85 años de Sergio Pitol con un pastel de tres leches
•En su tiempo como maestro hacía fila en la cafetería universitaria para comprar unas empanaditas y un té que compartía con una alumna
•Preparaba fichas sobre sus clases de Literatura para alentar la discusión sobre Chéjov y Tólstoi
•Un día en clase habló sobre la muerte de Tolstói y se puso a llorar
Por EIRINET GÓMEZ
El 85 aniversario de Sergio Pitol fue festejado con un pastel de tres leches, y un desfile de anécdotas de su etapa como maestro en la facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) en la década de los noventa.
En la acogedora sala de la casa de Sergio Pitol en Xalapa, la número 11 de la calle Pino Suárez, Luz Fernández de Alba, -a quien asesoró su tesis de licenciatura y dio clases en la maestría en Letras Iberoamericanas - habló del seminario de literatura comparada que Pitol daba cada viernes en un horario de 12:00 a 14:00 horas, a una docena de estudiantes de maestría.
Luz Fernández describió a Sergio Pitol como un mentor apasionado que preparaba fichas a partir de los cuales alentaba la discusión sobre la obra de Chéjov y Tólstoi.
Pero también, como un “caballero chejoviano del siglo XIX” que se ofrecía a hacer fila en la cafetería universitaria, mientras su alumna lo esperaba en la mesa para compartir una empanada y un té.
En el evento, donde el IVEC anunció una serie de actividades para homenajear al escritor a lo largo del año, estuvo presente su sobrina Laura Demeneghi, quien junto con Fernández de Alba, compartió un pastel de tres leches, pambazos y gelatinas con base de anís ”“parte del menú favorito del escritor- .
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Gracias a Pitol conocí a Bajtín y aprendí a acomodar mis libros
Cuando Luz Fernández de Alba cursaba la licenciatura en Lengua y Literatura Hispánicas decidió realizar su tesis sobre Sergio Pitol. Estaba impresionada por El tañido de una flauta y Juegos florales.
Sin retardo fue a buscarlo a su casa de Coyoacán, en La Conchita, en una casa cuyo principal atractivo era una biblioteca de dos pisos -al estilo de Alfonso Reyes- con una escalerita, que lleva al segundo piso.
En ese momento Pitol ya era un escritor consagrado, y la formalidad la obligaba a hablarle de usted. Pero el escritor pronto rechazaría ese gesto y le pediría que lo tratara de tú.
-Quiero hacer mi tesis sobre ti, le dijo.
-Entonces tienes que leer a Mijail Mijalovich Bajtín, le respondió.
Pitol subió la escalerita ágilmente al segundo piso de la biblioteca, y fue directamente a donde estaba el ejemplar que buscaba.
En su narración, Fernández de Alba cuenta que ese gesto la dejó sorprendida: ¿Cómo era posible que en una biblioteca de dos pisos, con libros por todos lados, Pitol supiera exactamente, donde estaba aquel ejemplar de Bajtín?.
-Lo sé porque yo acomodo mis libros. Y no permito que nadie más lo haga por mi, le confió.
Aquel ejemplar que Pitol le entregó a Fernández de Alba era “La cultura popular en la edad media y el renacimiento”. Y su contenido fue incluido en el marco teórico de esa tesis de licenciatura, que más tarde fue publicada por la UNAM.
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Pitol, un caballero chejoviano del siglo XIX
En los 90´s, la cafetería de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM era un lugar desangelado, donde vendían unas empanadas simplonas. Después de clase, Sergio Pitol y Luz Fernández llegaban hasta aquél sitio para compartir impresiones mientras tomaban un café o té.
En todas aquellas ocasiones, Pitol siempre se ofreció a hacer fila para levantar el pedido.
-Usted espere aquí, yo voy, le decía, y como en la facultad de Filosofía se vivía un ambiente democrático, nadie cedía el paso. Pitol esperaba paciente su turno.
“Él siempre ha sido un caballero chejoviano del siglo XIX, porque Antón Chéjov era uno de sus autores favoritos”.
Luz Fernández dice que aquellas empanadas de sabor horroroso le sabían a gloria porque las compartía con Sergio Pitol.
