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Diario de un reportero
Sábado 13 mayo, 2017

El mejor periodista

•Un diarista imborrable •El sacerdote polémico

DOMINGO
El mejor periodista



El último libro del periodista y escritor, Juan Luis Cebrián, director fundador del periódico “El Paí­s” a los 31 años de edad, se llama “Primera página”, y que son sus memorias.
En una de las páginas se refiere a “los mejores reporteros que he conocido en mi vida”, y entre ellos, cita, por ejemplo, a Jesús Ceberio, quien también fue director de “El Paí­s”.

Luis Velázquez

Cebrián describe a Ceberio de la siguiente manera:
“Un periodista sobrio de maneras, sereno de actitud, riguroso en su trabajo y con una habitual economí­a de palabras” a la hora de expresarse, decir las cosas y escribir.
Desde luego, Cebrián se describe a sí­ mismo, pero el reconocimiento lo enaltece, y más como en su caso porque durante un tiempo, antes de cumplir los 30 años, fue director de la televisión oficial en España cuando Francisco Franco todaví­a estaba en el poder.
Y aun cuando dudó mucho en aceptar el cargo, hacia el final asumió la tarea, porque un familiar lo convenció de que Franco morirí­a pronto y así­ estarí­a en el centro de la noticia.
En sus memorias, Cebrián dice que tal episodio de su vida “fue un desastre”, pero luego, y por fortuna, se resarció ante sí­ mismo y los demás.

LUNES
Un diarista imborrable


Quizá uno de los mejores reporteros que se han conocido es Elí­as Chávez, quien de igual manera es un hombre sereno y reposado, ferozmente crí­tico y autocrí­tico, y por eso mismo, demasiado exigente con su trabajo reporteril, tanto a la hora de buscar la información como de escribir.
Además, su gran sentido del humor para mirar la vida y los hechos resultaba impresionante y lo expresaba sin reticencias a la hora de la creación literaria y periodí­stica.
Una vez, por ejemplo, una de sus fuentes le pasó amplia y precisa información de algunos trastupijes en el cuatrienio de Dante Delgado Rannauro y entonces viajó a Veracruz.
Y se reunió con un contacto que tení­a y le confió la información privilegiada, en unos casos hasta con papeles notariales y documentos oficiales.
Dijo:
“Ya tengo todo. Solo debo buscar que alguien lo diga”.
Entonces, con el amigo recorrió el escenario de norte a sur y de este a oeste de Veracruz para visualizar fuentes informativas que encontró y el reportaje fue publicado en la portada de Proceso.

MARTES
El diarista exigente


La capacidad de trabajo de Bartolomé Padilla era insólita. Escribí­a cuatro columnas diarias, además, y con frecuencia, una crónica, un reportaje, un perfil, una entrevista a profundidad.
Y lo más fascinante, sin repetirse ni copiarse a sí­ mismo y menos, mucho menos, a los demás.
Todos los dí­as reporteaba las cuatro columnas. Más que una columna de opinión era una columna de información, donde en todo caso, el punto de vista estaba tan diluido y finamente expuesto que pasaba inadvertido.
Además, en su narrativa se cumplí­an dos ejes rectores: por un lado, la rigurosidad informativa, el dato concreto y especí­fico, el dato clave para entender y comprender los hechos.
Y por el otro, la calidad literaria, textos que escribí­a por lo regular con frases cortas, lacónicas, diciendo mucho en pocas palabras, yendo al grano de la noticia estelar.
De la aldea jarocha donde creció siempre miraba a las grandes ligas del periodismo en el altiplano.
Solí­a escribir desde la Ciudad de México con el siguiente epí­grafe: “Desde mi mirador en el Distrito Federal” que entonces así­ se llamaba la ciudad.
De pronto, zas, comenzó a publicar en la legendaria revista Siempre!, dirigida por su amigo José Pagés Llergo.
“La verdad dicha a su tiempo” era su lema en la revista “Consenso” que primero fue columna de opinión.

