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Diario de un reportero
Sábado 21 abril, 2018

Culto a la personalidad

La felicidad del embute
•“La tí­a Justa”


DOMINGO
Culto a la personalidad



Era el siglo pasado. Entonces nadie imaginaba la existencia de celulares para que, entre otras cositas, el usuario recibiera un telefonema, se levantara del asiento en el restaurante y paseara como torero en tarde exitoso en los pasillos, luciéndose.
En aquel tiempo, el bejuco telefónico era controlado por una operadora y cuando un comensal tenía llamada lo voceaban.
--Señor Murillo, señor Murillo, tiene llamada telefónica. Favor de presentarse a cabina.
Y el reportero José Murillo Tejeda se levantaba de la mesa del restaurante y caminaba un kilómetro para llegar a la cabina.
Demoraba unos minutos, quizá 3, 4. Y regresaba paseándose entre las mesas, observando si lo miraban, sobre todo, las mujeres y quienes más le interesaban.
15 minutos después, la voz de la operadora se escuchaba de nuevo:

Luis Velázquez

--Señor Murillo, señor Murillo, tiene telefonema internacional. Urge su presencia.
Pepe Murillo se levantaba como empujado como un resorte. Entonces volteaba de norte a sur y de este a oeste del restaurante para ver si alguna mirada femenina tení­a curiosidad por identificar al señor Murillo a quien hablaban por teléfono.
Y Pepe Murillo atravesaba como pavo/real en el jardí­n el kilómetro del restaurante a la cabina.

LUNES
La mujer sobornada


Ahora, y como era llamada internacional, Pepe demoraba más tiempo. Unos seis, siete minutos. Y pavoneándose, obsesionado con una mirada femenina, regresaba a la mesa.
Pedí­a el whisky número cuatro, cinco, seis, del mediodí­a. Con galanura tomaba los hielitos, los metí­a al vaso y los revoloteaba con una cuchara. Y seguí­a platicando.
Y cuando el whiskazo iba a la mitad otra vez el teléfono.
--Señor Murillo, señor Murillo, tiene llamada telefónica.
Y de nuevo, el ritual. Torero con oreja y rabo en la mano. Torero paseado en hombros.
Quizá para entonces su mirada se habrí­a cruzado con la mirada de alguna mujer y le estaba enviando un recadito con el mesero.
Así­ era el resto de la comida.
--Caray, Pepe, eres muy importante. Te llaman tanto.
Pepe sonreí­a.
Un dí­a se le preguntó a la operadora telefónica cómo era posible que le hablaran tanto por teléfono en tan poco tiempo.
La chica sonrió. Pero se le insistió. Entonces, desembuchó la verdad histórica:
--Nadie le habla. A mí­ me da una buena propina para que le esté hablando cada 10, 15 minutos, y hacerse el importante.

MARTES
El Senador famoso


Más importante se hací­a sentir Manuel Ramos Gurrión cuando Senador de la República.
Un fin de semana llegó a Xalapa para descansar del tráfago legislativo. Visitó a su amigo, Froylán Flores Cancela, director del semanario “Punto y aparte”.
A la mitad de la plática, Froylán le dijo:
--Felicidades, Manuel.
Ramos Gurrión sonriendo, ojos pí­caros, feliz, realizado, preguntó por qué felicidades.
Froylán le reviró:
--Ya me contaron, Manuel. Dicen que andas con un súper cromo de mujer. Una italiana que fue modelo y es tu secretaria.
Le brilló la mirada incandescente a Ramos Gurrión. Y dijo:
--Pura fama, Froylán, pura fama.
--Pero ¿es cierto?
--Fama, Froylán, fama.

