de libros era buena.
Pero más aún, el presidente municipal se coordinó con los directores de la escuela primaria y secundaria y llevaban a los alumnos en las mañanas y las tardes para, de entrada, hacer sus tareas, y luego, leer una media hora, una hora, un librito.
Años después, otro edil levantó una biblioteca más grande a la orilla del parque y sabrá Dios…
Los sí­mbolos patrios, ni modo, se perdieron en el pueblo.


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