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Diario de un reportero
Sábado 10 junio, 2017

El maestro imborrable

Periodismo literario •Cada dí­a, un nuevo amanecer

DOMINGO
El maestro imborrable



Francisco Gutiérrez fue maestro de escuela primaria, pero también profesor en la antigua y desaparecida facultad de Periodismo de

Luis Velázquez

la Universidad Veracruzana.
Impartí­a la clase de Redacción (que así­ se llamaba, entonces, a los géneros periodí­sticos) y diagramaba algunas páginas y/o secciones de El Dictamen.
Se adentró en el mundo reporteril desde la sala de redacción, el filtro, primero, para evaluar las noticias tanto en su importancia como en su contenido y en la forma de narrar la historia, la historia que en Alemania un trabajador de la información definió como “la eternidad de un dí­a”.
Y segundo, el filtro para jerarquizar la información y enviarla a portada y páginas interiores y el espacio merecido y que va desde las ocho columnas hasta una columna en la página inferior, y/o de plano, al cesto de la basura.
Hombre callado, tení­a un gran sentido del humor que con frecuencia se volví­a humor negro, mezclado y entremezclado con una sonrisita pí­cara que denotaba la genial picardí­a expresada.
En una intriga canija fue expulsado de la Facultad de la UV acusado por una alumna de acoso sexual, sin que nunca, jamás, se lo demostraran.

LUNES
El dueño de los titulares


En la facultad enseñó muchas cosas que, todo indica, están cambiando…pero para mal.
Por ejemplo:
Enseñó con prácticas y ejercicios escolares a que los titulares de una noticia siempre han de comenzar con un verbo. Un verbo que, claro, denote acción y que impacte en las neuronas y el corazón del lector.
Ahora, sin embargo, en la mitad de los periódicos y en la otra mitad apuestan al uso de artí­culos para iniciar los pretí­tulos, los titulares y los subtí­tulos.
Y en contraparte, hay medios donde de plano han decidido comerse los artí­culos, como si los titulares quedaran mejor como telegramas.
El viejo del pueblo dice que “los tiempos pasados fueron mejores”. Pero, caray, bastarí­a hablar con los lectores para ver la forma que más llama la atención en ellos en la redacción de los titulares.
El maestro Paco Gutiérrez llegó a su verdad luego de sondear en la población sus preferencias, pero también estudiando con un sicólogo los hábitos y costumbres de la gente para leer periódicos y libros, partiendo de la enseñanza universal de la manera en que suele leerse desde la infancia.
Uno, claro, sigue apostando a su verdad y cree que redactando titulares con un verbo de inicio la noticia cuaja mejor en el corazón humano.

MARTES
Periodismo literario


El profe siempre apostó a la crónica y al reportaje como un relato literario que cimbra más al lector por encima de la notita del dí­a.
Una cosita, afirmaba, es contar al lector el hecho concreto y especí­fico, y otra, años luz de distancia, es la historia atrás del suceso.
Una cosita es, decí­a, redactar una nota con las preguntas que el detective Arthur Coynan Doyle formulaba en un hecho policiaco (qué, quién, cuándo, dónde, cómo y por qué), y otra es contar la historia a partir del cómo sucedieron los hechos.
Por eso, alentaba que cada estudiante se formara bajo tal eje rector del periodismo. La crónica y el reportaje por encima de la nota.
Y más, porque siempre observaba, cuando cientos de años después de que la Biblia apareciera contando historias, que la mejor apuesta está en el periodismo literario.
Ahora, el ciudadano lee un periódico impreso y/o escucha un noticiero televisivo, y salvo excepciones, la mayor parte del contenido gira alrededor de la simple notita tradicional y esquemática.
Y lo peor: con frecuencia el redactor olvida las preguntas esenciales de Sherlock Holmes y su querido doctor Watson.

