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Martes 16 mayo, 2017

Los estragos de la soledad

•Hay más mujeres solas
•La soledad de dos

Uno. Los estragos de la soledad

Muchos estragos suele causar la vida. Los más canijos son los fí­sicos. Ayer, por ejemplo, Héctor Fuentes fue a una plaza comercial. Y de pronto topó con antigua amiga, conocida cuando ambos tení­an veinte años.

Luis Velázquez

Y sin mirarse a sí­ mismo, caray, los años encima. Y los años turbulentos y revolcados. Ella nunca lo reconoció. Él tampoco, mejor dicho, se tardó un ratito. Y luego la siguió a distancia para confirmar.
De una mujer delgada ahora tendrí­a unos treinta kilos de más. De una cara afiladita y dulce a un rostro como de doble plato. De una mirada tierna a una mirada hosca. De un caminar derecho, derechito, apoyada en un bastón. Y encorvada. De seguro llevaba peluca. Todo el pelo negro.
La identificó por el resplandor de sus ojos. Todo en ella viejo. En sus ojos, la misma juventud de entonces. Pero a la defensiva. La vida con las cornadas que da.
Y es que la población del paí­s tiende a envejecer. Cada vez, más personas de la sexta, la séptima y la octava década. Y cada vez más niños recién nacidos.
Ella, andaba de compras. Y sola, quizá, porque en la vejez la soledad suele convertirse en la única compañera. Y en cualquier plaza, la soledad disminuye. Mejor dicho, tiende a olvidarse.
“Tú no sabes lo que es la soledad” exclama un personaje de Carlos Fuentes en su libro de cuentos, “Cantar de ciegos”, intitulado “Vieja moralidad”, donde un par de tí­as se enamoran del sobrino de 12, 13, 14 años y lo inducen al despertar del sexo.
Grave, terrible, cualquier enfermedad en la senectud. El Alzheimer, el Parkinson, el cáncer, la leucemia, etcétera. Pero mucho, mucho peor, la soledad.
Según la estadí­stica, siete, ocho quizá, de cada diez personas mayores de edad viven cada dí­a en el infierno de la soledad.
Y aun cuando se aseguran que los recuerdos hacen compañí­a, por lo regular se trata de los peores y que así­ se vuelven una pesadilla con las culpas encima de los errores cometidos.

Dos. Hay más mujeres solas

De acuerdo con la estadí­stica, hay más mujeres solas que hombres… y por varias razones, entre ellas, las siguientes:
El hombre, por la dudosa y cuestionable calidad de vida que lleva, fallece más pronto que una mujer.
La mujer mira con más filosofí­a la vida y vive mucho más tiempo.
Un médico asegura que una persona que suele sonreí­r y mirar la vida con optimismo gana en automático de cuatro a seis años de vida.
Y como las mujeres suelen vivir así­, con tal sabia enseñanza, entonces, ellas por lo general sepultan a su pareja, aun cuando, claro, hay mujeres a quienes el marido arrastra al camposanto.
Las mujeres están más solas porque el marido es “ojo alegre” y en otra casa, en otro frente, incluso, con otros hijos, suele curar la soledad.
Además, y como maldición, en las mujeres solas suele repetirse la tragedia de “cuando los hijos se van”.
Y aun cuando las mujeres se unen entre sí­ y hacen compañí­a para evitar la soledad, nunca será lo mismo la soledad que viene de la pareja que se va.
Peor aún: dado el machismo, el hombre busca otra compañí­a (Pancho Villa casó 29 veces, y todas por la iglesia) y la mujer es mucho más recatada.
Y en tales circunstancias, la condena social es terrible, cuando, caray, mujeres y hombres tienen los mismos derechos, como por ejemplo, infidelidad con infidelidad se paga.

Tres. La soledad de dos

Cuando la hija de Héctor Fuentes tení­a ocho años de edad dijo en reunión familiar:
“Mi padre nunca está solo. Siempre está con un libro”.
Cierto. Los libros, la música, los recuerdos… son compañí­a. Pero, al mismo tiempo, insuficientes.
Nada sustituye la relación humana. Nada puede compararse con la plática cordial y cariñosa con los familiares y los amigos.
Y aun cuando, por ejemplo, una persona de la sexta, séptima década, sea internada en un asilo y tenga nuevos amigos, amigos de su misma edad, hacia el final del dí­a y de la noche se sienten arrumbados, porque la familia está lejos.
Y si bien les va sólo llegan de visita, visita médica, unos minutos el sábado o domingo, digamos, para cubrir el expediente.
Lo peor, claro, es sentirse solo cuando se vive en casa acompañado de la esposa, los hijos, un familiar.
Es la peor soledad. La soledad de dos. O la soledad de más.
Viejo, pensionado, limitadas las capacidades motrices, fí­sicas y neurológicas, la vida se vuelve un infierno.
Por eso, muchas personas se suicidan.
Según la estadí­stica, hay muertes de mujeres por cáncer de mama, por ejemplo. O de hombres por la próstata o un paro cardiaco.
Pero la soledad (la soledad espiritual, más allá de la soledad fí­sica) causa mucho más muertes.


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