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Jueves 10 agosto, 2017

La novelista jarocha

•Publica cuarto libro •Fernanda Melchor

Uno. “Temporada de huracanes”

Es una delicia leer y saborear las palabras escritas por la novelista Fernanda Melchor (Veracruz, 1982).
Su última novela, “Temporada de huracanes”, Ramdon House, circula en las librerí­as y de su estatura bastarí­a referir que el escritor Jorge Volpi

Luis Velázquez

le ha dedicado su columna en el periódico “Reforma” y el reportero de “El Paí­s”, Pablo Ferri, la entrevistó en Puebla, donde, además, es maestra universitaria.
Ella estudió en la facultad de Comunicación de la Universidad Veracruzana, y aun cuando desde el tiempo estudiantil apostó a la crónica como ejercicio periodí­stico, ahora, parece, se ha definido por la literatura ficcional.
Es, quizá, la primera novelista egresada de la FACICO, tiempo cuando sorprendió, además de su inteligencia, lucidez y espí­ritu crí­tico, porque habla inglés y francés.
Volpi refiere que si Juan Rulfo tuvo su Comala, y Gabriel Garcí­a Márquez su Macondo, y Pablo Neruda su Isla Negra, y Ernesto Cardenal su Solentiname, Fernanda Melchor ya tiene su Matosa, “un pueblo de mala muerte en la zona cañera de Veracruz”.
Y de mala muerte, porque la novela inicia con un cadáver tirado en un canal, de igual manera, como sucedí­a en el Veracruz de Agustí­n Acosta Lagunes con su famosa “Sonora Matancera” y con Javier Duarte apenas, apenitas en el sexenio pasado, caso, por ejemplo, además de los cadáveres flotando en los rí­os Blanco, Papaloapan y Coatzacoalcos, los cuerpos de los cuatro fotógrafos y una secretaria tirados, cercenados, metidos en bolsas negras, en un canal de aguas negras en el puerto jarocho el 3 de mayo del año 2012.
Y, bueno, si Melchor dice que “Rulfo era realista, y no fantástico”, y que “los fantasmas son una presencia real”, Fernando mezcla y entremezcla en su novela la realidad con la ficción, de tal manera que su narrativa entra en la leyenda y en la imaginación y nadie
sabe dónde inicia una y termina la otra, y que constituye, otras cositas, el alucinamiento literario.

Dos. Sus cuatro libros

Estamos ante su cuarto libro.
Uno es una novela infantil, “Mi Veracruz”, que trata sobre la fundación del puerto jarocho, tan actual y vigente ahora cuando en dos años se celebrarán los 500 años.
Otra novela fue “Falsa liebre”, y otro libro, “Aquí­ no es Miami”, y en donde recopila varias crónicas publicadas en medios locales y nacionales, una de ellas, sobre el indí­gena violador de Tatahuicapan, “allá por Playa Vicente”, Rodolfo Soler Hernández, quien fue detenido, sometido a juicio popular, amarrado a un árbol y quemado vivo el 31 de agosto de 1996, Patricio Chirinos Calero gobernador.
Ha ganado diversos premios literarios, entre ellos, uno de la UNAM, y otro, el “Rubén Pabello Acosta”, otorgado por el “Diario de Xalapa” en crónica.
Ella dice de su literatura:
“Uno trata de hablar de la verdad de su infancia, de su juventud. Y si bien nunca me prostituí­, si nunca viví­ en la calle, llegué a sentir una especie de indigencia emocional muy fuerte. Escribir esas historias es una forma de entender qué fui, tratar de hallar una verdad”. (Pablo Ferri)
Y al mismo tiempo precisa:
Contar estas historias “es triste y desesperante. Y también reconfortante, porque ves que la gente, pese a todo, sobrevive”.
Los personajes de Ernest Hemingway, por ejemplo, siempre luchan y se enfrentan a la vida y ganan. Son súper héroes, como él mismo lo fue en la vida real, pues cubrió como enviado especial la primera y la segunda guerra mundial y la guerra española, y era boxeador y cazador de tigres, leones y elefantes en ífrica, y boxeador, y galán, y pescador y aventurero.
Y siempre vencí­a hasta que una mañana, hacia las 6 horas, la depresión le ganó y se pegó un tiro en la boca con una de las escopetas que utilizaba para cazar en ífrica.
En la novelí­stica de Fernanda Melchor los personajes viven y sobreviven, no obstante llevar vidas difí­ciles.
Lusmi, un adicto. Su padrastro, desahuciado. Brando, un amigo, homosexual, “dispuesto a matar con tal de ocultar sus deslices”.
Además, el medio ambiente, “aire irrespirable de La Matosa”, la Comala de la joven escritora.

Tres. Escribir para vivir

Fernando ha sido fiel a su vocación.
Cierto, el periodismo perdió a una gran cronista, pero la educación universitaria ganó a una académica, y más aún, la literatura a una novelista.
Algún dí­a, cuando el horizonte se ensanche, dejará el salón de clases para entregarse por completo a la literatura.
Claro, en el camino hay demasiados fantasmas y demonios.
Julio Cortázar, por ejemplo, necesitaba trabajar como traductor en la ONU en las mañanas y en las tardes escribí­a.
Gabriel Garcí­a Márquez, por el contrario, alcanzó la estelaridad con “Cien años de soledad” y entonces, y como ha recordado su amigo Plinio Apuleyo Mendoza, “se volvió rico y él pagaba las cuentas”.
Cortázar, por ejemplo, murió soñando con la utopí­a de que los escritores merecieran la justicia divina a partir de que el 40 por ciento del costo de un libro se le queda a la editorial y el 50 por ciento a la librerí­a y el 10 por ciento al escritor, además de que pagan cada año.
Pero más allá de las cosas materiales está la vocación literaria de Melchor, a la que con los años (y significa una de sus grandes fortalezas) se mantiene fiel.
Fernanda Melchor escribe para vivir.
Cuatro libros así­ lo garantizan.


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