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Martes 18 septiembre, 2018

Purificar la vida

•Nostalgia y depresión •Cura infalible

UNO. Remedios para sanar la depresión

Un amigo sicólogo suele curar angustias y depresiones a partir de recordar los mejores y los peores dí­as vividos y padecidos en la escuela.
Y para que la terapia sea efectiva, incluye los dí­as en la escuela primaria, secundaria, bachillerato, licenciatura y maestrí­a o doctorado.

Luis Velázquez

Sólo así­, dice el sicólogo, se tiene una radiografí­a, más que de la masa encefálica, del corazón y del alma, el alma, por cierto, que nadie sabe su lugar exacto en el cuerpo humano como, por ejemplo, el lugar del corazón, del hí­gado y del sexo, pero de la que todos hablan.
Por eso, y en son de mientras, bien vale recordar los años escolares de Héctor Fuentes Valdés que tan presto está.
En la escuela primaria, dice, el peor dí­a, imborrable, fue cuando a la salida un compañero que lo odiaba de gratis le asestó una golpiza fenomenal que escurriendo sangre de la nariz se fue caminando a pie hasta su casa y por poco su madre se desmaya.
El compita aquel lo enviaba por sus calificaciones, una boleta llena de sietes, mientras el otro la tení­a llena de seises.
En cambio, su mejor dí­a en la primaria es cuando en un recreo se le declaró a la primera ilusión de su vida y quien lo rechazó.
“Eres muy chaparrito y a mí­ me gustan los chicos altos” le dijo.
Héctor Fuentes sufrió así­ el primer desencantó de su vida, a tal grado que pasaron muchos años, hasta el bachillerato, parece, cuando se animó a confesar su amor por otra mujer.

DOS. El dí­a cuando aprendió a odiar

En la secundaria sufrió el revés más imborrable. Un dí­a, en la clase de Matemáticas, el profe (que en paz descanse) lo agarró de la cabeza por atrás y lo zampó con furia en el pizarrón, simple y llanamente irritado por una fórmula algebraica que nunca pudo entender.
Entonces conoció el odio por vez primera y supo la forma insólita con que el odio se multiplica en el corazón humano hasta desear la muerte de la persona de referencia.
Su dí­a más dichoso fue cuando su equipo de basquetbol ganó el campeonato escolar ante seis equipos y que aun cuando fuera un segundo de gloria en el pueblo significaba la gloria eterna.
Y más porque de la escuela el equipo brincó a jugar en la justa deportiva del pueblo en “un mano a mano” con los mejores.
En la prepa todos los dí­as fueron los peores. Y es que por cada una de las ocho materias tení­a un maestro diferente y lo que significaba un profe con un estilo personal de impartir la clase, si se considera que cada profe tiene su librito.
Sólo que, en el caso, cada maestro estaba obsesionado con tener los mejores alumnos y aquello significó una feroz y atroz competencia con la que Héctor Fuentes quedó frustrado.
Era, claro, la primera vez en que salí­a del pueblo y enfrentaba la peor realidad de su vida, hospedado en una pensión de diez compañeros, donde cada noche uno se pasaba de tueste alcohólico y llegaba en la madrugada y armaba un escándalo y nadie podí­a dormir.
Y más porque enfrente de aquel departamento viví­an tres chicas que traí­an “pasando jerga” a los compañeros y todas las madrugadas eran de serenata, donde, ni hablar, todos debí­an participar.
Si hubo un dí­a feliz en la prepa quizá serí­an aquellas madrugadas soñando con el amor estudiantil.

TRES. El primer embarazo

El peor dí­a en la facultad fue cuando una amiguita ocasional (compañerita de sexo rápido, le llaman ahora) quedó embarazada y vivió con ella el peor infierno.
Primero, para tomar el acuerdo de un aborto. Segundo, para juntar el dinerito para el aborto. Tercero, después del aborto, el arrepentimiento y los reproches. Y cuarto, la ruptura para siempre de aquella relación, pues apenas, apenitas se miraban recordaban los dí­as padecidos.
Y más cuando la chica se reprochaba que la única enseñanza de su madre era la religión cristiana y ella le habí­a fallado.
Y más cuando en su formación católica y apostólica se cruzaba la versión de que los abortistas se van al infierno, digamos, el peor pago de conciencia.
Por eso tampoco existieron dí­as felices en la carrera universitaria, con todo y que aquel tiempo significó la primera borrachera de su vida en una cantina de paso cerca del mercado popular donde en la primera tanda daban de postre un consomé de pollo sin pollo y en el segundo unos tacos de pollo con la pedacerí­a de la carne de pollo.

CUATRO. Purificar la vida

El sicólogo dice que con tales ejercicios la vida se va purificando pues equivale a una especie de desahogo de las frustraciones y fracasos que por lo regular quedan atorados por ahí­, en alguna parte del cuerpo humano y del corazón y de las neuronas y del alma.
Claro, se trata de un ejercicio freudiano acostado en el desván cuando se narra la vida al sicólogo y el exorcismo va aplicando para sacar todo lo que cada quien trae atravesado como una especie de camisa de fuerza.
Desde luego, Sigmund Freud decí­a que “infancia es destino” y, por tanto, la infancia es un retrato hablado del hombre maduro que será.
El sicólogo de la esquina dice, sin embargo, que el origen de los problemas está relacionado con la formación sexual y por eso mismo en su consultorio hay un letrero gigantesco anunciando la cura de todos los males a partir de la sexualidad.


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