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Malecón del paseo
Lunes 16 abril, 2018

Los amigos

•Pitol, Monsi y Pacheco
•Historias felices

EMBARCADERO: Hay dos fotos preciosí­simas... Son tres escritores, los tres, muertos, el último falleció apenas la semana anterior... Sergio Pitol, 85 años... En una foto, el trí­o aparece cuando son jóvenes, muy jóvenes, promesas ya de la literatura... Están sentados en el piso de una librerí­a quizá, acaso de una oficina, recargados sobre un librero con muchos papeles... En medio aparece Sergio Pitol... En el lado derecho, Carlos Monsiváis Aceves, y en el lado izquierdo, José Emilio Pacheco

Luis Velázquez

Monsi (así­ le llamaban los amigos del primer cí­rculo) tiene un libro abierto en la mano izquierda y Pitol y Pacheco miran la página… Los tres leen… Pitol y Pacheco, vestidos informales, con saco, pero sin corbata… Raro y extraño, Monsi con traje y corbata… Pitol es el único que fuma, tiene un cigarro en la mano… Pacheco tiene las manos entrelazadas… Monsi se acaricia un pelo de la cabeza con la mano derecha…

ROMPEOLAS: La otra foto habla de la vida muchos, muchí­simos años después… En la foto están (en el mismo orden que la foto de cuando eran jóvenes), Pacheco, Pitol en medio y Monsi en el lado derecho… Pacheco platica con Pitol que escucha con la mirada perdida en el horizonte, digamos, masticando las palabras, las ideas, los datos de Pacheco… Y Monsi mira enfrente a un espectador que aparece fuera del primer plano fotográfico… José Emilio Pacheco habla, serio, y Pitol escucha abstraí­do… Monsi sonrí­e… La sonrisa irónica de siempre… El espí­ritu crí­tico, el pitorreo, la sorna, la burla, nunca, jamás, el escarnio… “Los ricos, decí­a Monsi, me friegan por su dinero y yo me los friego por mi inteligencia”… Pitol y Pacheco fueron Premio Cervantes de Literatura… A Monsi le faltó tiempo, pues murió en el hospital, entre otras cositas, porque leyó muchos, muchí­simos libros viejos, llenos de ácaros, humedad y polvo, y le pegó duro en los pulmones…

ASTILLEROS: La foto honra a los tres… Primero, por inquebrantable fidelidad a su vocación literaria…Segundo, porque honraron la amistad, pues amigos de jóvenes llegaron de amigos a la vejez, incluso, a la antesala de la muerte… Por ejemplo, Octavio Paz y Carlos Fuentes fueron condiscí­pulos en la UNAM, y desde entonces, amistad a prueba de fuego… Un dí­a, en la revista Plural, Enrique Krauze publicó ensayo furibundo en contra de Carlos Fuentes… Fuentes habló por teléfono a Octavio Paz, director, para en nombre de la amistad, primero, reprocharle el ensayo, y segundo, que ni siquiera le habí­a dado la oportunidad de avisarle, y tercero, que en todo caso si su decisión era publicar el texto, el legí­timo derecho a una réplica en el mismo texto… La amistad se rompió… En el lecho de muerte, Paz pidió a un amigo común convenciera a Fuentes de visitarlo… Carlos Fuentes seguí­a indignado y nunca aceptó el reencuentro… La vida, ni modo, es así­, y ni modo, qué le vamos hacer, exclama un personaje novelesco de Fuentes... Pitol, Monsi y Pacheco, amigos siempre, pues, como reza el proverbio popular, “el único patrimonio de los hombres es la amistad”…

ARRECIFES: Por la edad, Pitol debió pertenecer a la generación de Juan Vicente Melo, Julieta Campos, Salvador Elizondo, José de la Colina y Elena Poniatowska, entre otros, nacidos en la década de los treinta… Pero Pitol (nacido en Puebla, arraigado en Córdoba desde que a los 4 años de edad perdió a sus padres ahogados en una playa del puerto jarocho) era muy tí­mido… Y se negaba a publicar… “Necesitó viajar al extranjero para perder el pudor y publicar” (El Paí­s)… A los 25 años publicó sus primeros cuentos en una revista dirigida por Juan José Arreola, quien fue el gurú de un montón de escritores… Y se empató con la generación de José Emilio Pacheco y Carlos Monsiváis… Una vez, la Poniatowska (Poni para los amigos) dijo que “por 25 años no supimos de él sino a través de sus cartas”… Anduvo de funcionario diplomático en varios paí­ses… En su periplo están China, Bulgaria, Hungrí­a, España, Francia, la Unión Soviética y Checoslovaquia… Y por aquí­ viajaba y por aquí­ escribí­a y publicaba, claro, hasta vencer por completo su timidez y pudor…

PLAZOLETA: A los 5 años de edad, Pitol habí­a sufrido las peores desgracias de la vida… Sus padres, ahogados… Y la muerte de su hermana menor… Su salud, quebrantada por un paludismo que lo tiró en la cama durante largas y extenuantes temporadas… Entonces, y debido a la enfermedad, descubrió el paraí­so terrenal en casa de la abuela en un ingenio azucarero de Córdoba… Fue la lectura de libros, novelas, cuentos, poemas… Decí­a: “Leí­ todo lo que cayó en mis manos… Y llegué a la adolescencia con una carga de lecturas bastante insoportable”… La abuela lo rescató, mejor dicho, lo salvó… Fue el caso, entre tantos otros, de Gabriel Garcí­a Márquez, quien formó parte de once hermanos, y los padres lo dejaron con los abuelos… Y el abuelo, el general Aureliano Buendí­a, le descubrió el mundo, empezando aquel dí­a cuando lo llevó a conocer la forma en que hací­an el hielo en una fábrica… Y a partir de entonces, la leyenda…

PALMERAS: Decí­a Sergio Pitol: “Cada libro es más una crónica de la felicidad… De la felicidad vital que da la buena lectura… Los amigos, los amores, los viajes y los momentos de vida que son privilegiados”… Siempre ligado a la Universidad Veracruzana, UV, como tantos otros, entre ellos, Sergio Galindo y Carlos Fuentes, por ejemplo, Pitol prestigió el tiempo académico del doctor Raúl Arias Lovillo… Fue aquel rectorado cuando un equipo editorial, coordinado por el autor de “El desfile del amor” y “La vida conyugal”, seleccionaba a los clásicos eran publicados en libros baratos y los regalaban a los estudiantes de recién ingreso a la máxima casa de estudios, de igual manera que cuando José Vasconcelos, secretario de Educación de ílvaro Obregón, lanzó aquel movimiento cultural sin precedente de imprimir a los clásicos y regalar a los alumnos, campesinos y obreros…


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