cargando

En twitter:

Diario de un reportero
Sábado 12 enero, 2013

El mejor periodista y el más vil


*Un taxista ya no lee periódicos
*Las ocho columnas durante 16 dí­as

DOMINGO
El taxista que ya no lee periódicos

Enrique Loubet junior, el mejor cronista del siglo XX, refugiado español con su familia cuando Lázaro Cárdenas abriera las puertas del paí­s en la época oscura de Francisco Franco, fue enviado por Excélsior a Nueva York.
Loubet reporteaba la vida cotidiana de cada región del mundo donde aterrizaba en misión informativa, y así­, en una de sus crónicas, publicadas en un libro de la editorial CONACULTA, contó la llegada a Nueva York.


Luis Velázquez

Entonces, contrató un taxista y en la plática, gran conversador Loubet que reporteaba también a los taxistas, conocedores de grandes historias de la vida, de las personas y los personajes, le preguntó si leí­a periódicos.
Y el taxista dijo:”Yo no compro ni leo periódicos. Ya no traen noticas alegres como antes. Incluso, mejor veo telenovelas que escuchar noticieros”.
La versión del taxista modificó, incluso, la mirada reporteril de Loubet. Desde entonces, cada nuevo año lo iniciaba entrevistando a un personaje folklórico de México (sobre todo, humoristas) para que fuera la primera noticia publicada en el año correspondiente.
En el sexenio de Rafael Hernández Ochoa (1974-1980), alcalde jarocho, Virgilio Cruz Parra, declaró a Loubet veracruzano distinguido y en el café de La Parroquia, ubicado entonces en la Av. Independencia, el periodista español dijo a los interlocutores: “Antes, cuando llegaba al puerto jarocho decí­an: Ahí­ viene ese hijo de la chingada. Ahora, dirán: Ahí­ viene el hijo distinguido de Veracruz”.

LUNES
Las ocho columnas durante 16 dí­as

Sin duda, el mejor reportero del siglo pasado fue Luis Spota, además, escritor y novelista.
Por lo siguiente: Spota fue contratado por el periódico Excélsior y, luego de unas semanas de agarrar el hilo periodí­stico en el que entonces se consideraba el mejor diario del paí­s y de América Latina, mostró su madera reporteril.
Y durante 16 dí­as consecutivos, ininterrumpidos, uno tras otro, Luis Spota ganó las ocho columnas, con exclusivas que repercutieron, como se estilaba entonces de norte a sur del paí­s.
En la historia del periodismo se ha considerado tal hazaña, proeza insuperable, una excepción, pues ganar la noticia principal, llamada “la princesa” en la sala de redacción de los periódicos, significa la honra y el privilegio más alto, condecoración de guerra, para un reportero.
Eran aquellos los años cuando la redacción de Excélsior estaba integrada de la siguiente manera: habí­a 31 reporteros y cada uno habí­a nacido en una entidad federativa del paí­s, de tal modo que cada uno tení­a un profundo conocimiento de la realidad social, económica, polí­tica y cultural de su estado.
Y, por tanto, Excélsior era una república invencible con un ejército de reporteros que conocí­a a profundidad el ritmo y el pulso de su estado.
Nunca, jamás, se ha repetido la estrategia ni el modelo.

MARTES
El mejor reportero y el más vil

Carlos Denegri fue otro de aquellos grandes reporteros de Excélsior.
Don Julio Scherer Garcí­a, el Francisco Zarco del siglo XX, como le llamaba el escritor Carlos Fuentes Mací­as, dijo que Carlos Denegri “era el mejor de su tiempo, pero el más vil”.
Pero más allá de tales circunstancias, Denegri era insuperable.
Hablaba ocho idiomas y recorrió el mundo en misiones reporteriles, todos los dí­as publicaba en Excélsior dos columnas, más crónicas, más reportajes, más un programa de noticias en la radio, más un programa semanal en la televisión, más director de la “Revista de Revistas” de Excélsior, más los libros que escribí­a y publicaba.
Originario de Tierra Blanca, Veracruz, Manuel Mejido, otro de los grandes, llegó a la ciudad de México y se contrató como reportero, su vocación.
Entonces, anduvo preguntando el nombre del mejor periodista de la época, pues deseaba trabajar a su lado para aprender el oficio.
Y cuando le dijeron que Carlos Denegri, de inmediato se presentó a su oficina para pedir una oportunidad.
Se quedó con Denegri el resto de su vida, hasta que Denegri fue asesinado por la espalda, por su esposa, un primero de enero.