MIÉRCOLES
La Biblia lo transfiguró


Una cosita, decí­a el profe, es redactar al chingadazo, al ahí­ se va, como si a la hora de escribir cada reportero tuviera una iluminación divina y superior para escribir con pulcritud.
Y otra, diferente, es redactar un texto, primero, de acuerdo con la regla gramatical, y segundo, con la limpieza y calidad literaria.
Entre un modelo y el otro se atraviesa, claro, el desaseo tanto periodí­stico como literario.
Lo peor que sucede es cuando el lector termina el texto y se pregunta lo que el reportero quiso expresar.
Por eso, el maestro Gutiérrez viví­a obsesionado con tal fijación.
Y por eso mismo, inducí­a a los estudiantes para leer los mejores libros de crónicas y reportajes de los escritores del momento, en la segunda mitad del siglo pasado.
“Ojalá, decí­a, que cuando menos lean la Biblia, porque es el mejor libro de crónicas escrito en la historia de la humanidad”.
Un dí­a, un compañero llegó al salón de clases con la Biblia y la leyó con tanta enjundia que, primero, terminó predicando la palabra del Señor cada ocho dí­as, los sábados, con los compitas de la Atalaya.
Y luego, en una conversión religiosa se metió al Seminario Menor de Xalapa porque empezó a soñar con abrazar la carrera sacerdotal.
En vez de formar reporteros está usted formando ministros de Dios, le dijo una alumna originaria de Alvarado, irreverente y desmadrosa.

JUEVES
Devoto de la frase corta


El maestro Francisco Gutiérrez era un devoto de las frases cortas. Cortas y lapidarias. Eléctricas.
Educaba para resumir la noticia en el menor número de palabras. Y entre menos fueran en una oración, en una frase, en los titulares, mucho mejor, porque así­, decí­a, la noticia se graba más en las neuronas del lector.
“Al grano” decí­a para glorificar la brevedad, pues era enemigo de las frases largas que semejan, aseguraba, a un ferrocarril metiéndose “en la cueva del lobo” en un largo y extenso, inacabable túnel sin final.
Su escritor de cabecera era Azorí­n, el maestro universal de las frases cortas, tan prolí­fico que escribió y publicó unos quince libros, todos, con frases cortas.
Incluso, sacaba copia a los capí­tulos que le parecí­an más interesantes y se las daba a los alumnos para que a su vez los fotocopiaran y todos lo leyeran y todos lo debatieran en clase.
Profesor prudente y paciente estaba lleno de misericordia para la enseñanza y que habí­a pulido en el salón de clases de la escuela primaria.

VIERNES
Cada dí­a, nuevo amanecer


En periodismo, decí­a el maestro, todos los dí­as se empieza a cero. Cada dí­a es un nuevo amanecer.
El dí­a anterior, cierto, el reportero pudo llevarse las ocho columnas en portada. Quizá una nota en portada por ahí­, en la parte inferior de la plana. En interiores.
Pero al dí­a siguiente, la vida es así­ de competida, un colega reporteó mejor, logró una mejor entrevista, una crónica súper, un reportaje imborrable, y entonces, ni modo, el ganó “la eternidad del dí­a” como acostumbraba un reportero alemán describir el ejercicio periodí­stico.
Por eso, cada dí­a se construye, y ay de aquellos tecleadores que se llenan de soberbia y petulancia creyéndose “la octava maravilla del mundo” en un oficio tan dado a la vanidad.
El profe Francisco Gutiérrez lo decí­a en clase, él que todos los dí­as diagramaba el periódico y evaluaba notas y las regresaba al reportero para que volviera a escribirlas, ya porque perdí­a la noticia ante la máquina de escribir, ya porque le faltaban datos, ya porque olvidaban la famosa pirámide invertida (las 6 preguntas de Sherlock Holmes), ya porque de pronto se creyeron más importantes que la noticia misma.
Se ha querido así­ evocar hoy al maestro imborrable, generoso, inmensamente generoso que fue.


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