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Sábado 22 septiembre, 2018

Estragos de la violencia

•Doctores precavidos
•Maestros temerosos

UNO. Estragos ocultos de la violencia

Los estragos de la violencia en Veracruz también se miden por los siguientes hechos.
Por ejemplo, cada vez disminuye el número de doctores anunciándose en el directorio telefónico.

Luis Velázquez

De pronto, en medio del tsunami decidieron retirar sus anuncios por una sencilla razón:
Por aquí­ los malandros tení­an un herido, digamos, en un fuego cruzado con otros carteles y/o con la policí­a, lo primero que hací­an, o hacen, es secuestrar a un médico para que lo cure, digamos, en su casa de seguridad.
Y el doctor queda ahí­ detenido… hasta curar al herido.
Incluso hasta generó una sicosis porque era la vida del médico contra la vida del sicario herido.
Así­ el cuerpo médico creyó que cuando menos estaba a salvo.
El otro indicativo de la violencia es el número de profesores que de plano decidieron suspender las clases en las regiones indí­genas y rurales debido a la creciente inseguridad, incertidumbre y zozobra, fuera de control, desbordada, sin que ninguna autoridad la frene.
Los carteles, dueños, cierto, de la agenda pública, pero, además, imponiendo su Estado Delincuencial frente al llamado Estado de Derecho.

DOS. Niños sin clases

Al momento, tan sólo en la montaña negra de Zongolica hay unos doscientos profesores sin impartir clases por el flagelo de la inseguridad.
Y, bueno, las dos profesoras indí­genas secuestradas y asesinadas en la región de Huayacocotla, en el norte de Veracruz.
Algunos lí­deres sindicales han denunciado que en el sur hay muchos maestros sin impartir clases, en tanto otros (también maestros de la Universidad Veracruzana) solicitaron un cambio de escuela en otra región del estado.
Son hechos de la vida cotidiana que expresan la peor calidad de vida que se está llevando en un Veracruz donde, y como dijera el Comisionado Nacional de Seguridad Pública, Renato Sales Heredia, “casi todos los carteles” disputan la jugosa plaza, además, claro, por el trasiego de drogas, por el huachicoleo, el negocito más productivo.
La vida, todos los dí­as, como un infierno.
Y de ñapa, las pasiones torrenciales como, por ejemplo, la alumna de la Universidad Cristóbal Colón plagiada la semana anterior en Boca del Rí­o, escondida en una casa de seguridad en Xalapa, y cuyo presunto secuestrador, su ex novio, trabaja en el Ayuntamiento de Coatzacoalcos.

TRES. Vida podrida en todos lados

Se dirá que en otras entidades del paí­s la vida está peor.
Por ejemplo, los 157 cadáveres paseados en el tráiler de la muerte en tres municipios de Jalisco durante varios dí­as, y cuya última versión aumentó a 250.
Por ejemplo, otra vez Ciudad Juárez como centro de la disputa de los carteles y cartelitos.
También se dirá que Veracruz es más grande que varias naciones de América Latina, entre ellas, Honduras, Salvador, Guatemala y Nicaragua, donde “en menos de lo que canta un gallo”, el presidente dictador, Daniel Ortega, coleccionó más de trescientos muertos como parte de la represión para evitar su caí­da.
Y por eso mismo, se dirá que en Veracruz con los 8 millones de habitantes resulta lógico el infierno atroz para, por ejemplo, asesinar a cuatro niños en una colonia popular de Coatzacoalcos, matar a un niño y su maestra en Tantoyuca, asesinar a dos niños en Córdoba y secuestrar a tres modelos y edecanes de Amatlán y Córdoba.
Cierto, pero al mismo tiempo, toda vida humana es invaluable y el Estado tiene la obligación de garantizar la seguridad en la vida y en los bienes y que constituye la tarea número uno en un Estado de Derecho.
Allá los otros gobernadores con sus pendientes, en Veracruz, “la muerte tiene permiso” desde hace casi 8 años, cuando la tierra jarocha se convirtiera “en el peor rincón del mundo para el gremio reporteril” y cuando fue considerado “el peor paso del paí­s para los migrantes de Américo Central”.

CUATRO. Atrapados y sin salida

El más alto pendiente es la calidad de vida de todos y cada uno de los 8 millones de habitantes de Veracruz, comenzando por el número uno que es la tranquilidad y la paz cada dí­a y cada noche.
Cierto, hay desafí­os importantes como la pobreza y la miseria y el desempleo, el subempleo y los salarios de hambre.
Pero encima de todo es vivir en una tierra respirable, pacificada, donde nadie camine cada dí­a sin el miedo y el temor a un secuestro, a un levantón exprés, a un asesinato, a volverse un desaparecido y menos, mucho menos, expuesto a terminar en una fosa clandestina.
El paraí­so terrenal que fue Veracruz está perdido desde hace mucho tiempo.
El gobernador Yunes aseguró en la campaña electoral que en un semestre restablecerí­a la paz que Javier Duarte ahuyentó por completo.
Ahora, el góber electo, Cuitláhuac Garcí­a, dice que en dos años.
Cada uno jugando con su bolita de cristal y la población, ajá, tan llena de prudencia y cordura y de fe y esperanza creyendo a ciegas.
Muchos años después, seguimos atrapados y sin salida en el infierno.


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