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Expediente 2024
Lunes 06 agosto, 2018

Bamba caliente

La noticia habitual de todos los dí­as en la prensa de Veracruz es la muerte.
Ningún dí­a pasa sin que alguien, varios, pierdan la vida asesinados.
Sólo falta que los muertos aparezcan hasta en el aviso económico.
Y si en otros tiempos los turistas sólo rastreaban noticias del rí­o Bobos para su turismo de aventuras o de los Voladores de Papantla o del festival de picadas y gordas en el barrio de La Huaca, ahora, ni el Life ni el Times les evitan leer la nota roja.

Luis Velázquez

Y más porque Estados Unidos ha vetado en repetidas ocasiones a Veracruz como destino.
Unas veces, los muertos son feminicidios, niños, ancianos, y lo que Felipe Calderón Hinojosa llamaba “daños colaterales”.
Otras ocasiones son cadáveres flotando en los rí­os y lagunas.
Cada dí­a en la prensa parece una réplica, un fax del dí­a anterior.
Antes, eran los caciques los matones. De “La mano negra”, de Manuel Parra, el hombre fuerte de la hacienda de Almolonga, y los Montano, a “La Sonora Matancera” de Agustí­n Acosta Lagunes.
Ahora, son los carteles y cartelitos y cartelititos quienes asfixian la vida con sangre.
Si el voceador zongolotea el periódico una vez sale sangre. Y si dos veces, salen huesos. Y si tres veces, brotan muertos.

“LA FIESTA DE LAS BALAS”

Incluso, todo indica, la circulación de periódicos va hacia abajo. Para qué leer dice un lector si el periódico escurre sangre todos los dí­as y con tantos muertos el paladar pierde el gusto por el platillo más exquisito.
Es más: si se levanta la mirada al cielo hasta se verí­a una bala perdida buscando un destino.
Martí­n Luis Guzmán llamó “La fiesta de las balas” a la crónica donde el general Rodolfo Fierro mata en tiro al blanco a 299 prisioneros y sólo uno escapa.
Así­, parafraseando al escritor que fue secretario particular de Pancho Villa, de Javier Duarte a Miguel íngel Yunes Linares serí­a la otra “fiesta de las balas”, pero una fiesta truculenta porque los asesinados en el siglo XXI en Veracruz son niños y mujeres.
Es más luego de leer periódicos y escuchar a los vecinos hablar de la muerte como un amigo con quien se toma una chelada sólo podrí­a exclamarse como Edmundo Valadés que aquí­, en el Veracruz polvoriento y huracanado, “la muerte tiene permiso.
Y la muerte, claro, es reino.
Mejor dicho, ella misma reina.

IGLESIAS, CADA VEZ MíS VACíAS

Con tanta muerte, la práctica religiosa está asociada a la vida eterna.
La muerte, claro, pertenece al mundo del diablo, el infierno, y la vida, a Dios, el cielo.
Y si el padrenuestro es incapaz de parar tanta masacre la fe se ha ido debilitando.
Y las iglesias están cada vez más vací­as y, por el contrario, más visitados los panteones, tantos, que hay, parecen existir más fosas clandestinas que municipios.
Curioso, todo mundo lleva flores y veladoras y estampitas de la Virgen de Guadalupe a los panteones, y nadie a las fosas clandestinas, con todo y que “Colinas de Santa Fe” es la más grande de América Latina.
Y es que si se habla de “Colinas” se levanta en automático una cortina, un zipper, de seguridad en la gente, quizá, por tratarse de un asunto incómodo o en todo caso, porque Arturo Bermúdez Zurita, el ex secretario de Seguridad Pública d Javier Duarte, preso en el penal de Pacho Viejo, todaví­a inspira miedo, terror y horror.

LA NOCHE MíS ESPESA DE VERACRUZ

La vida se ha vuelto reseca y espinosa. Rí­spida. Los dí­as y las noches como alfileres. La noche más espesa y revolcada que el dí­a.
Y en el largo y extenso túnel oscuro, la muerte acechando, como un desierto para el migrante, como una pesadilla tétrica de la que resulta difí­cil despertar, como un vací­o sin fondo en que se cae y cae y cae.
Es la calidad de vida que heredó Javier Duarte a Miguel íngel Yunes Linares y todaví­a persiste. Incluso, habrí­a empeorado.
Del paraí­so terrenal al infierno.
Veracruz, peor que Ayotzinapa, Tlatlaya, Tanahuato, Nochixtlán y San Fernando, Tamaulipas, los capí­tulos sórdidos y siniestros que sólo fueron un dí­a.
“El peor rincón del mundo”, no para el gremio reporteril (Artí­culo 19), sino para vivir.
El cementerio, no de migrantes “más largo del paí­s” (Solalinde), sino del ciudadano común y sencillo.

EL VIAJE UTÓPICO

Se dirí­a que el ciudadano ha dejado de creer en Dios por tanto abandono en que tiene a Veracruz, pues aquí­ ya nos parecemos al relato bí­blico tan lleno de muertos luego de una batalla entre paganos y judí­os.
Pero, bueno, volverse ateo significa mucha valentí­a (Graham Greene en “Caminos sin ley”) porque significa no creer en nada, en nada, en nada, y nada es nada.
Con todo, siempre quedará un Luis Buñuel con aquello de que “soy ateo gracias a Dios”, pues “Dios (está claro) no deja de existir cuando los hombres pierden la fe”.
Por lo pronto, Veracruz es el infierno.
Y si es cierto que en el infierno las almas se achicharran, aquí­ cuando menos nadie se salva de un tiro que de los tres a Rosita Alví­rez sólo uno, ajá, era mortal.
El viaje utópico es tan largo y lleno de cardos que pareciera que nunca llegaremos al destino superior, un bello dí­a, el dí­a de la mujer y del hombre para vivir en paz, el bello dí­a de la humanidad.
Peor aún:
Cada vez el ciudadano se vuelve más incrédulo, más desencantado, más pesimista.
Veracruz, el oscuro desierto lleno de peligros inimaginables.
Soñar en Veracruz con la utopí­a social es un lujo y si desde el 68 en Parí­s fue anunciado que estaba “prohibido prohibir”, prohibido soñar queda.
Y si algún lector cree que en dos años Veracruz será pacificado como dice el gobernador electo allá el riesgo de quienes crean y por lo pronto, recibas todas las bendiciones del mundo por el simple hecho de tener fe en medio de la tormenta.


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