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Sábado 08 septiembre, 2018

Por el narco dejamos de pescar de noche

•Desde hace poco más de un año, habitantes de El Arbolillo han sido testigos del crecimiento del narcocementerio de la delincuencia en zona de manglares

•Mucho antes que se diera el primer hallazgo en marzo del 2017, el pueblo comenzó a cambiar y son pocos los que se atrevían a salir a pescar de noche

•La vida en el pueblo sigue igual, dedicados a la pesca y el comercio de mariscos, pero una vez que cae el sol nadie sale

•En las noches, el ruido del personal de la Fiscalía trabajando para exhumar los restos de otra gran megafosa de la que han rescatado más de 170 víctimas en un mes/Por Ignacio Carvajal

  • Pescadores de Alvarado, afectados

  • Afectada la actividad pesquera en Alvarado

  • Pescadores de Alvarado, afectados

  • Pescadores de Alvarado, afectados

  • Pescadores de Alvarado, afectados

Todo buen pescador saber que es la noche cuando se dan las mejores horas para que pique el pez. En la mayorí­a de los pueblos de Alvarado así­ es.
Pero en Arbolillo Veracruz (1082 habitantes) no es así­ desde hace varios meses, cuando notaron la presencia de extraños bogando la laguna en lanchas o en camionetas que se aparecí­an cuando aparecí­a la luna.
"Uno pues no sabe en qué andan o no anda uno de metiche, pero más o menos nos imaginábamos" relata un pescador cuya casa está a unos metros de donde la Fiscalí­a General del estado localizó otra fosa en El Arbolillo, con 174 ví­ctimas hasta el momento.
Cuando se dio la noticia de la primera mega fosa, en marzo del 2017, con 47 ví­ctimas, los hombres de redes y sus esposas confirmaron sus sospechas. Algo andaba en esos terrenos protegidos por vegetación y mangle.
En estos momentos, a la distancia, en silencio, se escucha el ruido que hacen peritos de la Fiscalí­a General del estado mientras hurgan en la tierra rescatando cadáveres.
Hace meses, cuando todo el movimiento comenzó, también se oí­an las voces a la distancia, el sonido de los motores de las lanchas y de las camionetas que arriban para esconder lo que hoy está siendo desenterrado.
Pescadores, que no dan sus nombres por temor, afirman que la cercaní­a con esos hechos les cambió la vida y ahora deben andar más tiempo en la pesca de dí­a, navegar mayores distancias en la laguna y con menos éxito.
Quienes viajan por la carretera de Veracruz para Alvarado, por la Costera, desconocen entonces el ritual de miedo detrás de esas bolsas de pulpa de jaiba y de camarones para pelar. De los paquetes de peces frescos y las manos de cangrejo.
Y es que la nueva fosa está a una distancia no mayor a los 300 metros del lindero con las viviendas de los pescadores, en lí­nea recta con la avenida principal. De un lado casas, del otro, la laguna. Al fondo, el manglar donde se pierde la vista y que la delincuencia organizada encontró ideal para establecer un cementerio privado.
Los hombres de redes ahí­ tienen sus lanchas, artes de pesca, sus casas, la carnada y sus vidas. En el 32 por ciento de las casas no hay lavadoras y e l 28 por ciento carece de refrigerador.
En Arbolillo, según datos de CONEVAL, sus poco más de mil habitantes presentan un grado bajo de desarrollo social, el 20 por ciento de la población es analfabeta y el 60 por ciento no ha terminado ni si quiera la primaria.
Las mismas cifras establecen que el 32 por ciento de sus habitantes no cuenta con acceso a servicios de salud y el 99 por ciento no cuenta con acceso agua entubada a una red pública.
Ceferino Leal Yépez, un pescador de Arbolillo, cuenta que se acaba de mudar a la orilla de la laguna, dejó su anterior morada pues los ladrones constantemente le visitaban.
Ahora, los policí­as ministeriales enviados por el fiscal Jorge Wí­nckler para mantener a raya a la prensa que busca documentar, se paran afuera de la casa de Ceferino Leal. Nunca se habí­a sentido tan seguro. Ojalá esos elementos le hubieran cuidado en la primera casa, donde le robaron, bromea.
"Me vine para acá porque tengo familia, luego me voy, que tal si viene uno y las mata o les hace algo", relata el pescador que ahora ve con ironí­a que a donde buscó más seguridad, se volvió cementerio privado de la delincuencia.
Mientras el personal de la Fiscalí­a General del estado sigue hurgando en la tierra del manglar, los pescadores calientan cubetas de metal con agua para cocinar con sal sus camarones para pelar, otros la emplean para ablandar el caparazón de la jaiba y extraer su carne blanca, que es altamente cotizada en los restaurantes.
Las mujeres se ocupan en pelar el camarón de rí­o para los cocteles y restaurantes evitando no hacer comentarios sobre lo que durante meses pasó a espaldas del pueblo.
Victoria Carmona lleva 40 años viviendo en la orilla de la laguna. Tiene sus lanchas, sus redes y un marrano gordo en un chiquero de madera construido sobre el espejo de agua.
Cada año, rememora, hay inundaciones, y se deben salir de estas marismas para reubicarse temporalmente en escuelas o la iglesia.
Cuando el agua baja, después de unas dos semanas, regresan a realizar sus actividades, rescatan y lavan lo poco dejado por la crecida y se conforman con algunos apoyos enviados por las autoridades.
Pese a las anegaciones de cada año, cuenta, nada hará que se salgan de acá. Menos el narcocementerio del que son vecinos, pues la tierra es poca y las expectativas para los pescadores, son más pequeñas.
Le dice a sus familiares que deben vender el miedo, y ocuparse de trabajar sacando de la laguna lo necesario para vivir. Eso sí­, tampoco los deja salir de noche a pescar, "ni a los bailes, antes se podí­a salir a caminar y a visitar a otros vecinos, ya no".


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