MIÉRCOLES
El sacerdote polémico


José Benigno Zilli era sacerdote. Profesor en el Seminario Menor en Xalapa. Maestro en la facultad de Filosofí­a de la UV. Y periodista.
En el Seminario impulsaba un periódico semanal impreso en mimeógrafo. “Clarí­n” se llamaba.
Él mismo elegí­a a los jóvenes seminaristas en quienes percibí­a, sentí­a, presentí­a, vocación reporteril.
Y él mismo, digamos, los adoctrinaba. Les enseñaba el abecedario del periodismo. Desde la reporteada hasta la sala de redacción para escribir y jerarquizar la información y diagramar.
Igual que Albert Camus, igual que Julio Scherer Garcí­a, igual que Juan Luis Cebrián, igual que Gabriel Garcí­a Márquez, olfato reporteril por excelencia, valores periodí­sticos que se imponen, dedicaba un dí­a a la semana a platicar con los reporteros sobre el periodismo que hací­an.
Zilli, además, obsequiaba libros a aquellos jóvenes que soñaban con abrazar el sacerdocio, pero que la mayorí­a terminó en la trinchera informativa.
Luego, platicaba con cada uno sobre el libro obsequiado… que él mismo, claro, habí­a leí­do.
Le gustaba jugar con la inteligencia, incluso, provocaba en el debate, donde siempre se ganaba con la fuerza de la razón, los argumentos, las ideas, la reflexión.

JUEVES
El cura bueno


David Constantino Garcí­a fue el otro sacerdote que indujo al periodismo.
Hablaba de la Biblia, por ejemplo, pero nunca la impuso como lectura inevitable. Regaló, en cambio, algunos de los 21 libros publicados por el obispo húngaro, Tihamér Tóth (1889/1939), y traducidos a 17 idiomas, entre ellos, Prensa y cátedra, Verdad y caridad, Sé sobrio y El joven de carácter, quizá, el más leí­do.
Así­ mostraba los más altos valores del espí­ritu y que también fueron el pan nuestro de cada dí­a de los griegos y romanos. La verdad. La justicia. La razón. El sentido social.
Cada sábado en la mañana impartí­a la doctrina en la cancha de basquetbol de la iglesia. Y entrenaba en el debate. Eran pláticas sobre la vida social, donde, y además, y en nombre de la libertad, él mismo pedí­a que cada quien demostrara la existencia o la ausencia de Dios y él mismo entraba al debate.
Sus pláticas llevaron a la publicación de un periódico y fue el primero, a los 18 años, en que el tecleador inició.

VIERNES
El maestro de maestros


Ricardo Rubí­n era callado. Discreto. Su lenguaje era el silencio. Cada silencio tení­a un significado. Preferí­a pasar inadvertido y que según León Tolstói es caracterí­stica de los hombres fuertes por dentro.
Un dí­a soñó con incursionar en la Ciudad de México como reportero. Entonces, tuvo la gran iniciativa de entrevistar a José Vasconcelos y José Torres Bodet, a quienes pidió ayuda. “Soy reportero de provincia y quiero estar aquí­” les dijo.
Luego, llevó las entrevistas al periódico Excélsior, donde el Jefe de Redacción le dio unos minutos.
“Aquí­ le dejo mi trabajo” le dijo. Y en una tarjetita su número telefónico.
Lo llamaron. Y duró en Excélsior varios años. Y un dí­a, quemó sus naves. Y regresó al puerto jarocho. Y se empleó en una farmacia.
Meses después, Manuel Mejido, uno de los reporteros estrellas de Excélsior, llegó a Veracruz. Y lo buscó. Y le dijo:
“Sólo vine a conocer las razones por las cuales cambiaste Excélsior por esta farmacia”.
Ricardo Rubí­n escribí­a de la vida cotidiana. Nunca escribió sobre polí­ticos. Y su columna, “A cien por hora”, se publicaba en 25 periódicos del paí­s cada dí­a.
Maestro imborrable. Maestro ejemplar. Pasar por la vida con un bajo perfil. Y en su caso, como decí­a Atahualpa Yupanqui, “no importa que nadie sepa que yo escribí­ mis canciones, pues lo importante es que las canten”.


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