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Miércoles 17 mayo, 2017

Un médico generoso

•El doctor paciente •Juan Hamsho, fuera de serie

Uno. El médico generoso

El cardiólogo y maestro, Juan Hamsho Posada, ha de tener como mil años. Pero sorprende su capacidad juvenil de vida y de trabajo. Es médico en el ISSSTE, imparte clases en la facultad de Medicina de la Universidad Veracruzana desde hace 40 años y despacha en su consultorio médico, todos los dí­as.

Luis Velázquez

Inagotable, se conserva delgado, lo que expresa, además, su disciplina, figura y porte que ha conservado siempre. Camina derechito y de prisa y aprisa. Siempre con una sonrisa, y por eso mismo, casi casi ninguna arruga en la cara. Cordial y amable, generoso.
Además, humilde. Por ejemplo, suele pedir disculpas cuando el paciente va por un electrocardiograma y explica que desde hace dos, tres meses, se le descompuso el aparato y pidió el repuesto en Estados Unidos y sigue en la espera y porfis, porfis, porfis, una disculpa.
Más humilde, incluso, propone el nombre de un médico para consultarse. Y/o sugiere hacerse el electro en la Cruz Roja y luego llevarle el estudio para su interpretación…, si así­, el paciente lo considerara.
La medicina, pues, en la plenitud humana.
Antes, mucho antes, también daba consulta en el Seguro Social. Pero la obsesión laboral, como suele darse en la clase trabajadora, causó estragos familiares. Chambeaba tanto que ni siquiera le alcanzaban las horas del dí­a para estar con la familia, su esposa, los hijos.
Entonces, le redujo a la bilirrubina y dejó el IMSS. Y sólo se ha quedado, digamos, con tres trabajos cada dí­a.
Habrí­a, claro, desencantado a Carlos Marx y Federico Engels con aquello de “la dictadura del proletariado” en que sólo han de trabajarse ocho horas diarias para tener espacio para otras vidas. La vida con la familia. La vida con la creación. La vida con los amigos. La vida con el espí­ritu.

Dos. Un doctor paciente

Ha sido cardiólogo de ene número de generaciones. Lo fue con mis padres. Mi madre, por ejemplo, le profesaba una devoción superior a la que una mujer como ella, que todos los dí­as iba al rosario en la iglesia pueblerina, tení­a por el sacerdote.
A ella se lo recomendó una amiga. Y hasta la acompañó a la consulta por vez primera. Y desde entonces hasta su muerte siguió a su lado. “La fe, dicen, mueve montañas”. Y sólo su fe en el doctor Hamsho la curaba. Mejor dicho, la resucitaba. Murió, cierto, de un infarto. Pero los años, la vejez, la senectud, es determinante, entre otras cositas, del corazón.
Es un hombre (y un médico) paciente. También es como maestro, donde la tolerancia bí­blica, digamos, tipo Job, alcanza su dimensión estelar.
Y más, como en el caso, luego de que durante cuatro décadas se imparten las mismas materias y en cada clase ha de renovarse el profesor a sí­ mismo, pues de lo contrario, aburre, y lo peor, desencanta, y más peor, corre el riesgo de repetirse.
El cardiólogo debió, entonces, vivir en el siglo XVIII cuando los hombres eran universales.
Y cuando, además, lo más importante era la autoridad moral a partir de los hechos y los resultados que en Hamsho se concitan y multiplican.
Muchos años después, como en su caso con su consultorio, los antiguos pacientes se conservan, y lo mejor, siguen llegando nuevos.
Su agenda semanal está ocupada. Hoy, se pide una consulta y han de esperarse unos dí­as.
Y, claro, si urge, en automático abre un espacio. Y de ser necesario, amplí­a el horario. Y siempre con una sonrisa que en sus ojos se perpetúa, llenos de curiosidad por la vida y la calidad de vida del paciente.

Tres. El maestro de maestros

Durante muchos años, quizá aún, amplió el salón de clases en su consultorio.
Por ejemplo, las alumnas entraban primero como secretaria asistente y le llevaban la agenda para conocer, digamos, la parte administrativa.
Luego, las incorporaba a su lado para participar en el diagnóstico del paciente.
Después, las alumnas se encargaban de las acciones básicas y que culminaban con los preparativos para el electrocardiograma.
Y en automático, su interpretación.
El maestro que compartí­a su enseñanza con los estudiantes con las mejores calificaciones y la vocación manifiesta por el sacerdocio y la religión de la medicina.
Además, con una joven y guapa estudiante en la antesala del consultorio médico cualquier paciente queda alucinado y seducido para esperar todo el tiempo del mundo.
Pocos, excepcionales académicos abren las puertas y las ventanas a los discí­pulos para probar y comprobar la teorí­a con la práctica.
Muchas generaciones de doctores ha formado Juan Hamsho Posada y si alguna vez (¿todaví­a?) la facultad de Medicina de la UV en el puerto jarocho se llama “Miguel Alemán Valdés”, mejor deberí­a llevar su nombre.


1 comentario(s)

Francisco 17 May, 2017 - 14:36
Excelente maestro apóstol verdadero de la
Medicina un saludo una nota acorde al hombre médico maestro de generaciones

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