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Lunes 26 junio, 2017

Velorio de los cuatro niños asesinados

•El jefe de la familia masacrada en Coatzacoalcos había sido estudiante naval y hasta dio la vuelta al mundo

•De vuelta a la realidad, sólo con educación primaria, pasó de ser mecánico, chofer y finalmente montar su negocio propio

•El padre y la madre asesinada tenía 38 años de edad; los hijos, Guadalupe, 6 años; Daniel, 5; Ángel, 4, y Joselín, 3 años de edad; las víctimas del sábado negro del 24 de junio

•El padre, un "Multiusos" que hacía de todo para llevar el itacate a casa, desde su autolavado y su taxi/Un relato de VIOLETA SANTIAGO

  • Funeral de una familia ejecutada en Coatzacoalcos

  • Dos adultos y cuatro niños fueron privados de su vida

Coatzacoalcos, Ver.- Más de treinta personas aguardan en el recibidor de la funeraria. Una cruz cristiana brilla en bajorrelieve e ilumina rostros cansados, adoloridos del llanto; unos están sentados en los sofás de aspecto plástico y de color naranja y gris, colores que sobresalen de la tristeza del lugar, mientras que la mayorí­a se mantiene de pie, aunque destrozados por dentro.
Jesús Martí­nez se da un espacio y se aleja un momento de la recepción de la funeraria “Casa Maram” para atender la entrevista. Al fondo se escuchan rezos y cánticos, murmullos apagados, palabras perdidas entre el viento salino.
En ese lugar, a pocos metros de las aguas grises del Golfo de México, yace Clemente Martí­nez Martí­nez y su esposa Martidiana Pech, los dos de 38 años de edad. Y con ellos sus cuatro hijos: Guadalupe, de 6; Daniel con 5 años; íngel, de 4; y la más pequeña de la casa, Joselí­n, de 3 años.
Apenas una noche antes, el sábado, la familia estaba reunida en casa, en la colonia Nueva Calzadas, un asentamiento que se formó por el crecimiento desmedido de la mancha urbana sobre pantanos y ciénagas cuando la muerte entró por la puerta.
Su casa, a pocos metros de un canal a cielo abierto que combina pantano y descargas de aguas negras, destacaba del resto en la cuadra por el color blanco que rápidamente se habí­a enmohecido y porque el acceso principal de la vivienda estaba prácticamente junto a la acera, frente al resto que contaban con barda y un pequeño porche.
Aquella vivienda se convertirí­a en el escenario de la crueldad, una que estremeció a un Coatzacoalcos que creí­a haber visto suficiente, en una lección violenta.
Los cuerpos de los seis integrantes de la familia fueron trasladados a la funeraria Casa Maram; tan sólo el costo de los servicios por los dos adultos y cuatro niños superarí­a los 100 mil pesos, dinero que los deudos no tení­an, pero finalmente por la tarde el Ayuntamiento de Coatzacoalcos anunció que cubrirí­a los gastos de los padres, mientras que la casa funeraria se ofreció a cubrir lo correspondiente a los cuatro niños.
Lo primero que dice Jesús sobre su hermano Clemente es que él “era muy capaz, muy decidido” y tras una breve pausa de segundos, agrega: “Él adoraba mucho a su familia, querí­a mucho a sus hijos, a su esposa, se sacrificaba constantemente para ellos”.
Clemente nació y creció en Coatzacoalcos, lugar en donde alcanzó a estudiar apenas hasta el sexto año de primaria, pues las precarias condiciones de su hogar le impidieron continuar con los estudios.
Eso no lo detuvo, explica su hermano, por lo que siendo joven y soltero decidió ingresar a la Marina, por lo que también viajó en el buque-escuela “Cuauhtémoc” e incluso participó un una circunavegación, es decir, le dio “la vuelta al mundo”.
“Trabajó para la Marina, ingresó desde joven e hizo sus servicios y le dio la vuelta al mundo en el buque en poco más de un año; todaví­a se quedó un tiempo después de eso como cinco años”, relata el hermano del finado.
Clemente habrí­a renunciado después al servicio naval porque se encontraba agotado, explica su hermano tratando de recordar. Después de esa etapa, Clemente tuvo muchos trabajos entre los que destacó ser mecánico, chofer particular y, finalmente, taxista.
Con su esposa, Martidiana Pech, llevaba poco más de una década de matrimonio y se habí­an asentado en la colonia Nueva Calzadas gracias a la herencia de un terreno. Ahí­ nacieron y crecieron los cuatro niños. Y ahí­ también comenzó a gestar su sueño: tener un negocio propio.
“Él en sí­ era multiusos, hací­a de todo”, señala Jesús, por lo que su mayor anhelo era alcanzar la autosuficiencia económica a través de un negocio de lavado de automóviles: “Trabajando para sí­ mismo y trabajando el taxi; ya lo habí­a conseguido hasta que le quitaron la vida”.
Hablar de sus sobrinos termina por quebrar a Jesús. “Él siempre fue un padre muy ejemplar, muy divertido con ellos, salí­a a jugar, en su casa platicaban, le encantaba estar con ellos, le encantaba estar con su familia”, narra mientras su voz vibra. Uno de los pequeños de la familia tení­a edad para estar en la primaria mientras que el resto todaví­a se encontraba en el preescolar.
Sobre las declaraciones del gobernador de Veracruz, Miguel íngel Yunes Linares, quien anunció el ofrecimiento de una recompensa por información sobre los responsables del multihomicidio, Jesús señala que espera justicia: “Una recompensa no bastarí­a, el dinero es pasajero, lo que sí­ serí­a justo es que demos con quienes fueron los que cometieron los asesinatos y que se castigue de acuerdo a la ley, no de acuerdo a la justicia propia, sino de acuerdo a la ley que estipulan los reglamentos”.
El hermano de Clemente lo recuerda con cariño, con fraternidad. Adentro de la casa funeraria, quien más lo resiente es la abuela de los niños: ha perdido a toda su familia de golpe, sus hijos, sus nietos. Afuera, unas patrullas resguardan la escena, mientras que los uniformados reciben uno que otro insulto, alguna palabra hiriente, haciéndolos responsables de la falta de seguridad en la ciudad, de los crí­menes constantes, pues para esta familia ya es demasiado tarde.
Jesús reconoce que ama Coatzacoalcos así­ como a su estado, pero lamenta la situación actual: “Es un estado muy bello, muy hermoso nuestro estado, lamentablemente nos ha llegado la delincuencia y eso ha hecho que familias en este caso como la nuestra han sido abatidas y no nada más aquí­ en Coatzacoalcos, sino en otros lados”.
A estas alturas, la familia de las ví­ctimas aboga por el apoyo moral y espiritual y sólo pide a la gente que “haga lo correcto, para que ya no siga avanzando eso, nuestro estado es un estado muy hermoso y tenemos que cuidarlo todos, aquí­ nacen nuestros hijos, aquí­ crecen y tienen que fallecer naturalmente no de una forma tan agresiva como está pasando”.
La noche es larga, quizá la más larga en la vida de esa familia, dolor al que se han unido los veracruzanos. Cuatro cajas chicas y dos ataúdes grandes, todos cerrados, esperan a ser velados y de ahí­ al panteón. Una familia junta en la eternidad.


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