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Diario de un reportero
Sábado 14 abril, 2018

Cornadas del hambre

•El itacate es primero
•Vivir de la limosna

DOMINGO
Cornadas del hambre



Víctor es el albañil de la vecindad. Tiene 65 años. Cara redonda, bajito de estatura, gordito, de puerta en puerta ofrece su servicio.
Todos lo conocen. Y lo miran como suyo.
Un día, la policía que hace el rondín lo miró sentado en la banqueta descansando. Y se lo quiso llevar. Tocó el timbre de la casa y la señora salió. Y lo defendió.
Usa un celular de 300 pesos.Y el celular sólo tiene dos funciones:
A: contestar las llamadas de su esposa y sus hijos.
Y B: mirar la hora.
Es analfabeta. No sabe ni leer ni escribir. Hijo de campesino, apenas tuvo la edad de una mano de obra más en la familia, el padre se lo llevaba a la faena, el corte de caña de azúcar, de café y de cítricos.
Víctor es uno de las 600 mil personas de 14 años de edad adelante que nunca, jamás, la secretaría de Educación de Veracruz ha deseado alfabetizar.

Luis Velázquez

Siempre le ha valido a la SEV. Digamos, es una obra educativa que nunca luce al polí­tico.
Un comunista dirí­a que los analfabetas son “carne de cañón” para los polí­ticos y sus campañas electorales.

LUNES
Correr atrás de la vida


Lucí­a es madre soltera. Dos hijas. Sólo estudió la escuela primaria. Anda en los 40 años. Es trabajadora doméstica y todos los dí­as anda corriendo atrás de la vida.
Lleva a las hijas a la escuela y sale de prisa y aprisa en el autobús urbano a la casa donde labora.
Por fortuna, su madre la asiste. Y ella va por las niñas, se las lleva a casa, les da de comer y está pendiente de la tarea hasta que Lucí­a llega por ellas, hacia las 4, 5 de la tarde.
Así­, el lunes, el martes, el miércoles, el jueves y el viernes.
El sábado pone su changarrito en la colonia popular donde vive. Vende ropa usada. La ropita que por ahí­ le van regalando las amistades y las señoras con quienes trabaja.
Y desde luego, las niñas de 8 y 9 años la acompañan.
Incluso, mientras ella vende ropa tiende una sabanita en el suelo y ahí­ las criaturas terminan de dormir.
El domingo es para lavar y planchar la ropa. Y hacer limpieza “a conciencia” en casa.
Todas las semanas, todos los meses, todos los años, son iguales, sin que una lucecita alumbre su largo y extenso túnel.

MARTES
Vivir de la limosna


En el crucero de la esquina hay dos hombres. Son de la séptima década. Los dos, viejitos. Los dos, en sillas de ruedas. Los dos, limosneando.
En cada alto se lanzan en medio de los automóviles con la mano tendida y los ojos como borreguitos a medio morir, llenos de misericordia, piedad y compasión.
Solo extienden la mano. Ninguna palabra. Es el sí­mbolo universal de los pordioseros.
Uno otro se han dividido la esquina. Uno, en el lado izquierdo. Otro, en el lado derecho.
Y de vez en vez, cuando el sol está radiante, hacia las 11, 12, 13 horas, se dan su recreo y empujando la silla de rueda se reúnen debajo de un árbol.
Los dos llegan a su fuente de empleo en taxi. Ningún familiar los lleva. El taxista los ayuda a subir y a bajar de la unidad y les ayuda también con la silla de ruedas.
8 horas después, el taxista, puntual, regresa por ellos. Se van juntos. Los pasa a dejar a sus casas a uno por uno.
En el crucero siguiente hay otro anciano. Más o menos de la misma edad, entre 75 y 80 años. Por fortuna, puede caminar. Y paso a pasito camina en medio de los autos. Se sostiene con un bastón. Y de igual manera, extiende la mano y convoca la generosidad humana.
Todos los dí­as son así­. Vivir de la limosna.

MIÉRCOLES
Confiar en el corazón humano


De tarde en tarde pasa en la vecindad un hombre y un niño. Los dos, indí­genas. Los dos, tocan la trompeta. Siempre, la misma pieza. Sabrán ellos el nombre. Sabrán el autor.
Tocan. Y sin tocar la puerta de ninguna casa, el hombre y el niño confí­an en el corazón humano de la señora de la casa para que salga a una limosnita.
Durante unos minutos, quizá unos 5, siguen tocando de manera obstinada. Porfí­an. Insisten. Y quizá su estrategia les funcione, porque a cada rato pasan enfrente.
Respetuosos, nunca piden limosna. Confí­an en su mérito artí­stico. Ganarse unos centavitos en base a su música.
Su ropita es raí­da. Sencillita. En los ojos solo aletea la humildad. Ningún gesto mí­nimo de petulancia ni soberbia. “Señor, señora” dicen a todos, a diferencia de otros que dicen “jefe, jefa”.
Ellos vienen de la sierra de Zongolica a la ciudad. De pueblo en pueblo van caminando.
A veces, el hombre se trae a la familia. La esposa y otra hija de unos 3, 4 años.
Vivir de la pepena. Uno de cada tres habitantes de Veracruz sobrevive, en cuentas del INEGI, del changarro. La venta de antojitos, por ejemplo. Ellos, de su música.

JUEVES
El jardinero del barrio


Lázaro es jardinero. Anda de fraccionamiento en fraccionamiento cacareando su servicio. Por lo regular, solo. A veces, con el hijo mayor de unos 15, 16 años.
En ocasiones, dí­as buenos. Otros, la mayorí­a, dí­as malos.
Y más malos, porque arrastra el peso del hijo. El hijo que de pronto ya no quiso estudiar. Solo trabajar a su lado. Aprender el oficio de jardinero. Mejorar el ingreso familiar.
Pero en ocasiones, Lázaro dice en cada casa:
--Jefe, le lavo el coche.
--Jefe, le encero el coche.
--Jefe, le hago el mandado.
Vivir, pues, a la quinta pregunta.
Un economista dice que el sueldo de una persona ha de medirse a partir de lo que puede ahorrar para soñar con dí­as mejores.
Cada quincena, Lázaro sale corriendo a la casa de empeño con su único patrimonio, el anillo matrimonial, que tantas veces los ha salvado para llevar el itacate y la torta a casa.

VIERNES
Veracruz sórdido y siniestro


Veracruz, alardean los polí­ticos, es un estado rico, pródigo en recursos naturales. Pero habitado por gente jodida.
6 de cada 10 habitantes en la miseria y la pobreza.
Todos los dí­as, medio millón de personas solo hacen dos comidas, y mal comidas, dada la precariedad con que viven.
De los 8 millones de habitantes, 6 millones están jodidos.
Veracruz, en el tercer lugar nacional viviendo del changarro, luego del Estado de México y la Ciudad de México.
Hay 800 mil ancianos de 60 años de edad en adelante, de los cuales, un 70 por ciento carecen de seguridad social, en que se incluyen la mayorí­a de seniles de las regiones indí­genas y campesinas.
En tanto, las personas de la tercera edad que tienen pensión apenas es de mil 500 pesos mensuales, lo que significa el fracaso de la polí­tica económica.
Un millón de paisanos en Estados Unidos como indocumentados.
Y en cada ciclo electoral, los polí­ticos ofreciendo el paraí­so terrenal a la población.
Y cada seis y cuatro años (con los alcaldes) aparecen nuevas fortunas familiares.
Es el Veracruz sórdido y siniestro.


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