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El día que Pitol lloró en clase
Como apasionado profesor universitario, Sergio Pitol nunca llegó al salón de clases sin preparar su clase. Los temas del día estaban ordenados en un tarjetones tamaño media carta.
“Era una clase de literatura comparada, y Chéjov y Tólstoi eran los autores preferidos. Sergio nos ponía a leer el fragmentos que él llevaba perfectamente escogidos”.
Pitol no era un profesor melodramático sino más bien un mentor ordenado, que con voz calma, exponía lo mejor de la literatura rusa. Pero en una ocasión, cuando tocó hablar de la muerte de Tolstoi, del héroe nacional que aquél era, de las honras fúnebres, Pitol se emocionó tanto que tuvo que hacer una pausa, se levantó los anteojos, y se secó las lagrimas.
“Era un privilegio tomar clases con él, y escucharlo hablar con esa emoción, con esa pasión, hablar de los rusos”.
El ambiente en aquellas clases era tal, que cuando terminaron el seminario de literatura comparada, Luz Fernández y sus compañeras de clase organizaron una comida con “sopa de falsa tortuga” una figura que él retomó de Lewis Carroll y luego utilizó en El tañido de una flauta.
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Años más tarde, la casa de Coyoacán, en plaza La Conchita, pasó a una prima de Sergio, y después a propiedad de Luz Fernández de Alba y su esposo. Del inmueble, lo envidiable era el espacio destinado a la biblioteca.
“Una vez que Sergio desocupó la casa, y sacó sus libros, quedaron las tablas nada más. Muchas ya vencidas, otras irregulares. Yo veía todo aquel espacio, y me angustiaba, pensaba: “¿Qué voy a hacer, nunca voy a llenar eso?”.
Con las lecturas acumuladas a lo largo del tiempo, Fernández de Alba ha ocupado aquel espacio, y se ha dado cuenta que tarde o temprano, “los libros nos van sacando de la casa”.
De la estructura original de la casa, prevalece casi en su totalidad, únicamente le hizo algunas mejoras, que Pitol pudo conocer.
“Cuando Sergio iba a México, yo le decía te invito a que vengas a tu casa.
Y el alago más grande que recibí cuando aceptó, fue cuando me dijo: oye yo no sabía que esta casa era bonita”.
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Luz Fernández de Alba reconoció en Sergio Pitol un carácter afable y un sentido del humor muy agudo, en donde burlarse de sí mismo estaba contemplado. Como ejemplo, mencionó aquella ocasión en que el escritor cumplió 60 años.
Fernández de Alba le preguntó que sentía cumplir seis décadas de edad. A lo que Pitol contestó que casi todo era normal, sólo que ahora las cosas pasaban más lentas: “En las mañanas, me levanto, me agacho a amarrarme las agujetas de los zapatos, para cuando termino, ya es hora de quitarme los zapatos”.
En otro comento, cuando Fernández de Alba lidiaba con la enfermedad de su padre, habló con el escritor, a quien le contó los momentos difíciles por los que pasaba. Él le respondió: “Bueno, no todos tienen la suerte de ser huérfanos”.
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Después de la charla de Luz Fernández de Alba, el director del Instituto Veracruzano de Educación y cultura (IVEC), Enrique Márquez Almazá, anunció que en colaboración con la familia Demeneghi, realizarán a lo largo del año, un homenaje a la trayectoria de Pitol.
Entre otras actividades, se anunció que Sergio Pitol será uno de los temas centrales de las ediciones de la 29a Feria Nacional del Libro Infantil y Juvenil de Xalapa, y la 2da Feria Nacional del Libro de Boca del Río.
Además, se realizará un concierto en su honor por parte de la Orquesta Filarmónica de Boca del Río, bajo la batuta de Jorge Mester. Y se publicará también un libro conmemorativo, invitando a escritores a realizar una antología de textos sobre Sergio Pitol, y una edición especial de una de sus obras más emblemáticas, ¨El Arte de la Fuga¨.
En la celebración por el 85 aniversario de Sergio Pitol, la familia compartió un pastel de tres leches, pambazos y gelatinas con base de anís ”“que eran parte del gusto del escritor-.
Y aunque Sergio Pitol permaneció todo el tiempo en su habitación, su personalidad se hizo presente a través de todos los objetos que trajo de sus viajes, y que atesoró en su casa.