Paralelismos de la elección presidencial de 1994 y la de 2018
•Por Eduardo de la Torre Jaramillo
He leído con detenimiento a la mayoría de los analistas políticos nacionales que comparan la elección de 2018 con la de 2006, en la cual francamente es una lectura política vacua que únicamente gira en torno a las ilusorias encuestas, siendo un elemento frágil...
para determinar el paralelismo entre esas elecciones presidenciales, porque los contextos sociopolíticos son totalmente distintos. Aunque absolutamente todas las elecciones son diferentes, en la actual contienda electoral existe un punto de coincidencia, que es la violencia, la diferencia radica que en la elección de 1994 fue una violencia sociopolítica; vayamos por partes, primero el alzamiento neozapatista, encabezado por un posmoderno guerrillero-poeta, posteriormente se produjo el asesinato de Luis Donaldo Colosio Murrieta, y después de la campaña, el asesinato de José Francisco Ruiz Massieu, este último quizá fue el último ideólogo del PRI; todo esto provocó que la sociedad mexicana le votará nuevamente al PRI, como ya lo había hecho en la elección federal de 1991, en donde el otrora partido hegemónico ganó 290 distritos electorales federales de los 300, este realineamiento de la clase media hacia el PRI se produjo por el impacto de la narrativa gubernamental sobre la modernización y el arribo al “primer mundo”; no así la elección presidencial de 1994, en la cual el voto de miedo triunfó. Una elección “legal pero no legítima”, según afirmó el mismo Ernesto Zedillo Ponce de León.
Regresando a la época actual, en este último semestre han sido asesinados alcaldes electos, presidentes en funciones, aspirantes a diputados locales y federales; en una primera instancia se podría afirmar que la violencia política ahora es de abajo hacia arriba, y no necesariamente en las elites políticas como lo fue en el año de 1994; empero, esta regresión-descomposición política no sólo es ya la violencia política, sino que la actual proviene de los grupos vinculados al narcotráfico, lo que hace suponer que México cada día se encamina a consolidarse como una “república mafiosa”, -el quid se encuentra en el financiamiento de las campañas electorales-, y que está “vuelta a los orígenes”, es algo como lo que sucedió posteriormente a la Independencia y a la Revolución Mexicana, la resolución del conflicto político a través de la eliminación del contrario, en fin, es la visión schmittiana de la política, la del amigo/enemigo.
Bienvenidos a la “jibarización de la política”, estas especies de elites políticas, que cada día se transforman en tribus políticas, muy alejadas de la razón, del diálogo, del entendimiento, de los consensos, del respeto a la pluralidad política; y que sólo juegan en la parte económica, en la profundización de la depredación económica, y basta decir que ante la desaparición de los políticos, irrumpen “los hombres sin atributos”, quienes ganan o aspiran a ganar y son incapaces para gobernar, ganan por los humores que la sociedad votante decide apoyar coyunturalmente, una sociedad que prueba a los nuevos redentores municipales, estatales y hasta nacionales, pero que son hombres de paja, políticamente hablando son los nuevos fariseos políticos, quienes carecen de ideas mínimas para gobernar, vaya ni siquiera se les da el sentido común para la vida pública.
Regresando a la historia reciente, después de aquella elección violenta en 1994 se produjo la primera crisis de la globalización que la inauguró México, con aquella dificultad se perdieron patrimonios familiares completos, que podríamos afirmar que sólo fueron pérdidas materiales y que había posibilidad de volver a crecer a través de los esfuerzos individuales y familiares; a diferencia del momento actual, cuya crisis es social, en donde lo que se pierden son vidas, y que son únicas e irrepetibles, y que este hecho de violencia generalizada en el país sea la única apuesta desde el sistema para refrendar el poder político, al fin y al cabo, todo puede ser manipulable en la sociedad mexicana, desde la aspiración a la felicidad hasta el enojo se pueden manejar políticamente.
Finalmente, ¿quién aspira a gobernar un país quebrado, desesperanzado, enojado, sin una mayoría política?, o en su defecto quién llegará a ganar con una mayoría en el congreso de la unión, sería algo desastroso políticamente hablando, porque se empezarían con las consultas de alzada de mano, nulificando al ya débil INE y de paso la desinstitucionalización del país, y nos encaminaríamos hacia un totalitarismo; con el PRI fue el autoritarismo, pero ahora con el fascismo tropical, la regresión es hacia el Partido Nacional Revolucionario (PNR), un partido del presidente, un partido de Estado, en el que cual no había sectores sociales, lo que se asemeja al partido de “ya sabes quién”, por lo que al no existir un pequeño proceso de racionalización, éste país se puede encaminar a una reelección aprobada en y desde el zócalo de la CDMX.
Es importante definir que hay sólo dos proyectos presidenciales en 2018, el del regreso a 1929, el modelo totalitario del posmoderno PNR llamado “morena”; y el de la modernización autoritaria en dos leves diferencias; la del PRI y la del PAN, nuestras coca-cola y pepsi-cola políticamente hablando. Con lo cual se consolida la hipótesis de que el proyecto democrático está en vías de extinción en el país, la sociedad mexicana en esta elección presidencial no votará por la democracia, sino por proyectos totalitarios y/o autoritarios, éstos últimos se diferencian en que uno rígido y el otro es blando. Unos electores que serán consumidores y usuarios de las redes sociales como parte de este gran montaje mediático y de Facebook, con las consecuencias ya sabidas en otras partes del mundo.