MIÉRCOLES
Las tertulias de Julio Scherer

En los tiempos de Excélsior, y en la ví­spera del cierre de la edición del dí­a, don Julio Scherer organizaba tertulias en su oficina con una parte de los reporteros.
Y en la tertulia hablaban, claro, de los asuntos del dí­a.
Pero al mismo tiempo, todos los reporteros de información general hablaban de otros temas, como por ejemplo, las glorias deportivas, sólo para calibrar el conocimiento universal de cada quien en un terreno, digamos, por lo general, inexplorado para los diaristas de la primera plana.
Incluso, el examen llegaba a su clí­max cuando de pronto alguien preguntaba sobre los beisbolistas que habí­an anotado jonrones en las grandes ligas de Estados Unidos, antes y después de Babe Ruth.
Y/o de los compañeros beisbolistas que tuviera Beto ívila cuando jugara con los Indios de Cleveland y cómo habí­a quedado el score en los juegos estelares.
Uno a uno, solitos se iban eliminando los analfabetas de aquella batalla excepcional de cultura y conocimiento universal.
Don Julio siempre, de manera invariable, daba la sorpresa.
Después de la tertulia, cada quien regresaba a su escritorio a seguir checando las noticias de última hora, tanto en la ciudad de México, como en el paí­s, que era para el equipo de Scherer la prioridad informativa de cada dí­a.
La nación, como punto de referencia.
Incluso, por eso mismo todos los dí­as don Julio tení­a dos, tres enviados especiales en algún rincón de la república, cronicando un movimiento social, donde los ciudadanos se sublevaran al poder polí­tico central y local.
Es más, por eso mismo, el presidente Luis Echeverrí­a ílvarez decretó un golpe de estado al Excélsior para lanzar a Scherer de la dirección, pues estaba harto de su periodismo.
Pero al mismo tiempo, de la honestidad a prueba de bomba de Scherer, quien nunca, jamás, pactó ni transó un embute, una canonjí­a, un subsidio, un privilegio económico con el poder federal ni tampoco con los gobernadores.

JUEVES
El periodista corrupto

En el libro “Los periodistas”, Vicente Leñero cuenta la siguiente historia: Julio Scherer se lanza contra la deshonestidad periodí­stica.
Entonces, un amigo le pregunta cómo, de qué manera detener, abatir, disminuir la corrupción reporteril.
Muy sencillo, dice Scherer: si descubro que un reportero es corrupto, entonces, le encargo un reportaje en contra del funcionario que lo corrompe.
Si transcurren dí­as, semanas, sin que lo entregue, entonces le llamó a la oficina para insistir en el asunto.
Si pasan dí­as, entonces, le pido a otro reportero que investigue al polí­tico que corrompe al primer reportero y la noticia se publica en primera plana.
Y al reportero titular lo cambio de fuente y lo designo, por ejemplo, en la fuente eclesiástica, donde ni dan embutes ni dan publicidad.
En contraparte, René Arteaga, apodado “El manotas”, fallecido en un accidente automovilí­stico en una misión reporteril, una más de las estrellas de Excélsior, decí­a: “Embute que no te corrompa… ¡agárralo!”
Pero, bueno, una realidad es la cita bí­blica de Arteaga, y otra la práctica, pues todo embute, ya se sabe, corrompe.

VIERNES
Olor a tufo polí­tico

Carlos Hank González, el padre del grupo Atlacomulco del estado de México en el siglo XX, era regente en la ciudad de México.
Entonces, envió a la casa de don Julio Scherer una camioneta nuevecita para la familia.
Don Julio se negó a recibirla y de inmediato la rechazó.
Pero uno de los nueve hijos insistió, porfió, terqueó, que sólo le permitiera dar una vueltecita en la calle con la camioneta.
Y sin pedir permiso, tomó las llaves, encendió el motor y se fue.
A los pocos minutos regresó con la siguiente noticia: habí­a chocado.
Entonces, el enviado especial de Hank González le habló por teléfono para darle la noticia y, horas después, llegó a casa de don Julio otra camioneta nuevecita, de lujo, súper.
Y Scherer, cargando como un fardo la pena de la pena ajena, la regresó.
Fue, incluso, el mismo caso de cuando Luis Donaldo Colosio era secretario de Desarrollo Social con Carlos Salinas y envió una máquina de escribir eléctrica portátil a la casa de don Manuel Buendí­a.
Don Manuel la recibió y una de sus hijas deseó quedarse con ella.
Y don Manuel se opuso, escribiendo una carta a Colosio, donde le decí­a que ningún motivo existí­a para el obsequio de la máquina de escribir.
La hija de Buendí­a se molestó, pero ni hablar, eran las reglas con que aquellos reporteros ejercí­an el periodismo…


Deja un comentario

Acerca del blog

Blog de noticias desde Veracruz.
Aquí, deseamos contar la historia de cada día.
Y cada día es un nuevo comienzo.
Y todos los días se empieza de cero...

Portal de noticias de Veracruz.