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Sábado 11 agosto, 2018

Indí­genas presos

•Forma de genocidio
•Amnistí­a de Yunes

ESCALERAS: Hay una realidad estrujante en Veracruz. Es tan grave, sórdida y siniestra, digamos, como el caso de los hijos desaparecidos, los feminicidios y el asesinato de niños.
Y desde luego, tan grave como la impunidad en la mayor parte de los casos.
Es, más bien, una pesadilla insuperable. Y más grave, porque estamos a tres meses y cachito del fin del periodo constitucional de la yunicidad y nadie, en más de veinte meses se ha ocupado del asunto.

Luis Velázquez

Tampoco los diputados locales y federales. Ni los senadores. Vaya, ni un partido polí­tico.
Peor aún: tampoco las ONG. Ni los académicos.
Menos, mucho menos, las elites eclesiásticas.
Se trata de los indí­genas presos en las cárceles de Veracruz por un solo delito:
La mayor parte están privados de su libertad por robarse un pollito, una gallinita, para llevar de comer a sus hijos, a su esposa y a sus padres ancianos.
“Muchas cornadas da el hambre” intituló Luis Spota a una de sus novelas clásicas.
Y las cornadas que da el hambre se viven, sienten y padecen con más intensidad en las regiones indí­genas de Veracruz y del paí­s.
Ni siquiera, vaya, por misericordia católica y apostólica, y por el mí­nimo rasgo humanitario de los polí­ticos y los funcionarios públicos, se han ocupado de los indí­genas presos.
Simple y llanamente, una forma más del genocidio.
Ahora, cuando el gobernador Yunes ha expresado su madurez democrática como en el caso de los doce magistrados a nombrarse en el Tribunal Superior de Justicia y que ha delegado en el sucesor, adquirirí­a dimensión de estadista si amnistiara a los indí­genas presos por robarse una gallinita para alimentar a sus hijos y padres.

PASAMANOS: La tragedia se agudiza más si se mira la realidad nacional.
El director de la Comisión Nacional para el ¿Desarrollo? de los Pueblos Indí­genas, CDI, Roberto Serrano Altamirano, dijo que en el paí­s hay 6 mil 938 indí­genas presos.
Y resulta que más del 50 por ciento de la población reclusa indí­gena se ubica y proviene de los estados de Veracruz, Puebla, Chiapas, Oaxaca, Ciudad de México y Guerrero.
Y aun cuando, digamos, en el paquete hay indí­genas con delitos federales, también inciden, y mucho, los delitos comunes.
Nada más terrible, entonces, que en Veracruz, por ejemplo, sean castigados con más años de cárcel los ladrones de un pollito y de una vaca, una becerrita que los asesinos de mujeres, niños, jóvenes y ancianos.
Pero, bueno, cuando como en el caso, el Comisionado Nacional de Seguridad, Renato Sales Heredia, alardea que en el Peñismo han “trabajado por una mayor inclusión de los derechos de los grupos vulnerables, sobre todo de las comunidades indí­genas” teniendo presos a los indí­genas por delitos menores, está canijo.
Según el informe, en Veracruz hay unos ochocientos indí­genas presos por corretear en el corral a unas gallinitas para comer en casa con los niños y con un montón de tortillas y un cafecito de olla, ¡vaya banquetazo en cualquier ciudad urbana!, pero que en las regiones indí­genas recuerda la pelí­cula de Macario, basada en la novela de Bruno Traven, con Ignacio López Tarso en el papel estelar, una de las mejores pelí­culas en blanco y negro del siglo pasado.

CORREDORES: Hay aquí­, “en la noche tibia y callada” de Agustí­n Lara, un desdén y un menosprecio y un desprecio por los derechos humanos.
Los derechos de los desaparecidos.
Los derechos de los familiares de los desaparecidos.
Los derechos de las mujeres asesinadas.
Los derechos de las familias de las mujeres asesinadas.
Los derechos de los enfermos a una vida digna.
Los derechos de los pobres y los jodidos a una calidad de vida.
Los derechos a la educación básica y a la salud pública y a la seguridad y a la procuración de la justicia.
Los derechos al matrimonio gay y a la adopción de niños.
Los derechos de los migrantes.
Los derechos de los indí­genas presos.
Y de ñapa, los derechos de los animalitos.
Se trata de un graví­simo pendiente social que nunca, jamás, ocupó ni preocupó ni interesó al sexenio anterior, tan metidos en garantizar la abundancia para Karime Mací­as y para navegar en el Golfo de México y el rí­o Papaloapan en lancha italiana de 9 millones de dólares comprada con cargo al erario.

BALAUSTRES: En el transcurso de la semana fue el dí­a de los Pueblos Indí­genas. Pero un dí­a más, igual que los dí­as comerciales de la madre, del niño, del burócrata, del abogado, del profesor, del compadre y de las trabajadoras sexuales.
Hubo algarabí­a y euforia de la Comisión Nacional para el (llamado) Desarrollo de los Pueblos Indí­genas y de la Comisión Nacional de Derechos Humanos y de la Comisión Nacional de Seguridad, anexos, conexos y similares.
¿Y?
Atrás del evento social, los polí­ticos “rasgándose las vestiduras” en nombre de los indí­genas, en el caso de Veracruz, un millón habitando en las 8 regiones étnicas, a saber, Huayacocotla, Chicontepec, Otontepec, Papantla, Zongolica, Soteapan y los valles de Santa Martha y Uxpanapa.
En cada una de tales demarcaciones geográficas, indí­genas presos por robar un pollito o una gallinita, ¡vaya humanismo!


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