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Jueves 17 mayo, 2018

”El silencio de las mariposas”

•Desdén por los migrantes
•En Veracruz desaparecieron

ESCALERAS: Nunca el grito de las madres de los migrantes de América Central al bienio azul de Veracruz fue escuchado.
En su caminata por tierra jarocha ellas sólo pedí­an al gobierno del estado integrar una base de datos con ADN de madres centroamericanas, considerando que Veracruz fue y es “el cementerio de migrantes más largo y extenso del paí­s” como en su oportunidad lo documentó el sacerdote José Alejandro Solalinde, siempre en pie de guerra.

Luis Velázquez

En una y otra travesí­a, las madres gritaron “a los cuatro vientos” que en el tránsito de sus hijos de Guatemala, Honduras, Salvador y Nicaragua a Estados Unidos y en su paso por el paí­s entre 70 y 120 veinte mil ilegales fueron “tragados por la tierra”.
Y Veracruz, el peor infierno.
Sus voces murieron en el silencio. Fue aquel “el silencio de las mariposas” como en el peor tiempo de Rafael Leónides Trujillo, el dictador de la República Dominicana durante treinta años.
Muchos meses después quedó claro: si el Solecito y los Colectivos siguen dolidos por el desdén para buscar a los suyos, con más razón la indiferencia con los migrantes desaparecidos.

PASAMANOS: De acuerdo con Rubén Figueroa, miembro del Movimiento Migrante Mesoamericano, los puntos negros en Veracruz son Coatzacoalcos, Medias Aguas, Acayucan, Tierra Blanca y Córdoba-Orizaba.
Y aun cuando ene número de ocasiones los han refriteado en el ánimo social y en el carril polí­tico y mediático, nunca, jamás, ni en el sexenio anterior y anterior ni tampoco ahora, la respuesta oficial ha sido generosa.
Por el contrario, el desdén.
En el Fidelismo, por ejemplo, el gobernador ordenó a un trí­o de diputadas locales lanzarse a la yugular de Solalinde.
En el Duartismo, una elite de los evangélicos fue lanzada contra el sacerdote fundador del albergue “Los hermanos en el camino” en el café de “La Parroquia” de la avenida 16 de septiembre.
Ahora, Solalinde ha sido candidateado como el titular de la Comisión Nacional de Derechos Humanos que será integrada ex profeso cuando AMLO entre a Los Pinos.

CORREDORES: Las madres de los migrantes de América Central han caminado repetidas veces en Veracruz.
En unas ocasiones, con Solalinde al frente. Y en otras, con el activista Rubén Figueroa.
Incluso, han rastreado pistas de los suyos en los penales y para suerte, han encontrado a varios hijos detenidos y sujetos a un proceso penal por equis causa.
Pero ellas sienten, creen, están seguras (amor y olfato y sensibilidad de madre) que en un Veracruz donde hay más fosas clandestinas que municipios y lo que constituye “la geografí­a del terror” (El Paí­s), podrí­an, digamos, estar sepultados sus hijos.
Y por eso, el clamor a la yunicidad efectuado semanas anteriores.
Uno: Los carteles y cartelitos como primeros sospechosos.
Dos: “Los polleros”. “Los coyotes”.
Tres. Los Maras.
Cuatro. La policí­a migratoria.
Cinco. Las policí­as estatales y municipales.
En contraparte, sólo “Las Patronas” de Amatlán han sido ultra contra súper generosas y solidarias con ellos y desde hace más de veinte años en su paso por la población les regalan despensas alimenticias.

RODAPIÉ: Nada, sin embargo, puede esperarse del bienio azul.
Y más, por lo siguiente:
Solalinde encarna la lucha social por la dignidad humana de los migrantes.
Y en su paso por Veracruz, ha tenido siempre el desdén y el rechazo y el menosprecio de la mayor parte de obispos y ni se diga del arzobispo Hipólito Reyes Larios, quien en el par de sexenios anteriores pareciera haber tomado partido al lado de Javier Duarte y Fidel Herrera, y nunca, jamás, abrió la puerta de la iglesia a Solalinde.
Ni tampoco la mayorí­a de obispos.
Incluso, en su paso por Tierra Blanca, donde alguna vez pernoctara pudo oficiar misa en alguna iglesia.
Por eso, su deslinde de la iglesia conservadora.
Ya en su tiempo, Octavio Paz, Premio Nobel de Literatura, decí­a que todos “somos contemporáneos de todos los hombres”, en tanto el escritor Jorge Volpi suele decir que todos somos latinoamericanos.
Los aires de fraternidad, sin embargo, tardan demasiado en llegar a los ministros de Dios.

BALAUSTRES: El infierno de los migrantes en su paso por Veracruz está en la delincuencia organizada.
A: La activista Martha Soler dice, por ejemplo, que los carteles los secuestran, primero, para solicitar un rescate a las familias.
B: Luego, para utilizarlos como sicarios o halcones.
C: Y en el caso de las mujeres, reclutadas para trabajadoras sexuales en los antros propiedad de los malandros y/o como sexoservidoras de los propios malosos. Y/o, en la trata de blancas.
D: Y después, para asesinarlos, como por ejemplo sucediera en San Fernando, Tamaulipas, cuando mataron a 72 ilegales, todos arrodillados, y hasta con el tiro de gracia.
Para los migrantes, Veracruz es el peor infierno. El más deplorable atropello a los derechos humanos, acompañado del menosprecio.
Y lo más grave: atrás de cada migrante existe una historia de vida. Dramática. Huyen de América Central, unas veces, por la violencia desbordada, y otras, por el hambre y la pobreza.

CASCAJO: En alguna ocasión, y gracias al Solecito de la señora Marí­a de los íngeles Dí­az Genao, tomaron muestras de ADN a las madres y las confrontaron con restos óseos hallados en Veracruz en algunas de las tantas fosas clandestinas que han ido apareciendo, considerando como ha dicho la Fiscalí­a que en Veracruz hay fosas en cuando menos 55 municipios, herencia todas del sexenio anterior.
Pero de ahí­ en adelante, la indiferencia oficial.
Tan es así­ que, por ejemplo, el Solecito sigue vendiendo ropa usada y comida rápida los fines de semana y en dí­as festivos (Semana Santa, el carnaval, ferias de pueblos, etcétera) para avenirse de recursos con que seguir barbechando su legí­tima esperanza social y familiar.
En Veracruz, más de mil padres de familia se han aplicado pruebas de ADN con la esperanza “de que alguna autoridad les dé información sobre sus familiares ausentes” y de nada ha servido.
Es el estado de los derechos humanos en los años turbulentos y huracanados de “la noche tibia y callada” de Agustí­n Lara.


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