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Diario de un reportero
Sábado 03 junio, 2017

La declaracionitis, un mal

•La basura de cada dí­a…
•Otro mal, el columnismo

DOMINGO
La declaracionitis



Una enfermedad peor que el SIDA, el cáncer, la leucemia, el Alzhemeir, el mal de Parkinson y la depresión, todas juntas, es la llamada declaracionitis.

Luis Velázquez

Es una enfermedad única y exclusiva de los reporteros y de los polí­ticos, que consiste en que el primero interroga de todo, hasta de energí­a nuclear al segundo, y el segundo contesta todo como un experto, Premio Nobel en la materia.
Así­, en cada nuevo amanecer el periodismo escrito, hablado y digital ofrece al lector los más pobres contenidos informativos del mundo, pues, además, significan material insulso, intrascendente, sin ningún bienestar social, que solo sirve para ensalzar y halagar al polí­tico.
Ningún investigador ha estudiado el origen de tal enfermedad incurable, pero si el lector lo advierte está en todos los medios y en todas las secciones y en todas las páginas.
Se trata de la más espantosa diarrea verbal, como se constata, por ejemplo, mirando en la televisión el bosque de grabadoras luchando por meterse en la boca del entrevistado, en que sin ton ni son lo bombardean hasta con preguntas esotéricas (por ejemplo, el Juicio Final) y al dí­a siguiente en los medios su declaración aparece como la octava maravilla del mundo.

LUNES
Boletines como notas


En los pueblos del mundo los diaristas suelen concentrarse en un café, donde exponiendo la vida frente a un lecherito suelen esperar la llegada del polí­tico para preguntarle sobre todo, “y sin medida”, y quien apenas mira el bosque de grabadoras y siente los flashazos termina enloquecido.
Así­ se ha construido la calidad del periodismo.
Basta, por ejemplo, revisar con lupa la primera plana y la segunda y la tercera y las otras de un medio y se advertirá que, en efecto, el 90, el 95, el cien por ciento, incluso, de las notas publicadas giran alrededor de un solo eje central: la declaracionitis.
Lo peor es cuando el medio alterna las notas con los boletines de prensa que hace pasar, digamos, como un chanchullo al lector y son descritas como notas informativas cuando en realidad son boletines pagados.
Por eso, en The New York Times habí­a un jefe de Redacción que solicitaba al cuerpo directivo que le dejaran escribir los titulares de las notas para buscar un filón informativo que le permitiera, con todo y patraña, salvar la edición de cada dí­a, consciente y seguro de que daba “gato por liebre”.

MARTES
Cooperacha reporteril


Por fortuna para el gremio, la declaracionitis ha despertado la más intensa y frenética, indestructible solidaridad humana entre los diaristas.
Por ejemplo, asignados en el frente de batalla reporteril como es el café, los colegas se integran en grupos y grupitos según sus redes amicales, y montan guardia y hacia al mediodí­a y hacia la tarde/noche se intercambian, ví­a Internet, las entrevistas levantadas en el transcurso de cada sacrosanto dí­a.
Entonces, suelen sorprender a los jefes de Información y Redacción cuando les dicen que el dí­a fue bueno en la cosecha, pues tienen un aproximado de entre diez a quince notas, y que, bueno, ni siquiera un robot en las pelí­culas de ficción puede reportear.
Es más, con frecuencia llegan al descaro, porque ante tantas noticias escritas solo le endosan su nombre y al dí­a siguiente resulta sorpresivo que además de coincidir los titulares también la redacción, incluidos los aciertos y desaciertos.
En el siglo pasado un periódico solí­a agregar el epí­grafe de noticia exclusiva, cuando, caray, la misma noticia se publicaba en los otros medios.

MIÉRCOLES
Más basura al lector


Las redes sociales han agravado la declaracionitis, ofreciendo más lodo, más podredumbre al lector.
Por ejemplo, en el Internet suelen circular noticias anónimas que una parte de los diaristas convierten en noticias y así­ las publican.
Todaví­a peor: hay quienes wasapean en el whatsapp de los polí­ticos y convierten los comentarios (insulsos por demás) de los funcionarios públicos y los polí­ticos en noticia informativa.
Peor tantito: los tuitazos de los polí­ticos se han convertido en noticias hasta de ocho columnas, y hasta en portada, cuando en realidad se trata de desahogos de rencores y odios y a los que los medios suelen dar validez universal de periodismo.
En Estados Unidos, por ejemplo, se ha llegado a la locura, pues los tuitazos de Donald Trump significan la noticia estelar, en contraparte, digamos, al caso Veracruz, donde los tuiters frí­volos, egocéntricos y megalómanos del Fiscal han sido proclamados como el acto más ferviente de procuración de justicia.
He ahí­ la calidad del periodismo que se está haciendo. Y todos los dí­as. Simple y llanamente, basura.
Y lo más grave, si tal es la calidad del periodismo que se publica significa que tanto el cuerpo directivo y los dueños de cada medio lo permiten.

JUEVES
Otro mal, el columnismo


La declaracionitis tiene un hermano gemelo. Se llama columnismo. Y son iguales de dañinos. Quizá peor el segundo, pues en el oficio los polí­ticos lo han rebautizado con el nombre de “Calumnismo”, derivado de los verbos calumniar, difamar, intrigar.
Su esencia pura está en lo siguiente: publicar el mayor número de columnas todos los dí­as, donde, y por regla general, el reportero suele analizar los hechos de acuerdo con sus intereses económicos y sociales.
Incluso, según sea el billete que le han dado para aceitar las teclas.
Esta enfermedad es más peligrosa, porque de pronto, zas, en el medio aparece “un columnista” que es reportero novel, imberbe, sin experiencia ni fogueo en el frente de la batalla informativa, sin formación social, y que ni hablar, ha sido oficializado para pontificar sobre el destino presente y futuro de la vida pública.
Todaví­a peor cuando igual que sucede con el futurismo en las columnas de sociales, el chamán columnista también predice el futuro de los polí­ticos, por lo general,
deslumbrante, halagí¼eño, fuera de serie, excepcional, y hasta lo convierten en candidato presidencial.

VIERNES
El campo de batalla


Un medio es un campo de batalla donde todo mundo mide fuerzas, aun cuando, claro, los jefes máximos, los dueños, dictan la última palabra.
Todos los dí­as, por ejemplo, suelen darse “veinte y las malas” el director editorial y los jefes de Información y Redacción defendiendo sus intereses económicos en el manejo noticioso para proteger a sus mecenas polí­ticos.
En el centro del debate está lo que los teóricos llaman la censura y la autocensura, además de que las notas de cada reportero suelen llegar a la redacción cien por ciento “ordeñadas” según los intereses de cada uno de ellos.
Y todaví­a de ñapa, los intereses de los editores que también suelen meter su cuchara con el simple hecho de enviar una noticia a ocho columnas o a la parte inferior de la plana a una columnita por ahí­, perdida para que pase inadvertida.
Tal cual, suele manejarse la sala de redacción y podrá el lector visualizar la calidad del periodismo que se ha publicado y transmitido desde tiempo inmemorial.
En todo caso, se dirá, la prensa solo reproduce la pelea por la vida y que en pocas palabras se reduce a llevar el itacate a casa para vivir lo mejor posible, cada quien atrás de su beneficio, sin ninguna proyección social.


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