MIÉRCOLES
La felicidad del embute


Don Arnulfo Pérez H. habí­a sido secretario particular del gobernador de Tabasco, Tomás Garrido Canabal, aquel que odiaba a los curas y a sus vacas y caballos les poní­a nombres de obispos y hasta de Papas.
Luego serí­a administrador de la Aduana jarocha y sus tarjetas de presentación tení­an la siguiente leyenda:
“Arnulfo Pérez H., enemigo personal de Dios”.
Solí­a regalar un libro a los reporteros. Pero el libro era, digamos, el último informe del presidente de la república.
Y cuando miraba la cara molesta del periodista, sonreí­a con la risa de niño travieso que tení­a a los 70 años de edad.
Entonces, don Arnulfo Pérez H., tomaba el libro del informe presidencial y decí­a:
--Llévese el libro. No lo desprecie. Pero ábralo en esta página.
Y don Arnulfo mostraba el libro en la página equis, donde un sobrecito con dinerito esperaba al reportero.
En automático, la cara del reportero cambiaba por una sonrisa más grande que la sandí­a de Diego Rivera.

JUEVES
“La tí­a justa”


Entre los fidelistas le llamaban “La tí­a justa”. Era una señora en Xalapa que ofrecí­a “artí­culos para caballeros”. Decí­a al gabinete legal del “tí­o”:
--Usted dí­game la chica que desee y se la pongo. Es más, váyase a plaza comercial y la que le guste nomás me da los datos.
La voz se corrió y llegó al jefe máximo. Y el jefe pidió se la presentaran.
Y a partir del momento, considerando que “en donde manda capitán…”, “La tí­a justa” se volvió proveedora exclusiva del jefe de la revolución hecha gobierno.
Es más, el primer cí­rculo del poder, el más cercano al jefe, debió contratar a un médico de la absoluta confianza para revisar a las chicas antes de aposentarse en el tálamo del jefe máximo.
El médico aquel, originario de Cosamaloapan, las auscultaba y luego enseguida marcaba al teléfono rojo:
--¡Aprobada, jefe! ¡No hay peligro!
Meses después, el médico fue ascendido a director como reconocimiento a tantos servicios prestados a la revolución y desde luego, una de sus encomiendas al frente de aquel hospital público era encargarse de la seguridad higiénica del jefe.
Por cierto, fue la misma táctica que utilizaba el dictador de la República Dominicana, Rafael Leónides Trujillo, quien llegó a ejercer el derecho de pernada con las esposas y las hijas de su gabinete durante los 33 años que permaneciera en el poder.
“La tí­a Justa” alcanzó las suficientes indulgencias para entrar al cielo.

VIERNES
Oleos de Duarte y Karime


En la montaña negra de Zongolica, un indí­gena gana 70 pesos diarios como jornalero desde antes de que el sol salga hasta que luna alumbra el surco.
Sólo trabajan de lunes al mediodí­a del sábado. El sábado únicamente les pagan mediodí­a. 35 pesos.
A la semana suman 385 pesos.
Pero trepados en la egolatrí­a, Javier Duarte y Karime Mací­as contrataron a un pintor, Luis Fracchia, para un óleo.
Los dos, con su carita VIP y su ropita VIP. Finos. Elegantes. Exquisitos, con todo y que en el rancho digan que “si la mona se viste de seda mona se queda”.
Luis Fracchia inició en Italia y Roma como pintor. Allá vivió de 1973 a 1979. Se graduó en la Scuola de Arti di San Giacomo.
En 1980 llegó a México. Y ha participado en la primera Bienal de Dibujo Diego Rivera y en la sexta Bienal de pintura Rufino Tamayo (Notiver, 17 de abril, 2018).
Y Luis Facchia cobra hasta un millón de pesos por cada cuadrito.
En el caso, los óleos de Duarte y Karime, dos millones de pesos.
Un jornalero indí­gena gana 385 pesos a la semana, fregándose el lomo.
Sus hijos, igual que todos los niños, van a la escuela sin desayunar, y en el mejor de los casos, con un pancito y un cafecito.
Por eso, se quedan dormidos en el pupitre del salón de clases.
Y la miseria es tanta que en cada corte anual de caña de azúcar, café y cí­tricos, los padres se los llevan, pues significan una mano de obra.


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